Economista Descubierta

Perlas

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Dos reuniones con el anfitrión de este sitio me han dejado claro-nítido-cristalino que los zarcillos definen la personalidad y todo por llevar perlas en las orejas. En concreto, dos perlas de tamaño mediano y origen desconocido. Y digo desconocido porque siempre las he tenido y no sé si son australianas o de Zaragoza, cual manuscrito encontrado en el alhajero.

Llevar perlas en las orejas por lo visto te convierte en rancia y derechosona, te guste o no. La verdad es que a mí me gustarían mucho más dos brillantes como garbanzos, que le vi una vez a Cristiano Ronaldo, que no sé si me convertirían en rancia o en agria, pero ya ve usted a mí lo que me importa.

El hábito no hace al monje y las apariencias engañan, pero los zarcillos definen, igual que la coleta infame y la (even worst) camisa de manga corta color autobuses. Ser es ser percibido y la percepción es un prejuicio; que vaya usted a quitárselo o fomentárselo, según le vaya conviniendo.

Yo últimamente ando decidida a fomentarlo, que no hay cosa que más me guste que desmontar a las paletas aspiracionales, las de las Noas y los Leos, y que chinchen y rabien pensando que soy una pija sin criterio o una sifrina sin remedio. Y todo por llevar unas perlas y no un pendiente de esos de los hippies, o, aún mejor, todo agujereado menos las orejas.

Conste que yo no tuve agujeros en las orejas hasta los doce años porque mi abuelo era de la opinión de que eso era una salvajada y una mutilación, y sólo conseguí los dichosos pendientes cuando pude rebelarme contra el prejuicio moderno de un señor antiguo. Se disgustó bastante y me regaló unas perlitas que todavía conservo. No sabía yo entonces que el blanco en el lóbulo iba a determinar la concepción que otros tuvieran sobre mí, por encima de cualquier otro abalorio, ajorca o brazalete.

Ando estos días, como todos, supongo, hartita de ver en televisión a los cuatro pavos que nos hemos merecido los españoles, cada uno con su estilismo y su estilista, su presentación al respetable en forma de coleta o americana sport, esmoquin de alquiler o chandal mañanero, y, después de estas dos últimas reuniones, he llegado a la conclusión de que debería votar en función de mis orejas, y sin embargo, no lo voy a hacer.

Porque resulta, que, al igual que siempre me ha fastidiado que me juzgaran por lo que tenía entre las piernas, siempre he querido que me eligieran por lo que tenía entre las orejas.

Entre las orejas. NO EN LAS OREJAS.

Dicho lo cual, pienso seguir llevando perlas. Faltaría más. Y si tuviera dinero, brillantes.

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