El concierto
Me convocaron en un correo colectivo para anunciarme el regreso del grupo favorito de la juventud que dejamos en el siglo XX, sólo por este año, Maniobra de Resurrección. Todas las generaciones tienen sus bandas sonoras y nosotros, los de entonces, decidimos ser los mismos.
Tan los mismos fuimos que en el metro me encontré a mi novio de los 17 años y llegamos juntos al concierto. Y como había alguno que no nos veía hacía 25 años, nos supuso casados. Es lo que tiene el tiempo, que sucede a saltos, por mucho que nos empeñemos en otra cosa.
No soy yo muy aficionada a acudir a las reuniones de 25 años de nada, salvo, naturalmente, el año que te van bien las cosas y tienes ganas de darle en las narices a alguna mentecata. Para eso, naturalmente, la mejor siempre es CW, que se solaza de sorna cada vez que ve a su primer novio.
Pero, en este caso, no había que reunirse para preguntarse nada, ni qué tal te va, ni si tienes niños y a que colegio van, que si te has cambiado de trabajo o te has quedado en paro o te has divorciado o qué vieja estás, no te lo digo pero ya se lo diré a las demás en cuanto pueda. Había que ir, porque llevábamos 20 años acordándonos del último concierto.
Eso sí. A diferencia de entonces, no sólo habíamos quedado antes para cenar algo, sino que en en el guardarropa había cola para dejar el abrigo, cola disciplinada de cuarentones de alianza en la mano derecha y jersey de pico versiones granate o crudo. Pero si éramos mods, Dios santo, qué quedó de nosotros, qué fue del siglo XX y por un momento me acordé de las fiestas del casino de provincias y del abrigo que jamás hubiéramos dejado en guardarropa ninguno, por Dios qué frío.
Una vez dentro, y puesto a que por todos, incluido el Grupo, por supuesto, habían pasado los mismos años y que no habíamos dejado de oír en todos estos años las canciones, nos desgañitamos como locos, que no hay como saberse las canciones. El concierto, naturalmente en una sala mediana, nada de aglomeraciones ni empujones, que si entonces era un grupo medio raro, no te digo ahora que no los conoce ni su padre, por mucho que las entradas se agotaran en media hora.
Y si entonces éramos mods y ahora viejunos, decidimos volvernos filosóficos, que ya se sabe que la ginebra y las canciones surten ese efecto en su conjunto. Y nos prometimos todos quedar para ir a Zaragoza, o a Granada, allá donde fueran ellos, y de paso, vernos más, que Madrid es muy grande y no nos vemos nunca.
Y antes de las 12 ya estaba en mi casa, con los tacones en la mano para no despertar a Ramón, ni a la pedorra de la de abajo, que no entendería nunca que yo venía del pasado.
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