Economista Descubierta

Hospital

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Que los médicos, únicos licenciados que se otorgan un doctorado a sí mismos sin necesidad de tesis, se distinguen en dos lo sabe cualquiera que se haya puesto enfermo de gravedad alguna vez: los que tienen clientes y los que tienen pacientes.

Un cliente deja pasta y como tal se le trata. Y un paciente es un enfermo que amerita ser cuidado y, si es posible, curado.

Cuando uno se pone la bata esa abierta por detrás, que deja ver el culo y facilita el lavado por parroquias a manos de un auxiliar, pierde la dignidad y el tratamiento. Y así se lo hacen saber según le plantan el pañal evitador de que la tal auxiliar tenga que venir a poner cuñas.

“¿Quieres cagar? ¡Pues te cagas tranquilo, que te hemos puesto un pañal!”, grita la encantadora ayudante, a la vez que proclama «me voy a merendar, que estoy hasta los güeros».

(Por lo visto es para ser «más cercanos», como si hubiera necesidad de tutearse).

“No, por favor, que no estoy incontinente, póngame una cuña que no puedo levantarme. Y sin entrar en detalles, que tampoco hacen falta, la verdad”.

Entonces, la auxiliar que quiere merendar porque está hasta los güevos te mira a ti, acongojado familiar, y te dice: “¿se la pones tú? ¡pero no tires lo cagao!”.

“Pues no, mire. Oiga, yo en mi casa pongo a quien sea a hacer caca y friego el retrete de rodillas, pero aquí no pienso, porque para eso está usted, que para eso le pagan. Que me he leído el caso de los herniados del IESE y sé que lo haces por ahorrar, no porque yo lo haga mejor”.

Ya. Pero le pagan poco, por lo visto, y la hora de merendar es ineludible, así que se larga con viento fresco y, a la vez que te dice que es muy fácil, te suelta la susodicha cuña.

Cagado el enfermo y la caca guardada, vuelve ya merendada y anuncia: «quédate así, que ahora viene el doctor». Así: de tú, en culo y con la caca, esperando al “doctor” con ganas de preguntarle quién fue su director de tesis y que nota le pusieron.

Pero te callas, claro, porque la enfermedad te sitúa en ámbito de inferioridad, aunque seas Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Aquí eres un tubo digestivo en bata abierta y cuña rebosante. Una pena, vaya.

El autopromovido licenciado llega cuando puede y vuelve a preguntar como si el enfermo y él fueran compañeros de mus o de parranda: “¿has cagado?”. Y si viene acompañado de residentes o estudiantes varios les dice algo con intención de que el enfermo no les entienda. Faltaría más, que es paciente y no cliente y ha entrado por urgencias de la pública.

Si es obra de misericordia visitar a los enfermos, más debía ser no visitarlos en semejantes condiciones, viendo pasar a la familia entera del vecino de cama, que se pasea con pañal y zapatillas del Real Madrid. “¿Quieres ver a Maria Teresa Campos?”, te dice su cuñada, parentesco que hemos decidido por eliminación entre visitantes. “No, muchas gracias, quiero evitar en lo posible mayores vergüenzas en público, que bastante tengo ya con la dichosa bata, la cuña y el tuteo, amén de la enfermedad”.

Cuando entras, sin embargo, por urgencias de la privada, tarda en venir el médico, porque no hay, y con un poco de suerte aparece una monja. La monja, la pobre, tampoco se sabe muy bien qué pito toca, pero te anuncia que el de guardia pasará cuando pueda y que, eso sí, la cuña está en el baño por si la necesitas.

Pero no te dice “¿has cagado?”, que para eso es monja, dice hacer caca.

Y el médico, si es que hay, dirimiendo que para lo difícil que es su carrera, no le pagan nada bien.

P.D. Afortunadamente, hay más médicos de pacientes que de clientes. Doy fe.

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