Gestión del tiempo
Verdaderamente mi cambio de trabajo me tiene absolutamente sepultada entre el metro y el autobús, y, entre una cosa y la otra, todo el tiempo sin parar de tratar de sacar adelante lo que se me ha encomendado.
Necesito, y ustedes bien lo saben, que me vaya bien en esta, espero, última aventura profesional por cuenta ajena, que pasa por autodominio y prudencia y, sobre todo, capacidad de adaptarse. Esto a mi edad. Que una no es vieja, pero tampoco es joven.
Resignada a aceptar que el modelo es éste y salvo que me toque La Primitiva, nunca será otro, trato de optimizar los resquicios que me quedan en los ires y venires, los atascos, la EMT, el metro y el trozo a pie, que también lo tengo.
Y no, no me voy a comprar un coche porque es el único signo de estatus que se me antoja, además de tercermundista, una bobada cara. Coche con mecánico incluido, pues a lo mejor; pero utilitario metido en el mismo atasco que el BMW del carril de al lado, paso.
Todas las mañanas asisto al espectáculo de ver un coche/un tonto, y lo único que me queda claro es que yo voy haciendo estudios sociológicos sobre la inmigración femenina y el servicio doméstico, que además de ser uno de mis temas favoritos, es una de mis expertises declaradas.
Voy intentando hacer en el metro esas cosas para las que ya no tenía tanto tiempo. Por ejemplo leer. Eso sí, como yo no tengo Kindle ni similar, voy con mi librito como las antiguas. Oír podcasts de los Hermanos Pizarro (cuyas melodías pizarras les recomiendo, aunque entiendo que son para gustos particulares) o hacer gestiones telefónicas tales como pedir hora en los médicos, esos a los que ya no puedo porque a medio día no puedo salir de mi descampado. Los tiempos dedicados al transporte de los cuerpos por la zona B del consorcio son extremadamente útiles para resolver “minimierdas” que en la oficina ya no puedo hacer.
El tiempo de calidad ya les dije yo que no existe. Mi amiga M. (catedrático de Filosofía de la Naturaleza y especialista en Newton y en Complementariedad de Bohr) me lo anunció ya hace muchos años. Yo lo presumía, pero no suponía entonces que la escasez del tiempo actual me iba a doler tanto como ahora.
Así que puestos a que tengo mucha hora tonta que no se considera trabajo, salvo en caso de accidente laboral, he decidido aprovechar todos esos minutos incontables esperando el autobús de turno. Y no voy a tuitear, ni subir nada a Facebook, ni meterme en chats de esos de jajajaja jijiji, carita sonriente. Voy a aprovechar para leerme, de aquí a fin de curso, por lo menos, un libro por semana. A lo mejor es un objetivo modesto, pero casi mejor me pongo un objetivo que me lamento en el apretujón.
No dejo de ver en mi autobús la morralla humana que conmigo va y vuelve con los ojos pegados al “cojomóvil”, “super iPhone” o “megacosa”. Supongo que signo de los tiempos al que, como al coche, no tengo intención de subirme.
Algo tiene que tener de bueno para alguien como yo que desgraciadamente no puede parar de pensar, de repente, me han regalado un tiempo precioso para dedicarme a pensar, por ejemplo, qué les voy a seguir contando.
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