Primero para compartir
El tal Salvador Sostres, que al principio me caía muy bien, me empezó a caer gordo el mismo día que denostó a los comedores de pan. Ha decidido, por aquello de hacerse el Risto Mejide del periodismo, prohibirnos a las mujeres ir a restaurantes de más de cien euros porque las mujeres siempre compartimos el primero, por lo general, la ensaladita de turno.
Este gordo sin afeitar no ha estado en Malacatín conmigo en los días de su vida, ni conoce el Sayagués junto al Gómez Ulla. Desde luego, de más de cien euros no son, pero yo el cocido y el chuletón no los comparto con nadie. Y si hay algo que me subleve son los restaurantes donde se sirven guisantes rellenos de perdiz al aroma de cítricos ahumados.
No sé su mujer, pero ninguna de mis amigas es una ñoña de esas de cocacolacero y ensaladitas, porque ninguna tenemos relaciones absurdas con la comida. Y desde luego, a lo mejor yo no voy a restaurantes caros porque ya no me los puedo permitir, pero Sostres no debería ir nunca porque no se afeita y es un desaliñado. Además, seguro que se lleva el cuchillo a la boca y en su casa tenía la nevera en el cuarto de estar. Alguien que dice semejantes tonterías sobre la capacidad de gasto de las mujeres y la rentabilidad por plato procede con toda certeza de un origen deseducado. Tan deseducado como para calzarle el nombre de Salvador a alguien nacido después de 1970.
Indignada estoy con este Risto Sostres que asume que yo como lo que las “peliteñidas”. A mí, que he tenido que llevar a restañar las cucharas de plata de tanto primero caliente que se ha servido en mi casa en las últimas seis generaciones.
Es verdad. Yo no debería ir a Restaurantes de Cien Euros en Adelante. Debería ir exclusivamente a Zalacaín, donde me tratan como una reina y me saludan como a Carmen Sevilla. Cien euros cuesta ya cualquier mesón de mantel de papel a poco que pidas dos botellas de vino que se las trasiegan cualquier familia española normal.
No sé Sostres, pero Amando de Miguel dice con buen tino que el español recela del abstemio absoluto y me da que éste, que además de estar enamorado de su hija (única) no bebe vino, como no come pan.
Hay que fastidiarse que semejante mentecato pueda decir tonterías de ese calibre. Si el restaurante no quisiera que las ensaladas se pudieran compartir pondría exclusivamente legumbres de cuchara para garbanceros como este antipán.
Y lo que más rabia me da es que, como siempre, me he subido al palito y me he indignado porque cualquier alzado suelta la parida de turno. Vamos, que sin ponerme como la Filosofa Frívola, que de puro juvenil es radical, a más de uno lo mandaba yo a cavar, a ver si adelgazaba.
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