Economista Descubierta

Libros de texto

Disminuir tamaño de fuente Aumentar tamaño de fuente Texto Imprimir esta página
Print Friendly, PDF & Email

Ayer me fui a la cama desvelada por el asunto de la secesión de Cataluña y por Siria, que ya saben que me importa mucho. Sobre todo porque los dos casos son claros ejemplos de la “falta de ignorancia”, que dicen en Galicia.

La “falta de ignorancia” es un asunto terrible que no parece preocupar a nadie. Hala, hala, al fútbol y al turismo, a vivir que son dos días y total, qué más da, si a mí nunca me toca ni la lotería ni me toca merda.

La “falta de ignorancia” no parece preocupar ni a la animosa madre esa que ha conseguido no-sé-cuántas firmas quejándose por el precio de los libros. Y es que la buena mujer se preocupa por el precio, y no por el contenido del álbum. Porque los libros de texto ahora no son libros. Son álbumes de pasta blanda y colorines.

Este verano llevé a encuadernar más de una docena de libros de texto y apuntes de mi madre a unas monjas, que son mucho más asequibles que cualquier taller de desocupadas encuadernadoras. Encuaderné los libros no sólo por cariño, sino porque los libros valían la pena. Una abuela geógrafa y una madre filóloga dan para conservar además de recuerdos, libros.

Los de mi madre y los de mi abuela tengo intención de conservarlos, pero la birria tendenciosa y estúpida que estudian mis hijos no sirve ni para el reciclado.

Dudé mucho si enviar a mi prole al Colegio Estudio, porque está lejos, porque la ruta es una pasta, porque no tiene uniforme, pero, y a su favor, el colegio no tiene libros. Hay apuntes, sí, apuntes, como lo oyen. Eso que el alumno recoge de su puño y letra mientras el profesor explica. A lo mejor no les suena de nada, porque por lo visto es un concepto muy vintage.

Y es que esta porquería de librillos, supervisada por vaya usted a saber qué desertor del arado, contiene, además de muchas fotos y mucho sitio para pintarrajear, mucha tontuna y mucha mentira. Mentira y tontería en pasta blanda, que es lo que nos tragamos sin dificultad, como si fuera un batido para anoréxicas.

Yo no leo best sellers, ni libros de pasta blanda, pero prefiero al lector de “El clan del oso cavernario” al ignorante con letra de párvulo. Perdono al lector a pesar del libro, pero con los libros de texto estoy por convertirme en activista.

No es que los libros sean caros. Es que son una mierda. Caros son los diamantes y ya me gustaría adornarme con un par de zarcillos nuevos.

Pago de mil amores la nueva edición del Corominas y la encuadernación de todos los libros de mi casa, he recogido libros de la basura que otros tiraban porque “ocupaban mucho sitio”, pero desde luego, los de texto, ni forrarlos, oiga, ni forrarlos.

* * *

Comparte este artículo