Anibal Gauna

El Chavismo-Madurismo y la construcción del Estado populista en Venezuela

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Nicolás Maduro

Nicolás Maduro

Un modo de entender la política de los últimos 14 años en Venezuela consta de cuando menos tres figuras alegóricas: su geografía económica del beisbol, los cantos de sirenas tropicales, y la antropofagia simbólica del centro del poder. Ellas servirán como gráficos que iluminan nudos gordianos al proponer que la significación histórica del Chavismo en Venezuela radica en su renovado intento de construcción del Estado populista y a ella quedan supeditadas en la práctica las otras aristas para comprenderle: el Chavismo (Madurismo) es otra “vuelta de tuerca” en este proceso de construcción del Estado venezolano. El populismo es un concepto multívoco como pocos en estas lides y particularmente contestado. Hay quienes lo entienden como una forma de movilización de los sectores populares y por ello como una fuerza democratizante; otros lo ven como paternalismo, como demagogia, como relativo a la “chusma”, en el peor de los casos. Siguiendo parcialmente a la literatura en el área, pero elaborando un discurso más adecuado a la dinámica política venezolana, yo entiendo populismo como la movilización política de un sentimiento de agravio e indignación por la gente común en contra de las elites (políticas, económicas, culturales). Por tanto, hay un aire de familia con la idea de lucha de clases, pero de ningún modo significan lo mismo (sigo a Harry Boyte en esto). Consecuentemente, y esta es mi tesis, el Estado populista es una institución atravesada por una tensión adicional a las que cualquier otro Estado enfrenta: una vez en el poder los populistas, por una parte, tienen que atender a las necesidades de sus seguidores y tratar de resolverlas; mientras que al mismo tiempo necesitan mantener su distanciamiento moral con las elites (por lo general, una representación híper-simplificada y maniquea de ellas). El quid pro quo del asunto es que, como argumentaré más adelante, estas lógicas son contradictorias entre sí y explican en parte nuestro estancamiento general.

Hablemos de la geografía económica del beisbol, para comenzar. En claro contraste con sus pares suramericanos, sólo muy recientemente el fútbol ha tenido algún auge en Venezuela, mientras que el beisbol ha sido por décadas el deporte rey: los primeros juegos “oficiales” datan de 1895. En 1902 se jugó el primer juego “internacional” entre marines de los EUA y el Caracas Baseball Club. De ahí en adelante, la práctica de este deporte se regó como pólvora por el resto del país. El intercambio entre americanos quienes jugaban beisbol con obreros venezolanos que trabajaban para las transnacionales petroleras, fue un factor en su extensión. Y esto no es un hecho trivial en su trasfondo: el período de formación del Estado venezolano, durante la concentración del poder bajo el mando del General Gómez entre 1908 y 1935, quien finalmente acabo con los caudillos regionales que desgarraron la estabilidad interna por décadas después de la independencia en 1821-1823, estuvo marcado por el petróleo. Del mismo modo, el Estado venezolano finalmente independiente del último gran caudillo, se consolidó en simbiosis con la explotación petrolera—un evento sin parangón en el contexto latinoamericano.

Pues bien, desde que Chávez llegó al poder en 1999 ha habido un proceso continuo de des-industrialización. Puede ser que las nacionalizaciones expliquen una parte de esto, pero hay más elementos que lo explican. Lo relevante es que dicha desindustrialización no ha afectado la concentración del mercado en Venezuela. Las grandes empresas, las de mayor capital, muchas de ellas vinculadas al sector alimentos, han probado ser indispensables a pesar del gobierno, porque sencillamente no ha habido fórmula para sustituirlas. Las pequeñas y medianas empresas sí han desaparecido a “muerte lenta”. Ha habido una mayor concentración del capital en las empresas que ya eran exitosas sin que esto implicase un mayor nivel de desarrollo económico en Venezuela (todo esto se encuentra en las cifras oficiales). El gobierno ha conseguido reforzar los monopolios o, cuando menos, los oligopolios a nivel nacional. Podría incluso decirse, parafraseando a los teóricos de la dependencia latinoamericanos, que este proceso es el “desarrollo de la dependencia” de la concentración de capital y no su antagonista. Mientras el chavismo lleva a cabo su versión sui generis de la revolución, nuestras estructuras económicas son más y más dependientes del capital monopólico y, por supuesto, del petróleo—lo cual es decir: del mercado internacional. Los proyectos de desarrollo endógeno han tenido un éxito menos que modesto y con un impacto limitado a manojos de personas. Primera conclusión parcial: el chavismo (ahora “madurismo”) es simbiótico con la dependencia económica. El beisbol se desarrolló razonablemente, el Estado sigue siendo profundamente dependiente. A pesar de un intento sistemático de reforzar el sistema fiscal, sus fuentes de ingreso siguen estando supeditadas a actores externos mayoritariamente.

Por otra parte, en Venezuela las sirenas cantan Salsa. Son pletóricas al hacerlo. La música prolifera en todos lados. Ellas ofrecen su canto para que todos participemos de sus dulces mieles. Si las escuchamos, reza la oferta, todos seremos decisores y constructores del Estado. De hecho, durante todo este período ha habido múltiples discusiones y debates sobre los modelos de democracia. Básicamente, el chavismo se presentaba como una alternativa a la democracia representativa liberal (o semi-liberal) que se había establecido a sangre y fuego a partir de 1958. Llevarían a cabo la “democracia participativa”, reviviendo el sueño de Rousseau: ésta sería una verdadera república, “Bolivariana”. Pero los mecanismos que fueron incluidos paulatinamente en leyes y reglamentos para hacer concreta y eficaz la demo-participativa han muchos de ellos caído en desuso. Y los poquísimos que no, han funcionado como refuerzo a la concentración del poder local, particularmente en aquellas unidades administrativas más dependientes del presupuesto del poder ejecutivo—especialmente en municipios rurales. A nivel local, hay algunos espacios nuevos para la participación, especialmente si esta es cónsona con el proyecto del ejecutivo. En este sentido, el presidencialismo venezolano no ha sido disminuido sino muy por el contrario acentuado. Así mismo, si los autoridades políticas locales (alcaldes, por ejemplo) son de partidos de oposición o independientes tendrán verdaderos problemas para hacer que la participación sea efectiva—por ejemplo, cuando se trata de opinar (la decisión no es directamente vinculante) sobre el destino de un porcentaje del presupuesto de la localidad, un mecanismo contemplado en la nueva demo-participativa. Más aún, los líderes comunitarios independientes tenderán a ser cooptados por los partidos, o convenientemente marginados (no siempre, y tampoco es posible hacerlo para los políticos todo el tiempo aunque quisieran). Segunda conclusión parcial: el chavismo (ahora “madurismo”) se retroalimenta de la concentración del poder político tanto a nivel central como regional.

Tercero y último, la antropofagia simbólica del centro del poder. Caracas, la ciudad capital, es como una olla con agua hirviendo donde nos cocinamos día a día. Cuando uno se baja del avión en Maiquetía (Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, como un sinfín de otras cosas también son llamadas) y va en camino hacia Caracas, comienza a sentir la efervescencia en la que se está metiendo. Y no solo por el calor sofocante de La Guaira en donde está el aeropuerto. La efervescencia de la gente, a eso me refiero. Lo del “calor humano” es cierto, tanto que puede ser agobiante. Y aunque esto no ocurre sólo en Caracas, allí es donde radica el centro del poder político y económico. Todos los días son eventuales en Caracas en donde se vive una “crisis normalizada”. Nos hemos acostumbrado a decir que aburrirnos es lo único que definitivamente no puede pasarnos. Varias veces al mes hay movilizaciones políticas, marchas, contramarchas, consignas. Declaraciones, contradeclaraciones. Algunos diputados/diputadas practican “boxing” en las sesiones de la asamblea nacional. Las redes sociales, por supuesto, están plagadas de expresiones de afección o rechazo al Chavismo. La polarización entre simpatizantes y opositores mantiene una situación de ruptura permanente del orden cotidiano. Y así el chavismo ha movilizado políticamente a través de símbolos populares muy arraigados en la conciencia nacional. Hablar de Bolívar, el Libertador, es moneda corriente, eso es lo de menos quizá. Son referencias constantes a la vida rural y a la pobreza urbana, los dos ámbitos a los que la mayoría pertenece en Venezuela.

En este sentido, el nacionalismo ha sido reavivado y reafirmado como sinónimo de autonomía e independencia. Esto es algo que difícilmente pueda sostenerse después de haber los dos puntos anteriores. Pero la cosa no es tan simple. Ha habido una efectiva incorporación simbólica de sectores tradicionalmente marginados. Esta incorporación simbólica en la arena política ha sido reforzada por políticas sociales inspiradas, muchas de ellas al menos, en el modelo cubano. Ha habido una atención directa hacia sectores de la población que viven las fuerzas de la economía y de la otrora modernización como ajenas y de las cuales ven poco, si es que algún, beneficio directos. La inversión en el área social ha crecido (aunque no tanto como el gobierno quisiera hacer ver) y alguna gente lo siente. El mayor éxito político del chavismo como movimiento populista en control del Estado fue la asociación de la imagen de Chávez con la política social. Tercera conclusión parcial: especialmente importante fue, y parece que hasta cierto punto continua siendo después de su muerte, la identificación “directa” de un grueso de la población con Chávez (algo afirmado hasta la saciedad en medios académicos y no académicos, y que es quizá el punto de mas acuerdo en la opinión pública venezolana). Esta imagen era la encarnación de la imaginación de la dimensión utópica de la revolución bolivariana. Creo que principalmente a ella se refiere la gente en otros lugares del planeta cuando canta loas al “proceso”.

Esta es mi conclusión general: ambos, los recursos y la capacidad estatal para la atención prioritaria del área social y la incorporación de sectores excluidos provienen, por supuesto, de las dos tendencias regresivas de concentración de los recursos y de concentración del poder. Es decir, la construcción del Estado populista del Chavismo encarna una lógica perversa: solo pueden permanecer en el poder y atender parcialmente las demandas de inclusión en la medida en que somos más dependientes—económica y políticamente— como sociedad nacional. Por ello, hay que mirar con desdén que la discusión sobre la política en Venezuela se plantee en términos (maniqueos) de socialismo vs. capitalismo, neo-marxismo vs. neoliberalismo, o Estado vs. mercado. Estas son intelectualizaciones que ocultan o dejan por fuera cosas fundamentales como la que he tratado de mostrar. Y esto es un “logro” de la polarización política. Hay matices en el esquema que he propuesto, no quepa duda. Pero creo que algo expresa de la dinámica política en la que vivimos los venezolanos desde hace años. Los retos que enfrentará Nicolás Maduro como sucesor de Chávez en el corto y mediano plazo, y en caso de que no se pueda demostrar que hubo fraude en las pasadas elecciones del 14 de abril, están relacionados de un modo u otro con la significación del chavismo como constructor del Estado populista. Si Ud. es “socialista” hará bien en dejar de ver la “revolución bolivariana” como un producto exótico de gente que se opone al sistema. De hecho, somos bastante funcionales como conjunto. No me crea, solo dele tiempo a mis palabras.

Antes de irme a ver un juego de beisbol (de la Major League Baseball) cierro estas líneas. Otro Ulises cualquiera atado a un Araguaney. Nuestra Ítaca no está cerca, no es cierto. De hecho, faltan muchas leguas, y Círceres, y vellocinos, y cíclopes de por medio. En el interín puede que Penélope se canse de hacer y deshacer el tejido del desarrollo. Ella ya no será la buena y confiable esposa que nos espera en casa.

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Anibal Gauna es candidato a Doctor en Sociología – Universidad del Estado de Nueva York, Albany-EUA. Profesor de Sociología – Universidad Católica Andrés Bello, Caracas-Venezuela

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