Coach, mentor, espónsor
C.W. me ha llamado esta tarde y me ha alegrado el resto del día. Para que luego digan que no existe la amistad entre las mujeres. Me llama una amiga desde la otra punta del mundo y me pongo como unas castañuelas.
Ella, que todavía tiene tiempo y dinero para seguir acumulando carreras (no en las medias), ha decidido matricularse de nuevo en la UNED en Literatura Inglesa. C.W. controla la UNED que da gloria, y eso que la UNED no es precisamente fácil. Para qué quiere C.W. la literatura inglesa es absolutamente irrelevante. Ya saben que tanto ella como yo enfocamos nuestras aficiones a los saberes denostados por los ingenieros con tanto denuedo como dedicación. Y, por supuesto, nada de “empleabilidad”. Bueno, yo ya no, que ya no tengo matrícula gratuita y no me puedo pagar la ídem, ni tiempo para estudiar. Lo pospongo para la jubilación o mejor ocasión que la actual.
Además, me ha contado entusiasmada que, nuevamente gracias a mí, posiblemente se cambie de trabajo, no a una productora de telenovelas ni a un colegio de niños de altas capacidades; ni a trabajar en un resort todo incluido a llevar la animación ni el bar.
No. A un asunto financiero, un fondo, un fondo de fondos, una gestora o un me-da-lo-mismo, pero sin salirse, otra vez, de la horda electrónica y el “valor liquidativo”. Nada de Psicología Light ni de Literatura Inglesa.
C.W me ha prometido un bolso, pero le he dicho que no se precipite y que no venda de nuevo la leche antes de tener la vaca, que mejor venga en Navidad y nos vayamos al Del Diego a tomarnos bullshots y ginfizzes como en los viejos tiempos.
En palabras de mi coach, yo soy el espónsor de C.W, porque la tutelo desde hace años y la patrocino y promociono gracias tanto a su singular valía como a mis fantásticos contactos mundomundiales. No soy su mentora, pero podría ser su manager, o su madre de la Pantoja con la canasta detrás: ¡ay mi niña lo que vale, con toda la mala leche que rezuma, lo que vale!
No soy yo el espónsor ni la patrocinadora de nadie. Promocionando a la niña, que hubiera dicho mi madre, a ver si se casa bien y la colocamos pronto. C.W. no necesita promoción alguna, porque vale para colocarse sola fenomenalmente y es capaz de hacer superar el prejuicio que causan unas chanclas en una entrevista.
Eso sí, a los siete años se me cansa (se me cansa antes, pero los tiempos se han hecho más lentos por esto de la edad y de la crisis) y se le tuerce el gesto desagradablemente.
A C.W. le pasa como a mí, que lo de que hay muchas inteligencias no le termina de convencer y tolera mal a los gilipollas integrales. Le falta la inteligencia condescendiente, que es la de aguantar con cara no de estoicismo, sino de verdadero interés.
Si a C.W. le sale su nuevo trabajo negociará, como siempre, fatal, y luego será irreparable. Pero da igual, porque los tres primeros años se conforma con salario emocional y proyecto, y luego se rebota y se matricula en algo nuevo o hace un blog o las dos cosas.
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