Precaución: hundimiento de divisas
En 1913, el Congreso de Estados Unidos autorizó la creación de la Reserva Federal. Su mandato era limitado, pero creció con el tiempo para convertirse en el planificador central de todas las cuestiones monetarias. En 1933, el presidente Roosevelt prohibió la posesión de oro. En 1944, las potencias aliadas que luego saldrían vencedoras de la Segunda Guerra Mundial firmaron el Tratado de Bretton Woods comprometiéndose a utilizar el dólar estadounidense como si fuera oro; los bancos centrales acumularían dólares y suscribirían sus préstamos en dicha moneda, para luego crear crédito en sus propias monedas desde la cúspide de la pirámide del dólar.
El dólar estadounidense se podía canjear en los bancos centrales extranjeros, por lo que aquel fue un arreglo bajo el cual varias monedas tenían un tipo de cambio fijo entre sí y en relación al oro. Este arreglo tenía (al menos) la virtud de limitar la expansión del crédito, ya que todavía existía la referencia a oro y, por tanto, a la realidad.
El problema de fijar el precio de una cosa con respecto a otra es que la esté infravalorada es muy deseada mientras que la que esté sobrevalorada es descartada. El gobierno estadounidense estableció el precio del oro a un nivel muy bajo, por lo que los bancos centrales extranjeros fueron cada vez más exigentes al solicitar su entrega física.
Así pues, para cuando el presidente Nixon asumió la presidencia de Estados Unidos, algo se tenía que hacer, y en 1971 el país incumplió con sus obligaciones en oro. Lo anterior significó la ruptura del sistema monetario anclado al metal precioso; hundiéndonos en el actual sistema de papel moneda irredimible. Una de las consecuencias de esta ruptura fue que permitió que los tipos de cambio entre monedas distintas pudieran «fluctuar».
Esta fue la fórmula de Milton Friedman, que dijo:
Si los precios internos fuesen tan flexibles como los tipos de cambio, habría poca diferencia desde el punto de vista económico, entre los ajustes generados por variaciones en los tipos de cambio y aquellos que se originan en modificaciones equivalentes de los precios internos. Pero esta condición, como es obvio, no se cumple. El tipo de cambio es potencialmente flexible en ausencia de acciones administrativas que lo congelen. Al menos en el mundo moderno, los precios internos son poco flexibles; su flexibilidad ascendente es mayor que la descendente, pero, aun en el alza, no es la misma para todos los precios. En algunos sectores el ajuste toma la forma principalmente de cambios en los precios, en otros, la de cambios en la producción (Defensa de los tipos de cambio flexibles).
Y es por eso que hoy tenemos volatilidad en los mercados de divisas: Friedman y sus seguidores querían compensar la legislación laboral y otras normativas que hacen que los precios de ciertos bienes y servicios sólo suban.
Desde luego, este esquema fraudulento e inviable de tipos de cambio “flexibles” no solucionó el problema de la inflexibilidad de los salarios y otros precios. Más bien causó otros problemas.

¿Flota?
Un efecto secundario fue el saqueo de los ahorros de las personas (que aprendieron a no ahorrar), porque el concepto de moneda que «flota» es falso: todas las monedas fiduciarias se hunden. No existe un mecanismo o un deseo por parte del banco central de aumentar el valor de una moneda.
La fluctuación de una moneda consiste en su devaluación, a veces rápida y a veces lenta. Todos los gobiernos emprenden una carrera cuya meta es cero. A veces una moneda se hunde en relación con las demás, y a veces las demás se hunden en relación con ella. Esto es sumamente destructivo.
Este proceso de nunca acabar de devaluación monetaria tiene otro efecto: disminución de la inversión, lo que reduce el crecimiento. Esta premisa debe ser llevada a su conclusión lógica.
El ahorro, como tal, no es posible con papel que no se puede convertir.
Al ahorrar, el asalariado deja de lado una porción de sus ingresos; es decir, consume menos de lo que produce. Su intención básica es poder cambiar sus ahorros por alimentos y otros bienes cuando ya no pueda trabajar. Sería ventajoso que prestara sus ahorros a una empresa productiva para obtener mayores rentas de su dinero, pero esto no es esencial para el concepto. La clave es que pueda conservar el valor de sus ahorros a lo largo del tiempo. El oro y la plata tienen esa virtud, el papel no.
En esencia, el papel moneda es un préstamo que toma el estado. A diferencia de una empresa productiva, el estado no se está endeudando para aumentar su producción. El estado no produce nada, sino que consume. El estado se endeuda para consumir sin la menor intención (ni capacidad) para pagar sus deudas. Por lo tanto, los «préstamos» son falsos. Nunca serán pagados.
El oro y la plata son valores positivos: pueden ser acumulados, como cualquier otro bien tangible. El papel moneda es un valor negativo: es sólo deuda. No hay manera de «guardarlo», su valor siempre cae y al final llegará a cero.
El papel emitido por el gobierno va perdiendo valor de forma gradual, pero luego lo hará de manera súbita. Ahora estamos en la fase gradual. Esta fase terminará sin mayor advertencia que no sea otra que el oro entre en «backwardation» (precios «spot» más altos que los precios a plazo).
Los ahorros en papel moneda son perversamente convertidos en especulación. Las personas se ven obligadas a participar en una burbuja tras otra. Los que siguen ciegamente a la manada en la burbuja siempre terminan transfiriendo su riqueza a aquellos que canjearon sus papelitos primero. Las personas que compraron casas entre 2004 y 2008 en Estados Unidos aún no se han recuperado. Por lo menos aquellos que depositaron sus dólares en una cuenta bancaria no han perdido tanto (todavía). Cuando los mercados finalmente se den cuenta de que los depósitos bancarios están respaldados por hipotecas sobre viviendas que valen de un 25% a 50% menos que los valores de la hipoteca, los que pusieron su dinero en el banco perderán más.
En algún momento la gente descubrirá que no puede ahorrar en dólares (los que no caigan en la cuenta pasarán a ser económicamente irrelevantes, ya que su riqueza les será quitada de las manos). El ahorro es un requisito previo para la inversión. La inversión es necesaria para que las empresas crezcan, desarrollen nuevas tecnologías, productos y mercados. El crecimiento es necesario para contratar a nuevos trabajadores.
Dado que las empresas existentes logran una mayor productividad del trabajo y no necesitan tantos empleados para realizar el mismo trabajo, despedirán a los que no sean necesarios. En un mercado libre los desempleados serían rápidamente contratados por las empresas en crecimiento o en expansión. Pero el alto desempleo estructural hoy en día se remonta a la receta de Friedman (que consiste, entre otros, en mayor intervención del estado).
El debilitamiento de la moneda no sólo desincentiva el ahorro, sino que también debilita los negocios que tienen que mantener la moneda en sus balances y que tienen que importar algunos de sus insumos.
Cuando una moneda pierde valor, entonces todos los que la tienen incurren en una pérdida. No es posible contratar a trabajadores y dirigir una empresa en un país sin tener una cantidad importante de su moneda. La devaluación de la moneda implica, por tanto, pérdidas constantes a las empresas que tratan de operar en este entorno.
En base a lo anterior, sumado al hecho de que el costo de los productos importados están en constante aumento con respecto al valor de la moneda en caída, se puede observar otra cuestión que pone en evidencia la falsedad de las afirmaciones de Friedman. En muchos casos, como lo es en el de la manufactura de productos modernos, el coste de mano de obra representa un porcentaje pequeño de su coste total.
Guarde su dinero para comer en oro y plata. Esta es la mejor manera de protegerse de este régimen de locos. Si desea especular, asegúrese de que arriesga sólo el dinero para el café de la sobremesa.
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