Economista Descubierta

Octavo mandamiento

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Decía el catecismo que yo estudié que para hacer una buena confesión se tenían que dar varios requisitos. A saber: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.

El recurso de la disculpa siempre me ha parecido un método infalible para desarmar al oponente, sobre todo cuando éste está enfadado. Yo la he usado mucho en el pasado y suele dar muy buen resultado. Principalmente porque se suele asociar el perdón al resto de los requisitos. A saber: el dolor de los pecados, el propósito de enmienda, etc.

Y ahí está el error, que una cosa es ofrecer disculpas, por públicas que sean, y otra cosa es estar mínimamente arrepentido de los pecados o las faltas o tener mínimo interés en enmendarlas.

Ya sé que yo tengo un discurso judeocristiano rancio y apestoso, pero no puedo evitar exigir el resto de los requisitos a los culpables. Incluido el cumplir la penitencia. Me da igual que sean terroristas o reyes, no sirve con decir «lo siento», además hay que cumplir con la penitencia.

En este caso, también cabe preguntarse si esto es como el anillo de Giges, y uno sólo se comporta de manera irreprochable cuando le observan, porque cuando no tiene testigos ni delatores es tan amoral o inmoral como le viene bien en cada momento. Vamos, como los que se meten el dedo en la nariz cuando creen que nadie les ve, la ética como imposición social y no como comportamiento libremente elegido.

Cabe naturalmente una ética relativista y situacional, comparativa y disculpatoria, que no analiza el hecho en sí, sino en relación con las circunstancias, como si de atenuantes en derecho penal se tratase.

No es mi asunto ahora entrar en detalles de alcoba de un viejecito porque no soy su hija y no seré yo quien juzgue lo que no ha visto. A partir de determinada edad, como en el caso de Strauss-Kahn, se trata sobre todo de no hacer el ridículo ni de perder los papeles por cualquier peliteñida, me da igual que sea Marina Mercante, Pilar del Río o la tal Corinna. La ejemplaridad por omisión, o el aguante como circunstancia para la supervivencia y, sobre todo, por razones del buen gusto.

Y, por supuesto, pedir perdón en estas circunstancias no incluye dar explicaciones. Y eso, de nuevo, me parece una estupenda salida, porque dar explicaciones es acusarse, cuando de lo que se trata es de disculparse y a ser posible, pasar de largo y de puntillas.

El recurso a la equivocación y la ausencia de explicaciones es una maravillosa huida hacia adelante; y saber utilizarla y que cuele, de un candor emocionante: “¿Qué más queréis que haga, hijos míos? Me equivoqué, lo siento, y no lo volveré hacer más”. Y las hienas de ayer, aplauden hoy emocionadas, cuando de toda la vida de Dios, París bien valió una misa, una confesión o lo que hiciera falta. Que al fin y al cabo el que no gana, gasta; y el exilio, por lo visto, es carísimo, y cuando tienes que mantener varias familias, se te pone en un pico.

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