Economista Descubierta

Ni Barbies ni Monsters High

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Que yo soy una madre castrante que pagará las consecuencias en el futuro lo tenemos todos claro, pero que mis hijas algo aprenderán por el camino de la frustración ya se lo avanzo yo también. Y cuando sean mayores, que se lo hagan ver.

Mi hija se ha descolgado pretendiendo que le compre un disfraz de Draculaura, que se me antoja una bicha como las hijas de Zapatero, con unas doce tallas menos. Ya se podrán imaginar cual ha sido la respuesta.

1) No estamos en fechas de comprar disfraz alguno y, si quieres un disfraz, se lo pides a los Reyes; toda vez que Papá Noel no entra en esta casa, y si lo hace, se le echa a patadas.

2) Bajo ninguna circunstancia va a ir una hija mía vestida de “gótica-anoréxica-comercialmente-explotada” por muy de moda que esté.

3) Me da igual que la niña de tu clase, que lo tiene todo y ya ha ido a Disneylandia tres veces, la tenga. Afortunadamente, nosotros no tenemos tanto dinero pero tenemos más criterio.

4) Está prohibido decir “cómprame”, “quiero” y “quiero que me compres”.

No sé cuanto tiempo podré limitar el entorno amenazante, aunque ya devolvimos amablemente una Barbie, porque a estas alturas del campeonato a la Economista le da rigurosamente igual quedar como el culo y quedar como esnob o como malagradecida. Debe ser que efectivamente tengo 60 años como decía un tuitero cabreado. No necesito de la aprobación social para educar a mis hijos y me precio de tener bastante más sentido común que la mayoría. Modesta que es una.

Mi hija se puso como una hidra, la madre que regalaba me miró como si yo fuera de Trántor y yo me quedé más ancha que larga. Es cuestión de esperar a que se pase de moda la escuálida fea esa y sobrellevar como buenamente pueda la presión de las necias que me rodean.

Cuando uno escolariza a sus hijos se encuentra, de repente, con los padres de los niños del colegio. Personajes nuevos en la historia de uno, que aterrizan en tus fines de semana y a poco que les dejen, se instalan. Y claro que quiero saber quienes son los padres de los niños del colegio, pero de ahí a frotarme con desconocidos hay un paso. Y si los padres de los niñas (o las madres) quieren vestir a sus hijas de Lolitas y creerse que son sus hermanas mientras las atiborran de chuches, servidora tiene más que nítido que en el colegio vaya y pasa, pero que en el tiempo libre, ni agua oiga, ni agua.

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