Economista Descubierta

Leydidayán (Usted y la Telefónica)

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Hay compañías de las que no se puede ser ni cliente ni empleado. Quizá antes se podía ser accionista, pero tampoco. Hay dividendos que huelen a mierda y, sinceramente, cuesta mucho quitarse la mugre de las uñas.

Telefónica es una de esas empresas con las que idealmente uno no debería tener trato alguno, pero que desgraciadamente siempre terminan cruzándose en tu vida. Entre mis odios más furibundos y antiguos se encuentra el odio hacia Telefónica. Me da igual que ahora se llame Movistar o como quiera.

Ya sé que el resto de compañías son igual de cutres y la atención es igual de mala, pero al menos son más baratas. Telefónica es mala, pero cara. Telefónica va a ir al infierno, con Alierta y Urdangarín a la cabeza. Porque robar a lo mejor ya no es delito, pero sigue siendo pecado.

Hay varias razones por las cuales no se puede ser empleado de Telefónica. Da igual que dé beneficios o le salga el dinero por las orejas, da igual que sus empleados sean cualificados, da igual que sean trabajadores o sean vagos. Telefónica ha ido fulminando a sus empleados y convirtiendo a todos sus convenios en costes variables, tercerizables y prejubilables.

(Coste variable el de Urdangarín y su doctorado en Ingeniería Superior de Telecomunicaciones, por cierto).

Una vez convertidos en costes variables y convenientemente outsorceados, los empleados de las nuevas compañías radicadas en vaya usted a saber en qué país donde seguro que se respetan muchísimo la protección de datos y los derechos humanos, ya no son ni empleados de la Telefónica, ni de Desatento, ni de ninguna compañía conocida. Los subcontratados de los subcontratados ya no saben ni para quien trabajan, ni mucho menos les importa usted y su problema.

Se llaman Leydidayán y Marisleisis, Mohamed o Fátima y son desertores del arado, sea andino o del Atlas. Les importa un pimiento tú y tu reclamación y están programados para repetir siempre lo mismo, da igual que le mientes a la madre o a su hijo.

Bastante tiene con ver como le roban de la nómina o como le cambian el contrato para hacerlo aún más variable. Si le cabreas mucho, te cuelga; y si no le pagas, te corta el teléfono. Telefónica tiene el PODER. Leydidayán tiene el poder. No puedes reclamar en ningún sitio. Estás muerto y tu teléfono también. No puedes hacer nada. Ni siquiera puedes llamar a los nietos de Alierta y decirles que los reyes son los padres, porque Alierta no tiene hijos. Alierta sólo tiene inversores, dividendos, edificios en alquiler en mitad de la nada y muchas leydidayanes y muchos mohameds.

Como Telefónica ya no tiene empleados, tampoco puede tener clientes. Tiene desgraciados atendidos por máquinas expendedoras y máquinas expendedoras acostumbradas a tratar con desgraciados. Es curioso que una compañía sin empleados ni clientes pueda tener tanto poder.

Por último, Telefónica tampoco puede tener ya accionistas. Puede tener, porque siempre hay gente a la que le da igual la procedencia de los dividendos, pero los accionistas ya no existen, ahora existen los llamados «inversores institucionales», o sea, la famosa horda electrónica.

Sé que hay quien opina que pierdo el tiempo cada vez que me enzarzo en una discusión con las ratas de la Telefónica, pero a mí me desahoga poder recordarle a Leydidayán que ella tendrá el poder, pero se llama Leydidayán, y eso es gravísimo, y en el Paseo de la Castellana sí hay un Corte Inglés, aunque ella no sepa ni lo que es una cosa ni la otra, ni con ese nombre le figure nada.

Y luego, por supuesto, para los que tenemos fe, queda el infierno.

La Economista Descubierta en blogspot.com

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