Entre los banqueros de inversión y las princesas de barrio

El mundo del común de los mortales, o al menos con el que yo me trato con mayor frecuencia, está en ese termino medio gris, turbio y matizado que nos sitúa entre los banqueros de inversión y las princesas de barrio, dado que no hemos sido reclutados para la causa ni en Wharton ni en un botellón en un polígono.
Como dirían en Jerez de la Frontera: «Nosotros somos corrientes». Así que hoy me he leído ávidamente dos artículos sobre dos poblaciones casi antagónicas. A saber, un artículo que defiende a los banqueros de inversión (o al menos les exonera de culpa alguna, toda vez que han estado muy mal vistos) y un reportaje sobre princesas de barrio, fiel producto y reflejo de la televisión española. Y el caso es que he transformado la avidez en desinterés y, al final, los he digerido impávida como quien lee un artículo sobre la reparación de máquinas industriales de coser.
La equidistancia y ser de Trántor es lo que tiene, que favorece la perspectiva.
En cualquier caso, no dejo de entender que los banqueros de inversión estén mal vistos, igual que lo están los controladores aéreos, cuando anda la clase media aprendiendo a remendar calcetines y comiendo pollo en lugar de filete y a ellos se les percibe como puros vividores de la transa. Ser es ser percibido, qué le vamos a hacer.
De todos modos, mucho me temo que el asunto «reputacional» les debe traer más bien al pairo, porque estoy convencida de que a partir de determinado número de ceros a la gente no le importa la reputación ni, mucho menos, la ética. Las putas caras nunca tuvieron mala conciencia, no te digo ya las vocacionales. Los billetes, a fuerza de ser muchos, ganan siempre en dignidad.
Yo conozco bien a los banqueros de inversión y, simplemente, no están en mi frecuencia de habitante de Trántor, ni me cambiaría por ellos (ya saben que en el Sitio Elegante hasta las secretarias eran marquesas, así que siempre he pensado que no es una cuestión de pasta, sino de estilo). Además, las finanzas me aburren que me matan. No tanto como las telecomunicaciones, pero casi. Y si ya el banquero de inversión es un teleco redimido, entonces directamente me apeo un piso antes. Soy poco impresionable, me temo.
El otro extremo es el de las princesas de barrio y los grandes hermanos, caspa teñida de zafiedad y ordinariez, que sí están mal vistos pero que están absolutamente despreocupados, como si fueran banqueros de inversión ajenos al «impacto reputacional».
Los chulos baratos tampoco tuvieron nunca mala conciencia, debe ser porque la ética y los ceros de las cuentas corrientes tiene una extraña relación que empieza a desaparecer tanto cuando tiende a cero como cuando tiene a infinito. Al final va a resultar que la ética es patrimonio de los corrientes.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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