Economista Descubierta

El problema de los Universales

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Por circunstancias ajenas a este cuadradillo que me dejan en este sitio tan sesudo, ha caído en mis manos el manual de lenguaje de género de la UNED. Si ya llevaba de pena los exámenes, como tenga que utilizar el lenguaje políticamente correcto que se estila, voy directa a septiembre, que como todo el mundo sabe es el mes en el cual no se cosechan sobresalientes. La verdad es que me da, además de mucha rabia, ver a donde van mis impuestos y mi sacrificado IRPF, mucha pena y mucha vergüenza ajena. No pienso hablar mal porque no les guste a las del género, ni a mí me construye ni me deconstruye nadie, que bastante tengo con mantenerme fiel a mí misma y no engordar demasiado antes del verano, que es la época de adquirir los flamantes tres kilitos productos de la siesta y el gintonic. Faltaría más.

Van éstas que para un día que salen, van a Pekín, les cuenta cuatro tontadas, les hacen diecisiete observatorios e incluso un ministerio y hala, se lo crecen. Toda la vida luchando para salir adelante para que lleguen cuatro fanáticas y nos pongan a disertar sobre la lucha y la deconstrucción. Vamos, que me niego al lenguaje políticamente correcto y pienso seguir llamando viejos a los viejos, porque los hechos son tozudos, y una cosa es ser mayor (comparativo) y otra ser viejo (y ojalá lleguemos, por cierto). Y no sé porqué les gusta más lo de invidente que lo de ciego, cuando la propia ONCE no ha quitado la C. Por no hablar de los dichosos progenitores, desterrados los padres al limbo y las madres a la lactancia de dos años, porque mucho avance en la gramática, pero el caso es intervenir y organizarnos la vida.

Además, para mayor abundamiento, he presenciado, for once in life, un desfile de modelos, o como se llame ahora, lleno de maniquís cual percha perfecta: altas, delgadas y de brazos antigravitatorios. Guapas, claro que sí, pero tan irreales como los esos seres sin sexo, sólo con género, o neutras, eso sí, también, de puro ambiguo de su cuerpo. De la ropa, ni hablamos, cara pero rara, o sea, el “antiAmancio”, cuyo nombre bendigo.

La verdad sea dicha, me parece un atraso andar buscando definición eterna de quiénes somos, y qué nos define, con la que está cayendo y como si la búsqueda del nombre o del icono fuera a resolvernos los problemas reales. A saber, tres cosas hay en la vida: salud dinero y amor; y ni el manual de la UNED ni el modelo imponible parece que vayan a resolvernos ninguna de las papeletas. Sobre todo teniendo en cuenta que la discusión creo que la empezaron los presocráticos y desde entonces ahí seguimos enmarañados, por muy originales que se crean estos pensadores subvencionados.

Me revuelvo ante las imágenes de las lolitas que pueblan las revistas y las publicidades de ropa infantil. Qué manía malvada de sexualizar la infancia y convertir a las niñas, por narices, además, en pequeñas barbies que no pueden ni ser gordas ni ser niñas, mujeres obligadas a ser sexualmente deseables desde los siete a los setenta y siete. Déjenme en paz, por Dios, a mí y a mis hijas, y ni me obliguen a ser un escobón sin teñir entre monja alférez y portero de la finca o una barbie esquelética y rellena, que le pide a los reyes una liposucción.

Estoy harta de esta manipulación, entre las del género y su cruzada antitodo lo que huela a feminidad corriente y su obsesión por la persecución machista, y la utilización perversa de la mujer como permanente sujeto de manipulación vestido de tendencia y pestañas rizadas.

Digo yo que algún sitio deberíamos tener la mayoría. Las que jugamos indiferentemente a las cocinitas o a los puzles y no nos preguntamos si estamos educando para la igualdad o para divertirnos. Estoy cansada de que me digan cómo y qué tengo que enseñarles a mis hijas para que, total, el día de mañana tengan que quedarse en su casa a cuidar de sus hijos y de sus padres porque no se pueden pagar a la marmota, a lo mejor muy guapas y muy delgadas, o terribles y llenas de prejuicios antimasculinos, pero incapaces en suma ni de freír un huevo ni de leer a Kant sin atragantarse. Generación de inútiles manipuladas por unos y por otros y condenadas a no sólo no entenderse sino a odiarse a sí mismas, con lo tranquilas que estábamos haciendo lo que buenamente podíamos, más o menos jorobadas, pero vamos, como los hombres, que tampoco lo tienen fácil, que digamos.

La Economista Descubierta en blogspot.com

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