El capitán del barco

Está todo el mundo indignado con el capitán del barco porque huyó antes que las ratas y, por supuesto, que las mujeres y los niños. Que si qué cobardía, qué desfachatez…
Y la verdad que yo no sé de qué se asombran, como si no lo viéramos a diario. Lo del barco, a lo mejor no tanto, porque los barcos son de suyo voluminosos y los naufragios literarios, pero lo de huir como un cobarde, mintiendo y esperando que no le pillen, está a la orden del día.
Se espera de los directivos, igual que de los políticos, ejemplaridad y espíritu de empresa, incluyendo, por supuesto, a los empleados, que digo yo que algo harán para que las empresas funcionen. Pero no.
Ni en los políticos ni en muchos de los directivos se estila la ejemplaridad. Cuanto más arriba suben, más egoístas y más pagados de sí mismos se vuelven. Debe ser verdad aquello de que el poder corrompe, porque efectivamente es más fácil ser honrado y ejemplar cuantas menos ocasiones se tienen para ser chorizo y maleante. No sé. A lo mejor sólo somos honrados cuando nos miran y si nos ven, anillo de Giges al canto.
Vamos, que probablemente Urdangarín dando balonazos no era tan tramposo, porque tenía público, pero en cuanto pudo, se escaqueó de la mili…
Cuando el Sitio Elegante empezó a irse al carajo, entre otras cosas porque sus directivos empezaron a pensar sobre todo en ellos mismos, empecé a dejar de creer en los recursos humanos y aprender muchas cosas sobre lo que no se debe hacer pero la gente hace: mentir, ocultar, protegerse, amigarse, desamigarse y, sobre todo, salvarse el culo (propio).
Ese día el Sitio Elegante dejó de ser elegante y, los que no estábamos en la cubierta ni en los botes, vimos como el capitán y sus oficiales se inventaban un disgusto horroroso y a los demás nos dejaban primero a la deriva y luego nos abordaban los piratas. Date por vendida en el mercado de esclavos.
Ahí dejé de creer en los recursos humanos y si no dejé de creer en los humanos era porque todavía tenía madre y había Organización Nacional de Transplantes. Como todos pueden intuir, me quedan fotogramas para haber perdido por completo la fe en el género humano.
Dicen algunos que lo tremebundo es que el capitán, además de huir, sea desobediente y mentiroso… pero a mí me parece irrelevante. Lo que es de octava división es que uno se haga capitán de barco si tiene miedo a ahogarse y está dispuesto a dejar a la gente tirada a pesar de la que se te viene encina.
Oiga, que va en el sueldo salvar al pasaje y además le hacen funeral de estado y hasta le ponen una calle en un su barrio. Que sus hijos se sentirían siempre honrados y no como ahora, que hasta sus nietos les van a sacar cantares… Schettino… Cobarde.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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