Álvaro Santana Acuña

La fabulosa transmutación del trabajador en turista (I)

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Toda la desgracia de los hombres
viene de una sola cosa, que es no saber
quedarse en reposo en una habitación.
Blas Pascal, Pensamientos

Advertencia: Se desaconseja la lectura si usted está disfrutando de sus trabajadas vacaciones.

Imagen del exterior del museo Louvre

Museo del Louvre

Presencié la transmutación el primero de mayo en París. Era domingo. Temprano, desde las ocho y media, una fila babélica de turistas crecía y crecía, aguardando a las puertas del Museo de Orsay. Esperaban los turistas abrigados y callados, acaso contentos de que el sol le fuese ganando la batalla al frío mañanero.

Faltaban diez minutos para la apertura a las nueve y media, pero en el interior del museo no había nadie.

De golpe, la fila se disolvió como una ola de mar desdibuja una línea trazada sobre la arena. Las lenguas y etnias de los cuatro rincones del mundo se arremolinaron frente a un cartel que hasta las nueve y veinticinco había pasado desapercibido. En letra pequeña, los turistas leyeron en tres idiomas: «Cierre todos los lunes y los 1° de enero, 1° de mayo y 25 de diciembre». Cerrado, sí, cerrado por el Día Internacional de los Trabajadores.

Tras leer la letra pequeña, varias bandadas de turistas huyeron despavoridas (como los pájaros de Hitchcock) hacia las demás atracciones por visitar. Pero otros, la mayoría, echaban azufre por la boca, despotricando contra tamaña injusticia. En ese lugar y tiempo, esa mañana diáfana de primero de mayo en París, esos turistas bramaban: «Estoy de vacaciones».

Aunque el museo cerró para celebrar los derechos del trabajador, la mayoría en la cola babélica sintió que el cierre vulneraba sus derechos como turista. En otras palabras, los allí presentes padecían turistitis: la negación del ser un trabajador y aceptar sólo su «ser turista».

En efecto, la vacación es un ámbito que desmemoria al trabajador respecto a su condición cotidiana. Y además altera su percepción de la realidad: el trabajador se transforma en turista pero no se considera uno de ellos; turista son los otros.

La transmutación del trabajador en turista es uno de los cambios sociales más fascinantes del siglo XX, y no menos revolucionario que la emancipación de la mujer en gran parte del planeta. El nacimiento del «ser turista» es un capítulo que precede la llegada de nuestra era de El manifiesto consumista. Gracias a la multiplicación planetaria del turista se pudo pasar del mundo de la producción al del consumo. Si hoy un ciudadano del primer mundo se siente más consumidor que miembro de una clase social es porque, entre otros fenómenos, las clases medias y obreras comenzaron a peregrinar por el planeta como turistas desmemoriados y ante las puertas de museos o en una terminal de aeropuerto empezaron a preocuparse más por esgrimir sus derechos como consumidor que como trabajador.

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«El turista se ha convertido en uno de los seres mitológicos del capitalismo»

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La transmutación a las puertas del Museo de Orsay demuestra que, hoy por hoy, los intereses del consumidor y del trabajador (que paradójicamente son la misma persona) se han vuelto incompatibles. Desde hace décadas asistimos a la erosión de los derechos del trabajador para proteger los del turista. ¿Por qué? Porque en esta era la energía que mueve los engranajes del capitalismo no proviene del trabajador, sino de la persona en la que uno se transmuta después del trabajo (el consumidor) o durante las vacaciones (el turista). Por tanto, no es extraño que el turista se haya convertido en uno de los seres mitológicos del capitalismo; un cruce entre el homo œconomicus y el homo ludens.

En los últimos ciento cincuenta años, el turista es una de las formas de ser humano que más ha evolucionado. Hoy, coexisten desde el turista multibillonario que se hospeda en la exclusivísima isla de San Bartolomé hasta el turista errabundo del couchsurfing, pasando por el turista jet-set de Saint-Tropez, el turista bo-bo del glampling o el turista clásico de «espaldas quemadas». Cada nueva temporada el «ser turista» evoluciona otro poco.

El trabajo de ser turista

El ser turista constituye otro trabajo. Las vacaciones ya no sólo son un derecho, sino que se han transformado en una forma secreta de trabajo. En período vacacional, el trabajador-turista come más, bebe más, duerme más, debería hacer más el amor y/o pasar más tiempo con sus niños (¡qué remedio!); también chapurrea más lenguas extranjeras, acaso consume más y sin duda visita más. Por eso, retornará de su trabajo vacacional más fatigado de lo que volvió a casa el último día de su trabajo cotidiano.

Para entrar al museo, los visitantes frustrados de Orsay madrugaron un domingo vacacional, porque para el resto de la jornada tenían una apretadísima agenda de actividades… pasearse los Campos Elíseos arriba y abajo, regatearle a un top manta el precio de una réplica de la Torre Eiffel, explorar el barrio de Le Marais, subir las escaleras interminables al Sacre Coeur, entrar a la iglesia de Notre Dome, atiborrarse de croissants y embuchar vino o champán, comprar en Printemps, Louis Vuiton, Galeries Lafayette, a un bouquiniste

Aventurarse en el Museo del Louvre es harina de otro costal. Palabras mayores sin duda. Salvo por algún padre que arrastra a sus hijos sala tras sala, normalmente el trabajador-turista deberá recorrer el museo en un puñado de horas hasta que, con el mapa del tesoro en la mano, encuentre las salas donde se esconden La Gioconda y La Venus de Milo. Y es que visitar el Louvre con calma le tomaría (se calcula) dos meses en horario de ocho de la mañana a cinco de la tarde, con una hora de descanso para almorzar. En resumen, unas 320 horas laborales. Demasiado trabajo.

Pese a volver más cansado de lo que se marchó, el turista-trabajador regresa con un gran trofeo: el souvenir. Como el militar que, batalla tras batalla, colecciona cicatrices y medallas, el «ser turista» colecciona souvenires y deudas. En algún lugar del salón estará la Torre Eiffel a la que le regateó dos euros y seguramente de la puerta de su nevera colgarán otros alegres souvenirs, mientras su cuenta bancaria se habrá teñido de números rojos.

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«Del derecho a las vacaciones hemos pasado al trabajo de las vacaciones«

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Del derecho a las vacaciones hemos pasado al trabajo de las vacaciones. Ya sea paseando a toda pastilla por la Gran Galería del Louvre para encontrarse cara a cara con La Gioconda o bajo el techo de nuestra propia casa (trabajando en chapuzas pendientes como reformar el baño), el tema y lema de las vacaciones de la era consumista es: «sea productivo». La pereza es un pecado capitalista.

(Continuará… en agosto.)

Recomendaciones veraniegas sobre turismo:

  • Fernando Estévez González, «‘Souvenirs’ y turistas», El País (18/08/2007).
  • Alain Corbin, El territorio del vacío: Occidente y la invención de la playa, Barcelona, 1993.

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