Álvaro Santana Acuña

Manifiesto (del individuo) consumista (y II)

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Imagen de jóvenes manifestantes en Túnez

Jóvenes manifestantes en Túnez

En la primera entrega escribí que “la masa revolucionaria del comunismo ha sido reemplazada por la fila disciplinada del consumismo”. Hoy, en vez de declarar la guerra al capitalismo, el comprador domesticado aguarda su turno a las puertas del comercio para consumir productos flamantes y tentadores como el iPad 2. El resultado es que, en nuestros tiempos, la mayoría (cuanto más adolescente, más evidente) sólo aspira a cambiar el mundo para poder consumirlo mejor.

¿Es el consumismo individualista exclusivo del mundo occidental? Así parece. Mientras individuos en más de treinta países en cinco continentes consumen el iPad 2 como maná, sólo en el mundo árabe continúan las revoluciones con el objetivo de cambiar la realidad. Pero ni es oro todo lo que reluce, ni es una revolución todo lo que hace ruido. En el mundo árabe, desde fines de 2010, los movimientos colectivos de protesta los encabezan sobre todo jóvenes menores de 35 años. Es decir, el mismo grupo de edad al que pertenecen los protagonistas de la primera entrega: el intrépido Alex Shumilov y el contrabandista ruso de los trece iPads 2.

Según estadísticas de 2010, en Egipto, más del sesenta por ciento de la población tiene menos de 35 años. En Túnez, el porcentaje es similar. Los menores de 35 años también constituyen la mayoría en otros países con manifestaciones y enfrentamientos armados: Marruecos, Libia, Yemen y Siria. La excepción que cumple la regla es Omán.

Desde occidente, los medios de comunicación pregonan que el mundo árabe lucha por la democracia. ¿No será que sus jóvenes quieren consumir la democracia? ¿Acaso la población menor de 35 años no estará luchando, a diferencia de sus padres y abuelos, por instaurar un régimen político que proteja su derecho de vivir como el consumidor occidental? Así lo recriminaba a fines de marzo frente a las cámaras de Euronews un joven libio enfundado en una camiseta de fútbol del Real Madrid y, dos días después, ante el mismo medio, un joven tunecino con unas oscuras Ray-Ban sentado en un tren italiano camino de una Francia blindada para emigrantes como él.

En Egipto, Túnez, Libia, Marruecos, Yemen y Siria, los menores de 35 años se han convertido en mayoría por varias causas. (1) La mejora sustancial de la calidad y esperanza de vida, espoleada por la expansión del sector servicios, una economía más diversificada y el crecimiento de un sistema bancario que no quebranta la ley islámica, la cual condena la usura. (2) El aumento de la inmigración hacia países europeos y el consiguiente flujo de remesas migratorias. Y (3) la paulatina modernización del estado. Esta última causa puede sorprender al lector. No en vano, los medios occidentales nos presentan los regímenes de estos países como políticamente corruptos y atrasados. Sin embargo, desde los años noventa del siglo XX, sus infraestructuras públicas y sociedad civil se han modernizado progresivamente.

La modernización estatal no es una causa desconocida entre los europeos. Al investigar la Revolución francesa de 1789, Tocqueville explicó en El Antiguo Régimen y la Revolución (1856) que la monarquía absoluta aceleró su propia caída al modernizar el estado. Durante sus reinados, Luis XV y Luis XVI lideraron la modernización de la burocracia, las obras públicas, el ejército, la sociedad civil, la ciencia y las artes. Además durante el reinado de Luis XVI comenzaron a modernizarse dos instrumentos sin los cuales el estado moderno no sobreviviría: el censo de población y el catastro. Ante tal esfuerzo modernizador de la monarquía francesa, Tocqueville concluyó que la verdadera revolución ocurrió antes de la revolución de 1789.

Los jóvenes de Túnez, Marruecos, Libia, Yemen, Siria y Egipto son mayoría; viven en un estado más moderno que en el que nacieron sus mayores; y también disfrutan de mejores condiciones materiales de vida. Y como resultado estos jóvenes tienen unos niveles de subsistencia nuevos. En otras palabras, se diferencian de sus padres y abuelos al decidir qué es un producto de primera necesidad.

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«Las revoluciones y revueltas del mundo árabe se hacen en nombre del consumo de la democracia»

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Retomemos por un instante el caso de la Revolución francesa . En los libros de Historia y en los medios de comunicación, se nos sigue contando que esa revolución fue una lucha por los derechos democráticos de la libertad, igualdad y fraternidad. Hoy, para la mayoría de los medios occidentales, la misma lucha democrática se libra en el mundo árabe. Mientras, a partir de 1789, el pueblo francés actuó impulsado por el deseo creciente de guillotinar las cabezas corruptas de los miembros de la nobleza, el clero y la monarquía, apenas dos siglos después, el mundo árabe está combatiendo regímenes corruptos y contrarios a los deseos democráticos del pueblo.

Toda revolución engendra sus propios mitos. La francesa no es una excepción; cuando en el invierno de 1792 escasearon los alimentos y la especulación infló los precios, la revolución se radicalizó. Pero el mito se diluye si descubrimos que la revolución no se radicalizó cuando aumentaron los precios de alimentos de primera necesidad como el pan, sino al subir los precios del azúcar y el café. O sea, productos que en la Francia de 1750 y aún hoy en varias partes del mundo no se consideran de primera necesidad.

Sin embargo, como investigó el historiador Colin Jones, poco a poco, décadas antes de la Revolución de 1789, el azúcar y el café dejaron de ser artículos de lujo y se convirtieron en productos de primera necesidad para las clases bajas urbanas de París. Al escasear e incrementarse sus precios a fines de 1792, diferentes clases sociales se manifestaron violentamente y, pronto, la revolución se radicalizó. Apenas medio año después comenzó el Terror, encabezado por Robespierre y reglamentado por la guillotina cortacabezas.

La inmolación de Mohamed Bouazizi va camino de convertirse en el origen mítico de la conocida como “revolución tunecina”. El joven de veintiséis años Bouazizi era un vendedor ambulante sin licencia de frutas y verduras en Sidi Bouzid. La policía incautó su mercancía en varias ocasiones. Pero Bouazizi la recuperaba, previo pago de la multa y/o un soborno. No sucedió así el 17 de diciembre de 2010. La venta sin licencia de Bouazizi fue reprimida por la policía de un estado en vías de modernización, pero corrupto como la monarquía de Luis XVI.

Mientras Bouazizi agonizaba, la ira colectiva se expandió por las calles y sobre todo por un nuevo espacio de masas más anónimo: la esfera virtual. Precisamente en ese espacio se encontraron la ira colectiva (canalizada por Facebook y Twitter) y las explosivas revelaciones de WikiLeaks sobre la corrupción en Túnez y otros países árabes. Pero, ¿quién estaba detrás de las pantallas de ordenador y de móvil? En esa esfera virtual ocurrió, en efecto, un cambio revolucionario. Se encontraron los jóvenes menores de 35 años y su manera de entender el régimen de necesidades primarias; tan diferente del de sus padres y abuelos.

Para usar Facebook uno necesita acceso a un ordenador. Para usar Twitter uno necesita también un ordenador pero sobre todo un teléfono inteligente (smartphone) como el iPhone. Para concentrarse como masa revolucionaria en las calles y plazas a la hora designada y en especial para burlar a la policía y el ejército, los manifestantes emplearon sus móviles inteligentes. Pero, claro está, precisaban además de una cantidad de dinero para enviar los SMS. Como el café y el azúcar se convirtieron en una necesidad primaria entre los revolucionarios parisinos, para los jóvenes del mundo árabe, el consumo de la tecnología se ha vuelto un artículo de primera necesidad.

No es una sorpresa. Actualmente, las personas que poseen un móvil son una mayoría planetaria. Hasta el punto de que tanto, en el mundo árabe como en el occidental, son una minoría los jóvenes menores de 35 años que no tienen un móvil. (Pero sí son millones los jóvenes que no están afiliados a un sindicato). Para ellos el móvil y una conexión a Internet son un producto de primera necesidad. Pueden vivir sin comer pan a diario. Pero no sobrevivirían sin correo electrónico y SMS.

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