Los zombies

En mi casa están prohibidas las fiestas protestantes. Es decir, se obvian los cumpleaños, que son una ordinariez, y se aclaman los santos, que suelen coincidir con fiestas nacionales. Es lo que tiene ser viejo, rancio y políticamente incorrecto, que haces lo que te da la gana y tus hijos piensan que eres un friki. Como ustedes comprenderán, hace mucho que me dio rigurosamente igual lo que opinaran los indocumentados de las corralas modernas, también llamadas “urbas”.
Gracias a Dios, en mi casa hemos conseguido deportar a Papá Noel y a Jalogüín, que es una paletada carísima, que fundamentalmente tiene éxito si vives en una de las anteriormente citadas “urbas”. Cosa que no es el caso, naturalmente. En casa de la Economista no hay más bruja que la crisis, ni más monstruo que el paro, ni más zombie que el parado cercano, estado que una misma ha conocido y que todavía le ha dejado cicatrices.
En el asunto laboral, mal que me pese, soy bastante protestante. Hay que trabajar porque no somos ricos. No es de hidalgos, pero llegados a estas alturas de curso donde vaya la hidalguía y el honor, se paga las facturas y, sobre todo, aleja de los vicios de la desidia.
Y eso se lo reconozco yo en primera persona. Servidora se pasó casi un año con el rodal de la mancha de café en el plato. No podía literalmente moverme para fregar la taza, cosa que finalmente hacía cuando no tenía más remedio, a saber, cuando alguien iba a llegar y me iba a ver absorta y en pijama.
Hay que trabajar pero resulta que no hay trabajo y no hacer nada por obligación conduce literalmente a una especie de vida zombie paralela al del común de los mortales que madrugan para trabajar.
No es que el trabajo realice mucho, o al menos la mayor parte de los trabajos no lo hacen, pero además de pagar las facturas, los trabajos ocupan el tiempo y organizan el horario, que finalmente es lo más importante del día (ordenar el horario y comer cuando toca y dormir cuando es menester).
Y todavía me tengo que tragar que es que “algo estás haciendo mal” cuando no encuentras trabajo. A lo mejor lo único que haces mal es ser mayor, o no serlo, o tener experiencia, o no tenerla. En fin, a lo mejor es que cuando te sales del mercado es como cuando te quedas en coma, que no se acuerda de ti más que el que quiere desenchufarte.
El WFA estaba lleno de jubilados y marmotas, además de las desocupadas vocacionales, cuyo horario se lo ponen sus hijos, porque ellas de por sí tampoco tenían nada mejor que hacer que traerlos y llevarlos y parlotear con el resto de desocupadas de si “tu Lucía esto” o “mi Nicolás lo otro”, pero está cada vez más lleno de zombies deslucidos, que van o vuelven de revolver los cubos de basura o de recoger ropa de las parroquias.
Hace ya un par de temporadas que esto de trabajar dejó de ir de carreras profesionales y realización personal. Y sinceramente, ahora sí que da miedo.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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