Inversiones en tecnología

El domingo pasado leí un artículo de Antonio Burgos donde se definían, además de los «tontos con balcones a la calle», los tontos con botella de agua y los tontos con hijos estudiando en Inglaterra. Plagiar es terrible, pero citar se puede, y claro, las definiciones son estupendas, y se pueden ampliar casi hasta el infinito.
A mí se me ha ocurrido añadir el “tonto con gadget tecnológico” y/o “tonto en Facebook”. Debe ser porque yo no soy nativa digital o porque siempre me ha gustado más el oro cano que el aluminio, pero el caso es que comprarse la última tontada tecnológica siempre me ha parecido un derroche innecesario y la basura tecnológica inservible, irreparable e inutilizable. Como diría Mafalda: “sundescándalounabuso”.
Me encantaría decir que soy nativa digital, porque ello implicaría que soy joven, pero la verdad sea dicha, yo de joven no tengo nada. No soy vieja como mi padre, pero soy suficientemente vieja como para haber tenido un teléfono negro de baquelita posado en la mesa del despacho. Escribo cartas de vez en cuando (con sello, papel de carta y todo el kit) y no tengo BlackBerry. No tengo, pero tuve una en el Sitio Elegante, cuando nadie tenía, pero ahora, como tengo una operadora de teléfono de esas que tienen las marmotas, que no ofrece dicho servicio, pues ya no tengo.
Vaya por delante que es que a mí la mitad de las funciones del teléfono me sobran, y el día que vi la cola en la puerta de Telefónica para comprar el iPhone pensé que era un signo inequívoco del fin del mundo. Hay que ser bobo para no esperarse un poco y comprarse el modelo siguiente, mejor y más barato.
Ya saben que a mí me importa tres que en los coles haya pizarras digitales y que compro cuadernos de caligrafía Rubio, que he descubierto que todavía los venden. Hay que hacer muchos palotes, pero muchos, oiga, antes de darle con el dedito al ordenador.
Hay que ser un poco bobo, además, para utilizar el cacharrito para informar de inmediato de la situación de uno, con lo bien que se vive en el anonimato y en la confusión con el paisaje, en lugar de exponerse tontamente al ridículo público o a la demoledora opinión de los demás. Yo, cuando me levanto, no miro Facebook; y mucho menos cuento lo que hago, a saber, pis.
Conocí yo a una tecnológicamente avanzadísima directora de Recursos Humanos que presentaba en Facebook una foto suya en bikini. Ahí es nada. Qué estaba mona, pues incluso mejor que en la realidad. Pero, claro, se puede uno imaginar que pensaban los candidatos a los que entrevistaba. O a otro, que va al baño lo tuitea, que es el tipo mas asocial y mas raro que me he echado a la cara y va de estupendo en redes sociales. Y por supuesto, aunque te tuviera al lado te mandaba un email o un whassup de esos o como se llame.
Otras que se vuelven medio tontas con el último modelo de teléfono móvil son las marmotas. No hay nada más fascinante que llamar a la marmota y que te salga Juanes mientras comunica interminablemente. Móvil, por supuesto, de última generación que, naturalmente, no ha comprado con puntos porque las marmotas nunca tienen teléfono con contrato, sino sin saldo.
Me decía ayer la peluquera, mientras me llenaba el pelo de papel de plata, que la culpa de todo esto que está pasando lo tienen los Reinos de Caifás y la falta de ignorancia. Y yo creo que en su grandísima ignorancia no anda desencaminada. Y es que para qué quieres un navegador si no sabes donde vas, ni vas a entender lo que vas a ver, ni menos aún lo que te van a decir.
Vaya por delante que habrá alguno que dirá que cada uno se gasta el dinero como Dios le da a entender y que, si yo me compro un bolso, ellos se compran un móvil, y hasta ahí, libertad individual para la paz colectiva. Pero me pregunto si, en estos tiempos achuchados en los que vivimos, no merecería la pena esperar a que se rompiera el trasto antes de cambiarlo. Total, están diseñados para romperse, no para hablar por teléfono.
Y, desde luego, antes de renovar el móvil tiñoso o comprarle al niño un ordenador, voy a comprar una máquina de coser Alfa y voy a mandar a la marmota a clase, porque paso de gastarme dinero en pagar por subir bajos. La inversión en tecnología en mi casa va a ser la necesaria, y el concepto de necesidad en mi casa lo marco yo.
Ya estoy yo para decidir, que, para eso, como dijo Stalin: «confianza es buena, control es mejor».
La Economista Descubierta en blogspot.com
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