John Browne

Grecia le compra tiempo a bancos insolventes y políticos ilusos

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John Browne

La semana pasada el parlamento griego aprobó por un estrecho margen un severo plan de austeridad económica de 40.000 millones de dólares a cambio de inyectar una liquidez de 159.000 millones. Aunque muchos han elogiado esta medida como primer paso necesario del largo camino hacia la recuperación, creo que el programa de austeridad empeorará la situación. Es una solución errónea que se deriva de una premisa falsa: que Grecia debería seguir siendo parte de la eurozona y seguir utilizando el euro como su moneda. Para recuparar su viabilidad económica nacional Grecia debe abandonar el euro, que se ha convertido en una camisa de fuerza financiera. Sin embargo, los políticos griegos han podido llegar a un acuerdo secreto para aceptar las medidas de austeridad a cambio de un rescate de liquidez que le permita ganar tiempo a la UE para que ésta se consolide. Una vez que la unidad política se restaure, hemos de esperar que lleguen transferencias financieras masivas de los países del norte (Alemania y Reino Unido) para subsidiar a las regiones del sur.

Para mantener el statu quo, los prestamistas de los bancos centrales, incluido el FMI y el BCE, están exigiendo que Grecia vender unos 72.000 millones de dólares de sus activos nacionales. Los compradores serán probablemente empresas multinacionales con sede en la UE, EE.UU. e incluso China. Una venta así no servirá para restaurar la economía griega, pero transmitirá la impresión de que los griegos están pagando por sus préstamos y proporcionará cobertura a los políticos del norte de Europa que están sintiendo una creciente frustración de sus votantes que continuamente les piden pararle los pies al despilfarro de los países del sur.

Grecia pudo haber optado por abandonar el euro y devaluar unilateralmente una nueva moneda griega para hacer frente a sus deudas. Este es el remedio típico de las economías marginales que se han metido en las arenas movedizas de la deuda. Sin duda alguna, la devaluación reduciría el nivel de vida de Grecia pues disminuiría radicalmente el poder adquisitivo de sus ciudadanos. Pero el lado positivo sería aumentar las exportaciones y mejorar su balanza de pagos. Los griegos, entonces, podrían comenzar la ardua labor de restauración de su economía, manteniendo la propiedad de sus bienes nacionales.

Sin embargo, si Grecia abandonase el euro, la caída de confianza que ello conllevaría podría conducir a un colapso del euro, poniendo fin a los sueños idealistas de una Europa unificada. Los políticos están más preocupados por evitar este desenlace y no por el coste a sus pueblos subyugados a una idea.

Además, el incumplimiento de la deuda griega daría lugar a pérdidas masivas en los libros de bancos de la UE, muchos de los cuales habían sido «persuadidos» por sus gobiernos para invertir en deuda griega. Por otro lado, los principales bancos de EE.UU. se han beneficiado enormemente con la venta de Credit Default Swaps (CDS) para garantizar estos préstamos. De hecho, han asegurado unos 32.700 millones de dólares tan sólo en deuda griega. Además, los bancos de EE.UU. han invertido directamente en la deuda soberana europea. En otras palabras, la presión para mantener a Grecia fuera de la suspensión de pagos es enorme.

El euro es la segunda moneda de reservas mundiales. Su disolución podría enviar ondas de choque tremendas en un sistema monetario que ya está provocando que algunos inversores busquen protección en los metales preciosos. Un colapso del euro probablemente catapultaría los precios del oro, la plata y los alimentos. Como resultado, políticos y banqueros comparten un interés común: evitar el impago de Grecia y así salvar el euro, independientemente del efecto que lo anterior pueda tener sobre el pueblo griego.

El voto del parlamento griego para aceptar la austeridad aún no ha sido traducido a recortes específicos y subidas de impuestos, pero cuando esto se produzca, veremos cómo la resistencia de los ciudadanos superará con creces lo que hemos visto hasta ahora en las calles. En ese momento podemos esperar que este debate vuelva a tomar fuerza. Yo creo que cuando la presión se vuelva demasiado intensa, Grecia terminará adoptando un nuevo dracma.

Siempre he sostenido que la crisis de la deuda soberana se convertiría en un posible colapso de la moneda. Los inicios de esta fase final se puede ver hoy en las calles de Atenas.

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John Browne es Senior Market Strategist de Euro Pacific Capital
 
Enlace a versión original de este artículo (en inglés)

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