Luis Martín

Goodbye euro, goodbye?

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¿Sobrevivirá?

Aunque cada vez menos, insinuar que la instauración de la moneda única en Europa era una buena idea para la que no estábamos preparados no sólo resulta impopular, sino que provoca casi la misma incredulidad y exaltado repudio que cuando el presidente de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, tachaba de «antipatriotas» a quienes osaban advertir de la inminencia de la crisis económica y financiera que ahora padecemos. Sin embargo, y al igual que en 2007 se divisaban las negras nubes de la tormenta, hoy podemos presentir que se acerca otro frente de dimensiones igualmente colosales: la caída del euro.

A principios de año, el Nobel de Economía Paul Krugman elevaba el tono de las alarmas que desde hace más de una década los injustamente denominados «euroescépticos» venían activando: la arrogancia de las élites que empujaron a Europa al euro antes de que el continente estuviese preparado para asumir semejante proyecto ha supuesto que países como Grecia o España vean peligrosamente limitado su arsenal para defender sus economías y aumentar su competividad. No obstante, Krugman entendía que la caída del euro era una cuestión práctica -y políticamente- imposible de concebir, y que lo más probable era que Europa (léase Alemania) defendiera su moneda a cualquier coste con miles de millones en planes de rescate acompañados de dolorosísimas medidas de austeridad que los europeos y, con mayor severidad, los ciudadanos de los denominados miembros «PIIGS» (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España en sus siglas en inglés) tendrían que asumir durante muchos años.

Hoy, escasos dos meses más tarde, Krugman publica una nueva reflexión donde confiesa que si en febrero pensaba que la caída del euro era «prácticamente imposible», ahora está convencido de que la divisa europea corre un grave y cada vez más real riesgo de extinción. La nueva postura de Krugman sólo puede valorarse de una de dos maneras: que sus previsiones son erróneas o que la tormenta ya ha llegado. No hay medias tintas.

¿Por qué los planes de rescate no salvarán al euro?

Krugman aún sugiere (aunque parece cada vez menos convencido de ello) que la caída del euro se puede evitar si los miembros fuertes de la unión actúan rápido inyectando las ayudas que Grecia precisa para evitar su quiebra este mismo mes. El problema es que la crisis actual nos ha confirmado que los planes de rescate son medicina para aliviar los síntomas y no vacunas que extirpan el mal. La gracia de los medicamentos placebo es precisamente que el paciente desconoce que son sólo eso, placebos. Cuando el paciente sabe que no se le está curando, como mucho puede intentar engañarse a sí mismo y sentir algo de alivio, pero la enfermedad avanza de forma inexorable.

Corregir la dosis del plan de rescate griego para triplicarla y encima demorar su administración no ha hecho más que restar credibilidad al mismo y poner aún más en evidencia el deterioro del Sistema de cara a esta y futuras crisis en el seno de la unión. No sólo los «inversores» comprenden lo que ocurre y actúan en consecuencia (por mucho que los gobiernos europeos se empeñen en hablar de “ataques de especuladores”), sino que los «ciudadanos de a pie» se han dado cuenta de que el Sistema se ha roto y han perdido toda confianza en él.

Y es que la caída del euro no se producirá con Grecia, sino con España, un «PIG» imposible de rescatar.

Nadie cree que España sera capaz de adoptar las duras medidas de austeridad y reconversión económica que le presten la competitividad y estabilidad presupuestaria necesaria dentro de la UE.

Por supuesto, para nada han ayudado las erráticas y torpes medidas que el gobierno socialista ha tomado desde que finalmente aceptó que la crisis había llegado, y, peor aún, lamentable ha sido el no abordar las medidas que realmente hubiesen devuelto algo de credibilidad al país. Así, dejar el euro no será la respuesta ni el antídoto, sino una cada vez más que factible consecuencia del desmoronamiento del Sistema y la cobardía de gobiernos como el Español.

Tan sólo en el «rescate bancario» de noviembre de 2008, y el «Plan E» lanzado el año pasado, España ha superado los 60 mil millones de euros en «planes de rescate». Lo anterior, y sin contar la extensión in-extremis de los subsidios de desempleo, el coste de la consolidación (rescate) del sistema de cajas de ahorro y las nuevas y apresuradas aventuras de coches eléctricos y planes de «economía sostenible» (aún por ser respaldadas con memorias económicas)…

¿Por qué estamos tan seguros ahora de que el cheque español (que en una semana pasó de 3.600 millones de euros a 9.800) para salvar al euro (que no a Grecia) va a evitar la tragedia?

Los cheques llegarán, pasará el verano y la «prueba del nueve» vendrá en el último trimestre del año. Poco a poco empiezan a salir los trapos del Sistema a sol, y la incompatibilidad de un modelo económico y financiero arcaico queda cada vez más al descubierto. La segunda parte de la crisis financiera mundial que el analista Jorge Suárez anuncia no tarda en llegar, y esto para España puede ser terrible. Como él dice, España (y el resto de los PIIGS) carece de la necesaria «convicción sobre la necesidad de sacrificarse en aras de un futuro más estable».

Por lo pronto, queda claro que quienes, sin empleo, sin competitividad, más pobres, con mayor presión fiscal y padeciendo recortes en servicios básicos como educación y sanidad, serán los que primero que tendrán que aguantar el chaparrón para defender el papel que imprime el BCE.

La caída del euro, ¿un desastre?

Sin duda. El abandono del euro por parte de cualquier estado miembro supondría gravísimas consecuencias de todo tipo y de golpe: fuga de capitales, mayor recesión, encarecimiento brutal de la deuda pública, el coste y complicaciones técnicas inherentes a reintroducir la moneda soberana…

Sin embargo, cada consecuencia de una posible deserción de la moneda única conllevaría la adopción de reformas estructurales sí o sí: verdaderas reformas fiscales, del mercado de trabajo, de reducción de déficit… Es decir, las mismas medidas que ahora apremian, pero partiendo de que la desaparición de la moneda única no dejaría posibilidad a no implementarlas y devolviendo al país desertor el poder de controlar su política monetaria nuevamente.

Apremiarán también las respuestas fundamentales a preguntas que teníamos que habernos hecho ayer: ¿qué país queremos tener dentro de 20 años? ¿en qué sectores tenemos que invertir? ¿cómo debe de ser nuestro plan de educación para que eso ocurra? ¿seguiremos protegiendo sectores sin sentido y enviando nuestras fábricas a países donde su operación sería ilegal en el nuestro?

La realidad es a veces tan dura que es normal que hasta Krugman insista en la aplicación de los placebos. Asistimos hoy a un ejercicio de wishful thinking sobre el futuro, deseando que la mentira cuele y que sólo sean Grecia y algún que otro país menor los que sufran lo peor de una crisis que nos parecerá eterna.

¿Volver a lo mismo?

Dice el refrán que «para atrás, ni para coger impulso», y muchos entenderían la caída del euro como un paso atrás con un coste gigantesco, por no hablar de una madeja legislativa a nivel nacional y europeo muy difícil de desenredar y con fuertes repercusiones para el futuro de la unión. Lo cierto es que no se trata de dar marcha atrás. Se tratará en todo caso de una corrección de algo que no tuvo que haber sucedido tan pronto ni tan a la ligera. La idea era (y sigue siendo) atractiva, pero si de algo puede servirnos esta crisis es para comprender que semejantes ideales de convivencia de sociedades que comparten principios de igualdad económica y social obligan a que el Sistema cambie primero.

Pero nada es imposible. Si hay algo que la Historia reciente nos puede enseñar es que los muros pueden caer de un día a otro.

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