Luis Martín

«Sueño con que España apueste por la ciencia, porque así será un país dueño de su futuro» –Carlos Martínez Alonso

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Carlos Martínez Alonso

Carlos Martínez Alonso (Villasimpliz, 1950)

Premio de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1990), Secretario de Estado de Investigación (2008-2009) y Premio Nacional de Investigación (2010), su brillante labor científica es considerada imprescindible en materia de investigación de distintos tipos de cáncer, el control de la infección por VIH y la mejor comprensión del sistema inmune. Carlos Martínez Alonso nos habla de educación y del papel de la ciencia como motor de la economía.


El año pasado, Joan Guinovart, presidente de la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE), apuntaba que «existe consenso sobre la necesidad de cambiar hacia una economía basada en el conocimiento y la presente crisis presenta la oportunidad para hacerlo». Sin embargo, los recientes recortes en I+D parecen incongruentes con cualquier apuesta que impulse el cambio a un modelo soportado en ciencia, investigación e innovación. ¿Cuál es su opinión a este respecto?

“Los países más ricos son los que investigan” y lo son porque crean riqueza a partir del conocimiento generado. España ha dejado de ser un país cuya riqueza está basada en el bajo coste de la mano de obra, en la construcción y en el turismo. Éramos la novena economía, ahora somos la duodécima, y consecuentemente nuestra capacidad de generar riqueza ha de estar basada en el valor añadido del conocimiento y en la mejora de la competitividad. Para ello es imprescindible una apuesta por la educación y la formación de las futuras generaciones y por la excelencia en la investigación. En el cuatrienio 2004-2008 la política científica se orientó en esa dirección duplicando los recursos públicos dedicados a ese fin y que se tradujeron en una mayor competitividad y visibilidad de las instituciones. Sin embargo, durante los dos últimos años los recortes presupuestarios, fruto de la crisis financiera, han roto las expectativas y consecuentemente hemos sufrido una pérdida de confianza y visibilidad. Esperemos volver pronto a la senda del crecimiento y apoyo a la generación del conocimiento, en caso contrario nuestro futuro será difícil.

Esperemos volver pronto a la senda del crecimiento y apoyo a la generación del conocimiento, en caso contrario nuestro futuro será difícil.

En 2008 fue nombrado Secretario de Estado de Investigación del Gobierno de España, ocupando dicho cargo en el Ministerio de Ciencia e Innovación durante casi dos años. En su opinión, ¿a qué distancia estamos de conceder a la ciencia el trato de “cuestión de Estado”? ¿Se puede inmunizar la ciencia de los vaivenes políticos?

En mi carrera científica he contribuido y firmado al menos tres “Pactos de Estado por la Ciencia” y todavía no tenemos ninguno. Sin embargo, tanto la percepción ciudadana (los científicos y los médicos son los profesionales mejor valorados) como la de los políticos coinciden en presentar la investigación y el desarrollo como elementos fundamentales para mejorar nuestra competitividad. Desgraciadamente no siempre ese convencimiento se manifiesta en los presupuestos, pero añadiría que en los últimos años esto se ha hecho, sobre todo en los años 2004-2008. Por tanto hemos avanzado, al menos coyunturalmente en la dirección adecuada, bien es verdad que de manera no siempre lineal.

¿Es factible que España algún día albergue un “Silicon Valley”? ¿Qué nos hace falta para atraer empresas que quieran desarrollar aquí sus proyectos de innovación tecnológica?

La financiación es importante para el abordaje de proyectos nuevos y competitivos pero, además, se necesita que sea mantenida. Lo peor en ciencia son “las arrancadas de caballo y las paradas de burro” que decía Santiago Ramón y Cajal y a las que tan acostumbrada nos tiene nuestra historia. En cualquier caso se han hecho progresos muy importantes que han permitido colocar a España en la novena posición en cuanto al número de publicaciones. Ahora se trata de mantener esa posición y, sobre todo, de transformar esa cantidad en calidad, de apostar por la excelencia y retener el talento que tengamos y atraer al que necesitemos. Hoy sabemos que de los factores que determinan la ubicación de las empresas innovadoras es justamente la presencia de talento. Para lograr ese éxito es fundamental la contribución de la iniciativa privada. El porcentaje de financiación de la investigación por parte de la iniciativa privada es sólo el 42%, muy lejos del 80% en los países nórdicos o del 70% en EE.UU. Ahí nos queda un enorme recorrido.

En España deberíamos apostar por la generación de conocimiento y la excelencia.

¿Qué sectores tecnológicos, ya sea por auge o ventaja comparativa, considera que habría que potenciar con particular interés en España?

Decía Bohr que predecir es muy difícil y predecir el futuro aún más. Por otro lado, la historia está llena de grandes hombre cuyos vaticinios resultaron estrepitosos fracasos: hombres como B. Gates, K. Olson o Thomas Watson creían que ordenadores con memoria de 640k eran suficientes o que no serían necesarios los ordenadores portátiles o que los ordenadores no tenían futuro a escala global. Y ya ven donde estamos, desde el reloj a la lavadora todo son ordenadores. Personalmente, en España deberíamos apostar por la generación de conocimiento y la excelencia y, además, por aquellas áreas que parecen de futuro y donde somos razonablemente competitivos: nuevos vectores energéticos y energías renovables, salud, biotecnología, tecnologías de las comunicaciones y la sociedad del conocimiento, nuevos materiales… por citar algunos ejemplos.

[…] el paso hacia el desarrollo de una carrera “tenure” para los investigadores como en los países sajones, basada en el contrato laboral y no en el funcionariado es importante: una carrera abierta a los mejores investigadores.

En el ámbito académico seguimos generando universitarios que buscan desarrollar sus carreras científicas fuera de nuestras fronteras. ¿Hay tanta reticencia para cambiar el modelo del funcionariado científico y académico por uno que apueste por la competitividad, la importación de “cerebros” y el fichaje de nuestros mejores estudiantes?

La ciencia siempre ha sido una actividad global, hoy lo es si cabe aún más y ello implica que hay que competir por los mejores cerebros, por las mejores infraestructuras, por la mejor financiación y por aquella ubicación que permita la gestión más ágil y eficaz de los recursos. Personalmente pienso que en España necesitamos actuar sobre los cuatro puntos anteriores, pero muy especialmente sobre la flexibilidad en la gestión de recursos humanos y económicos. En este sentido, el paso hacia al desarrollo de una carrera “tenure” para los investigadores como en los países sajones, basada en el contrato laboral y no en el funcionariado es importante. Una carrera abierta a los mejores investigadores. Creo, por otra parte, que cuando esto se ha hecho, la competitividad ha mejorado. Hoy, en España, las instituciones más exitosas son aquellas que tienen mecanismos más agiles de gestión, las que tiene mayor flexibilidad y capacidad de amoldarse a los tiempos cambiantes en que vivimos. Tenemos ejemplos, ejemplos de éxito; por tanto, actuemos. Creo que la Ley de la Ciencia, actualmente en el Congreso, sería un buen instrumento para actuar en esa dirección.

Enriquecerse con el fruto del trabajo me parece lícito y legítimo, y añado, si además esa riqueza se utiliza para promover el desarrollo social, mucho mejor.

Al hilo de lo anterior, ¿está mal visto en España que un científico se enriquezca con su trabajo? ¿Hay un corsé cultural a superar?

Enriquecerse con el fruto del trabajo me parece lícito y legítimo y añado, si además esa riqueza se utiliza para promover el desarrollo social, mucho mejor. Es importante revertir a la sociedad lo que la sociedad nos ha dado. Tenemos casos (Apple, Microsoft, Twiter) de jóvenes emprendedores que están entre los más ricos del mundo y además algunos de ellos como B. Gates entre los más importantes mecenas. Creo que esos son los personajes a los que deberíamos reconocer socialmente e imitar.

Bolonia significa armonizar estudios en Europa, flexibilizar contenidos y en cierta medida supone un giro hacia el modelo [universitario estadounidense]: cuatro años de formación más generalista y un master de especialización.

¿Qué opina del modelo universitario estadounidense de carreras abiertas (“liberal arts”) que forma licenciados menos especializados, y luego ofrece los programas de posgrado y centros de investigación más destacados a nivel mundial?

Nuestro modelo universitario está actualmente en periodo de cambio, de trasformación. Éste es el primer año en el que se implementa Bolonia, creo que representa una oportunidad que no debemos desaprovechar. Bolonia significa la armonización de estudios en Europa, flexibilizar contenidos y, en cierta medida, supone un giro hacia el modelo que usted menciona en la pregunta. Cuatro años de formación más generalista y un máster de especialización. Démosle tiempo, no podemos estar cambiando el modelo todos los días, y hagamos un buen seguimiento de la puesta en marcha del modelo y sus consecuencias. En el seguimiento residen muchas veces las políticas de éxito.

Carlos Martínez Alonso

Refiriéndose a la necesidad de educar para ayudar a los estudiantes a descubrir la verdad por sí mismos mediante el estímulo del pensamiento crítico, Noam Chomsky dice que “la escuela impide la difusión de verdades esenciales”. Para él, obligar a que los conocimientos impuestos por quienes diseñan la política escolar sean “engullidos” de memoria para luego ser “vomitados” no es educar, ni mucho menos ayudar a distinguir la verdad de la mentira. ¿No es éste el modelo educativo vigente en nuestro país?

No lo es al menos programáticamente. Nuestro sistema educativo es un sistema que pretende educar en la libertad, desgraciadamente no siempre se consigue. Creo que deberíamos formar a personas en el pensamiento crítico e independiente, que permita razonar sobre lo que se oculta tras las explicaciones obvias y a veces las únicas posibles. Contribuir a que los alumnos descubran la verdad por ellos mismos para que con ello contribuyan a ensanchar los horizontes de la democracia y de la ciudadanía. Somos aún una democracia joven, en algunos ámbitos todavía en periodo de aprendizaje.

Cuando se habla de “reforma educativa” en España parece haber cierto consenso sobre la necesidad de promover la educación técnica y altamente especializada; crear una alternativa a la carrera universitaria en la que encajar a aquellos estudiantes que, por las circunstancias que sean, se salen del sistema educativo antes de superar el bachillerato. ¿Coincide con esta fórmula?

Parece que uno de los problemas de nuestra educación ha sido el marginar la formación profesional o, al menos, minusvalorarla. Las causas seguramente son múltiples, una de ellas es el habernos trasformado en un país de nuevos ricos demasiado deprisa. Ahora, con la crisis económica y financiera y con el alto nivel de desempleo, estamos mirando de nuevo a esa alternativa como parte de la solución. Hemos de ser cuidadosos con no desviar el péndulo justamente en la dirección opuesta, pero recordando que la formación es el mejor instrumento para abordar el futuro, formación ya sea técnica o generalista. La formación nunca es excesiva, siempre es beneficiosa. Es bueno recordar que en los objetivos de Europa 2020 figura el aumento del número de estudiantes con formación terciaria hasta el 40% de nuestros jóvenes.

Una de las características de la ciencia es que no existen verdades absolutas, cánones indiscutibles y eternos como existen en las religiones.

En “El Mundo y sus Demonios”, Carl Sagan aludía al hecho de que los seres humanos sentimos una curiosidad innata por la ciencia, pero que, desafortunadamente, en materia de divulgación científica, la superstición y la “pseudociencia” son duros enemigos a vencer frente al pensamiento crítico y el rigor científico. Mayor número de ciudadanos escolarizados, más eficientes medios de comunicación y una revolución en materia de tecnologías de la información más tarde, ¿sigue vigente el lamento de Sagan?

Una de las características de la ciencia es que no existen verdades absolutas, cánones indiscutibles y eternos como existen en las religiones. La mecánica cuántica, la teoría de la relatividad, el origen del universo o la selección natural son constantemente revisadas y replanteadas. Y a veces eso genera inseguridad frente a la seguridad que aporta la larga tradición de seguridades seculares e inmutables. El dogma de la santísima trinidad continúa siendo el mismo desde el Concilio de Nicea. La única forma de luchar contra la existencia de verdades absolutas es la formación y el fomento del espíritu critico.

Hay un debate científico que está muy presente en la sociedad civil: el calentamiento global. No obstante, la extrema polarización del tema, las acusaciones de corrupción y la demonización tanto del bando de los “escépticos” como de quienes propugnan un futuro verdaderamente preocupante parecen confundir a la sociedad. ¿No resulta peligroso hacer política con la ciencia?

Tanto la búsqueda de lo desconocido, como la solución a los grandes problemas que en este momento tenemos para lograr un desarrollo sostenible, como la crisis energética, la crisis alimentaria, el envejecimiento sólo serán correctamente abordables desde planteamientos científicos. Consecuentemente, desde el siglo XIX la investigación científica se convirtió en una actividad de interés público y, por tanto, en una cuestión política que es susceptible de ser utilizada tanto por aquellos que la cultivan para obtener beneficios como ventajas competitivas como por aquellos que abogan por el mantenimiento del status quo. Si bien es cierto que en la historia de la ciencia ha habido farsantes, también lo es que su existencia es de corta duración. Cualquier aportación científica necesita ser evaluada y validad por los competidores y colaboradores a través del peer review y la reproducción de los trabajos.

[…] casi las 4/5 partes [del mundo] aún carecen del desarrollo y las aplicaciones de las que nosotros disponemos. Hay países donde la espectativa de vida ha disminuido. La lucha contra esa desigualdad es también un problema que hemos de resolver.

Acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Investigación «Gregorio Marañón» en el área de Medicina por sus contribuciones al conocimiento de la fisiología del sistema inmunitario y de sus implicaciones en la patología humana y en la medicina reparativa. Su campo de investigación es el que nos promete un mundo en el que viviremos más y mejor en lo que a salud respecta. ¿Podría suceder que la regeneración de órganos vitales se convierta en una realidad mucho antes de que seamos conscientes de los cambios sociales que nuestra nueva longevidad nos obligará a adoptar?

Durante el siglo XX se ha duplicado la expectativa de vida en el mundo occidental, algo que anteriormente habíamos tardado 10.000 años en conseguir, y ello en gran medida ha sido posible gracias a avances científicos como las vacunas y los antibióticos. Hoy la ciencia nos está permitiendo conocer en términos moleculares las causas del envejecimiento y previsiblemente nos dará herramientas para influir en ese proceso. Es cuestión de tiempo. En cualquier caso, en este momento, tan importante como el alargar la vida es tener una mejor calidad de vida, luchar contra las enfermedades actuales: el cáncer, los riesgos cardiovasculares, los procesos neurodegenerativos, etc. Todo ello sin olvidar que una buena parte del mundo, casi las 4/5 partes aún carecen del desarrollo y las aplicaciones de las que nosotros disponemos. Hay países donde la expectativa de vida ha disminuido. La lucha contra esa desigualdad es también un problema que hemos de resolver.

La investigación en la biomedicina ha trasformado la práctica clínica. Un buen ejemplo lo tenemos en el último Premio Nobel de Fisiología y Medicina, Robert Edwards, por sus estudios sobre la fertilización in vitro.

Si la medicina sigue progresando con éxito hacia el perfeccionamiento de la detección precoz de las enfermedades, las técnicas de regeneración celular, así como la atención personalizada del paciente que los avances en materia de genética prometen, ¿podemos asumir que la universalidad de los servicios sanitarios será cada vez más asequible?

Decía Hipócrates “quien ama a la ciencia, ama a la humanidad”. La investigación en la biomedicina ha trasformado la práctica clínica. Un buen ejemplo lo tenemos en el último Premio Nobel de Fisiología y Medicina, Robert Edwards, por sus estudios sobre la fertilización in vitro. Hoy son millones los niños que han nacido de la aplicación de este conocimiento. Son muchos los que han nacido y no van a desarrollar una enfermedad mortal como consecuencia de la selección de embriones y son muchos los que con su nacimiento han podido salvar la vida de sus hermanos. Desgraciadamente todo el conocimiento generado lo utiliza una fracción pequeña de la humanidad. El gran logro será, y es responsabilidad de todos, extender su uso a toda la humanidad. Un gran reto de enorme valor y generosidad.

Sueño con que España apueste por la ciencia, porque así será un país dueño de su futuro.

¿Cuál es su sueño?

Siempre he tenido dos sueños. Uno alineado con la canción de Labordeta: vivir en un país que al levantar la vista pusiera libertad. Ese sueño es ya una realidad. El otro, que un día España apueste de manera clara, decidida y sostenida por la ciencia, porque así será un país dueño de su futuro, con capacidad de generar empleo, crear riqueza y compartirla con solidaridad, de crear empleo cualificado y ser menos vulnerable a la presión de los mercados. Para éste todavía nos queda un recorrido, esperemos que sea corto.

¿A qué distancia estamos de que su sueño se haga realidad?

Menos de lo que estábamos cuando empezamos a luchar por la democracia. Como suele decir el Molto Honorable President Pujol, entonces la ciencia no tocaba, había otras necesidades más urgentes. Ahora estas necesidades son ineludibles. Es responsabilidad de todos conseguirlo, en ello va nuestro futuro.

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