Todos viajan, todos escriben
Digamos que en este último paréntesis Truman y yo hemos estado desafectados, o más bien a otra cosa. Pero nos hemos propuesto volver, no porque nos espere nadie, sino por prurito amateur o vaya usted a saber la razón última.
Truman ha estado un poco hackeado y no veíamos el momento de remendarlo; y yo más bien ensimismada en el Recurso Humano, donde sigo desempeñándome con mayor o menor fortuna, este curso con tirando a poca, asumiendo tristemente que en la vida profesional a partir de determinado momento, vivir es durar.
Y aquí andamos, sobreviviendo al absurdo y la previsión de tormenta perfecta de jefe procrastinador que no la quiere ver venir y posición absurdamente expuesta a primera línea de bofetada.
Con lo tranquila que yo estaba después de tanto tiempo, hala, otra vez a ameritar y parecer interesante y a disimular las caras de mala leche, que por lo visto se me notan cada vez más.
Y además, de repente, me entró la envidia y decidí que si todo el mundo escribía pues yo lo dejaba. Estoy harta de que todo Dios viaje y se queje de los turistas.
Mi padre dice que él no viaja porque todo el mundo viaja. Y claro, si Vanessa es capaz de llevarse al niño a Budapest porque no ha estado en su vida así se pase el viaje en un WFA más o menos igual que los de aquí, yo no vuelvo a viajar hasta que todos estos paren. Yo a veranear mientras los demás se quejan de la gentrificación.
Y escribir, ídem de lienzo. Yo escribiendo desde el anonimato profundo, ya más por vergüenza que por miedo, asistiendo a las presentaciones de libros de dos que seguro no han leído la mitad que yo a la mitad de sus años.
Y los que viajan me dan relativa envidia, que yo ya había dado vueltas diversas cuando no había euro, ni móvil, ni GPS, ni Google Maps, ni “nasty de plasty”, pero los que escriben y se atreven esos si que me dan envidia, porque yo estoy semiagotada y entre Truman y yo hemos desfallecido.
Una lástima, oiga.
* * *