Economista Descubierta

Mindfulness

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Verdaderamente, yo estoy muy sola. Muy sola y muy incomprendida. Qué tristeza de frecuencia, donde transito sola y, cuando pasa alguien, prefiere también el silencio.

Muy sola y muy incomprendida en el este trabajo del Recurso Humano, donde todo es light y superficial y donde cualquiera como yo, que tenga un desprecio rayano en el pecado de soberbia hacia toda la tontada de la literatura del management, lidership y gerundios derivados lo pasa mal.

Desprecio que disimulo, pero termina por atragantarse y envenenarme. La soledad despectiva y envenenada es un estado tirando a triste. Ser cínica no es tan fácil, que lo sepan.

Me entusiasma, eso sí, haber sido capaz de llevar ya dos años hundida en los papeles sin haberme peleado abiertamente con nadie y haber pasado razonablemente desapercibida. Hasta esta semana.

Y es que lo estoy haciendo tan bien en esto del disimulo que alguien se ha debido creer que me creo esta tontada de «lo que importa es lo importante» y se dedica a mandarme mensajes «inspiradores» a la bonita hora de las 6:34 de la mañana.

Como lo oyen.

A mí, que leo el taco y santoral todos los días, más o menos a esa intempestiva hora (madrugar es de rojos, no lo olviden), no se me hubiera ocurrido jamás de los jamases enviarle a nadie la cita o la frasecita que cada día acompaña al horario de orto y ocaso, el detalle de las mareas o las fases de la luna, y por supuesto, el santo del día.

Jamás de los jamases, y menos a esa hora, se me hubiera ocurrido a mi copiar un pensamiento profundo como un charco y lanzarlo a un grupo de WhatsApp como «aliento inspirador para reflexionar y comenzar la mañana».

Esta mañana, por ejemplo, el Taco decía: «Saber no es suficiente, tenemos que aplicarlo; tener voluntad no es suficiente, tenemos que implantarlo» de J.W. Goethe.

A mí no se me ocurriría enviarle eso a nadie, pero hay quien madruga para manifestarse “espiritualmente inspirador”.
Cuando recibí la primera reflexión alentadora, pensé que era un error. A semejante hora y con semejantes trivialidades decidí que necesariamente no era para mí.

Con la segunda pensé que era una broma. Una broma tenía que ser que alguien pensará que yo tomase aquello en serio, a poco que me conociera.

(Dudé si manifestar mi escarnio y cachondeíto, me contuvo la caridad porque me acordé de mi madre) y no dije nada. No acusé recibo, pero tampoco hice mofa, befa y chirigota.

Hoy ha llegado el tercero, fin de semana por medio, menos mal. Y va en serio. Se lo toma en serio y además se lo cree. Y se cree que me lo creo, lo cual es gravísimo.

Yo desde luego, ya no le digo nada, porque estos pensamientos inspiradores mañaneros nos van a dar un juego bárbaro.

Voy a empezar a practicar el mindfulness, que, para el que no esté al corriente, es la última bobada que se despacha en el Recurso Humano. Respire hondo, trague saliva y espere al mensaje de mañana…

* * *

 

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