Alma mater (again)
Que la Complutense es un solar más que apetecible ya lo debe de estar pensando algún promotor inmobiliario, visto el presente y el triste futuro que le espera. Dicho lo cual, no seré yo la que se apiade o se compadezca. Quizás sólo me entristezca porque no en vano mi título universitario es de esa universidad y me gustaría no tener que acabar tirándolo al reciclado de papel.
Podrán venir a contar los de los recortes y los de todas esas estupideces que cuentan los de las mareas verdes carmesí pero, y nos citamos a nosotros mismos, se cargaron la educación pública mucho antes de que se acabara el dinero. Y a mí no me lo tienen que explicar, que yo sí que estudié en la pública, como mi madre y mi abuela. Que es de todos sabido que estudiar con las monjas era cosa de estudiante ramplona sin otra vocación que el matrimonio y no la cátedra.
Se ofenderán muchos, pero ya saben que me da rigurosamente lo mismo. Todo el mundo quería ser universitario, alumno universitario, profesor universitario, titulado superior que no desertor del arado, y hemos llegado al punto de que, resumiendo a la manera portuguesa, habrá que preguntarse si «O senhor licenciado sabe ler?»
La Complutense se muere por suicidio y envenenamiento, no se sabe si primero lo uno o lo otro.
Porque, como todo el mundo tenía que ser universitario o profesor de universidad, cualquier autonomía tenía que tener universidad y cualquier estudio superior, ¡oh Óptica, oh Podología, oh Fisioterapia! ¡Oh Ciencias del Deporte! ¡oh Turismo!, convertidos en estudios superiores para que el callista se convierta en licenciado, y la peluquera y la azafata y el gimnasta y así hasta 26 facultades llenas de tarteras y jerseys con pelotillas, con el rector magnífico al frente, alquilando los cadáveres los fines de semana.
Y los títulos emitidos después de 1995 con ningún valor en el mercado laboral, se lo digo yo. Y el rector magnífico feliz como una perdiz en lugar de angustiado:»¡No nos importan los rankings!», proclama. Pues no hace falta que lo jure, porque la Carlos III se le ha adelantado en una década, oiga, y no es privada.
Mi facultad y la de Filología, no por casualidad, habitan en el llamado Edificio A desde el inicio de los tiempos, a ver si es que, oh sorpresa, fueron alguna vez una sola facultad, un solo título (Filosofía y Letras, rama, la que fuese) y no dos o tres facultades con sus correspondientes decanos, departamentos, secretarías y toda la parafernalia para ocho alumnos que éramos en 5º. Ocho, sí. Y en primera fila, los de gafas.
Y como la mía, la de Estadística, hija práctica de las matemáticas; o la Enfermería, escuela universitaria sin pretensiones de facultad… Y suma y sigue.
La Complutense conserva, seguro, alumnos y profesores buenos. Incluso muy buenos y nada zarrapastrosos. El hecho de la zarrapastrosidad no influye en la bondad pero sí en la empleabilidad. Esto es una verdad universal inmutable e indiscutible. Tan verdad como que un título en Ciencias del Deporte por la Universidad de Castilla-La Mancha, campus de Albacete, no sirve para mucho y además da hasta vergüenza ajena.
Háganme caso, a pesar de que parezca que el mundo está a punto de ser gobernado por los feos y los tiñosos, los guapos y bien vestidos se llevan siempre los mejores trabajos. Lo dice Katherin Hakim (el pelo importa), lo dice Dress for Success y lo dice la Economista Descubierta.
Pero, por algunos que conserva, saca hordas de chándals, tarteras, faltas de ortografía y de asistencia con alumnos inefables como Rita o profesores como Pablo Iglesias. Por cierto, ¿éste se sacó una oposición o se quedó atrincherado de meritorio?
Me da pena ver mi universidad convertida en un macrobotellón de fin de semana, con lo bonito que era el proyecto de Alfonso XIII. Lo mismo cuando se convierta en promoción inmobiliaria de lujo «Los altos de la Facultad», compense como primera vivienda….
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