Economista Descubierta

La catáfora

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Hará unos seis  años preparé la Filosofía y la Lengua de Selectividad al hijo de mi entonces secretaria que andaba despistado y preocupado y, sobre todo, no entendía nada. Como me sobraba tiempo y ganas, lo tuve un mes todas las tardes en casa mientras con un pie mecíamos la hamaquita del pequeño Ramón y con mis libros, no con los suyos, intentábamos remediar el desastre.

Resulta que lo que queda de Filosofía en Bachillerato se estudia por textos y no por autores; y no cronológicamente, sino que digamos «salteados». Es decir, que estudias Platón, pero no Sócrates; Santo Tomás, pero no Aristóteles; y Marx, pero no Hegel.  Y según el año, Kant, pero sólo un poco de la Razón Pura. Pero poco, oiga, que en junio es indigesta. La pobre criatura, claro, no sólo no entendía nada sino que se liaba muchísimo, y tampoco era capaz extraer una sola idea de los textos porque no había estudiado nada de teoría. Que los del aprendizaje por la experiencia me digan lo que quieran, pero a Kant sólo se le entiende con un mínimo de estudio previo de toditos los anteriores. Y si de paso se sabe un poco de alemán, miel sobre hojuelas.

Claro que a quién le importa Kant salvo a servidora, si todo lo que se estudia son unos textos (cortos), me da igual de Santayana que de Ortega, que hay que saber reconocer, pero no entender, ni mucho menos comentar, no ya inferir idea alguna. Eso es tontada, claro, y además «no entra».

En mi propia selectividad, que por cierto fue un viernes y un lunes, fin de semana por medio en el que no solo no abrí un libro sino que me fui de juerga hasta el amanecer, me cayó el átomo de Bohr y les conté con pelos y señales la fotosíntesis. Me agarré al orbital S, esférico él, de ahí al carbono, y acabé explicando la fotosíntesis que era lo que me sabía. Saqué un 7,4, más que bien y ni falta me hacía pero me hubiera servido para entrar en Teleco, caso de que hubiera querido cometer semejante suicidio.

Porque, mire usted por dónde, me habían enseñado, y de paso había aprendido, a no sólo repetir textos limitados, sino inferir, deducir y, de paso, hilvanar textos con bastante fortuna. Tanta fortuna que sin saberme más allá del orbital S fui capaz de dignísimamente contar en Física el tema de Biología.

Eran aquellos tiempos donde si hacías ciencias podías estudiar letras y viceversa. Qué bobada, ¿verdad?, pudiendo estudiar Educación para la Paz y Programación Informática.

Y como estos son otros tiempos, están indignados los de la PAU (el PAU es donde trabajo, un barrio alejado con pretensiones) porque les ha caído un texto de Aristóteles que NO ENTRABA. Y la catáfora, horror de los horrores, que vendrá luego sino el cate o la nota deficitaria para entrar en ADE.

A ver. De Aristóteles no hay que saberse los textos, hay que saberse las ideas y, de ahí, inferirlas de la lectura de un texto, lo hayas dado o no, Nicómaco querido, que me da igual que tengas Google a mano, que si no sabes redactar limpiamente un comentario de Filosofía tanto me da qué texto hayan puesto en selectividad.

Para cuando mi prole llegue a lo que quede de Bachillerato doy por supuesto que mi Copleston del alma estará de saldo en algún reciclado de papel. No el mío, claro, que antes morir que tirar un libro, pero para qué vamos a molestarnos en consultar nada sin con aprenderse cuatro textos por lo visto vale. O ni eso.

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