Economista Descubierta

Customer Experience

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Últimamente he vuelto otra vez a andar mucho por escuelas de negocio de esas de prestigio y casos Harvard, descubriendo la última tendencia en employer branding, engagement y todas las tontadas renovadas producto no sólo de la desaparición de las relaciones laborales como una vez las conocimos, sino y sobre todo, de las dichosas relaciones líquidas y (por lo visto) la necesidad irresistible de atraer a los millennials, que son líquidos para todo y no trabajarán jamás si no tienen engagement suficiente, pero vive Dios, quieren seguir siendo pagados.

Por lo visto, a partir de ahora ya no somos ni empresas, ni empresarios, ni empleados. Somos apenas  marcas personales y experiencias que se relacionan con otras  marcas personales y con otras experiencias y pagan sus experiencias con dinero, eso sí. De curso legal, a ser posible. Y no compramos cosas, bienes ni servicios, sino fútiles y etéreas experiencias que se presuponen buenas.

Tanto “fenomenismo” me hace advertir que en España el más tonto es relojero, y que cuando nos falta para pagar materias primas y en servicio vamos de culo, vamos a dar el salto mortal a la experiencia.

Yo precisamente he tenido una costume experience fastuosa con la Marisleysis de turno que «experienciea» en el call center de Gas Natural allá entre el César y el Magdalena. Ha sido una costumer experience nefasta, claro está, y además repetida cual retortijón, que eso sí que es una experiencia, como la intoxicación con gamba dizque de Huelva.

Está fenomenal. En el país donde no sólo no se produce una pipa, y los servicios son malos pero caros, nos vamos a dedicar a crear “experiencias de cliente» y «experiencias de empleador”. Como si la experiencia, que es la madre de la ciencia, no nos asegurara con predicción casi infalible que, como en casi todo, la experiencia va a ser de llorar y de bochorno. Vamos, casi como la marca.

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