Las referencias
Si alguna vez usted pretende reclutar a alguien para un trabajo y pretende hacerlo a la española (amiguetes, familiares, vecinos y los famosos «contactos») debe usted saber que semejante método es barato pero no sirve para nada. Y es que en España no da nadie una mala referencia, nunca. Y si la da buena, suele ser mentira.
Sería preferible una descripción estilo detective privado y que cada uno tome sus propias decisiones. Pero no, siempre necesitamos de la opinión de otro o, a veces, simplemente el grado de parentesco o vecindad como garantía de éxito y galardón para el “recomendador”.
Las Marmotas, que ya saben que es uno de mis temas archipredilectos, es uno de esos perfiles donde la sola familiaridad o parentesco lejano ya da puntos. Los becarios también suelen aparecer siempre con tal carta de presentación. El padrino, versión ibérica.
Vamos, que ser hermana de la que trabaja con la vecina de tu madre ya asegura que la candidata es idónea. Y venir referida de la asistente social es un plus.
Plus de peligrosidad, quiero decir, que al final acabas llevando por todos los sitios; de la recomendada, que resultó ser una zángana de cuidado, y de la empleadora, que por lo visto era una arpía.
Por mucho que les hayan dicho eso de «mueve tu red de contactos» y se dediquen a estudiarse la lista de asistentes, les avanzo que, en cualquier caso, todo mentira.
Porque en España no se acostumbra a recomendar al candidato idóneo, sino al que nos viene bien recomendar, así sea un paquete o un sinvergüenza… Y lo que usted como empleador necesite es irrelevante. A mí en verano me caen muchos de esos buscadores de favores para otros, a los que tontamente siempre acabo ayudando y que, inexorablemente, me acaban dando un disgusto.
«Que de verdad que tiene muchísimo interés, no tiene idea, pero aprende rápido». Si tuviera interés, digo yo, algo hubiera aprendido antes de llegar cual hoja en blanco.
«Pongo la mano en el fuego por él». Horror, palabras grandes, de las que hay que desconfiar por sistema.
«No tiene experiencia en eso, pero seguro que tú, con lo que sabes, le enseñas rápidamente».
Soy la primera que antes de dar una mala referencia de un empleado o un candidato, o una marmota, miento como una bellaca no vaya a ser que termine viniendo el novio a pegarme o ella misma a ponerme una reclamación de cantidad. Miento así, sosamente, que tampoco es cuestión de dar demasiados detalles: la borde se convierte en seria, la desordenada en atolondrada y la vaga en una generalización social de esas basadas en los prejuicios compartidos. Y luego cierras con un «pero honradísima, eh» (porque todavía no he hecho inventario, claro).
Hasta el gorro. Acabo de volver y ya empiezo el curso enfadada. Y eso que todavía no he abierto los álbumes, dizque libros del colegio, de a 50 euros el más barato.
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