Economista Descubierta

Tontos hasta el almuerzo (y luego todo el día)

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Dice un amigo mío, de esos a los que no veo todo lo que ambos querríamos, que yo tengo la capacidad de adjetivar con un localismo cualquier situación posible. Vamos, el refranero aplicado al Management, el Recurso Humano, la Fenomenología o lo que sea menester.

Mi amigo dice que en mis palabras, por ejemplo, la “zona de confort” se convierte en el “rodal del gusto”. Vamos, en las mías, y en las de Federico Jiménez Losantos, que es de un pueblo aledaño al mío, y donde el refranero no ha sido sustituido por libro alguno de pasta blanda.

No está mi amigo del todo en lo cierto, porque servidora sabe cambiar de registro. Y en sociedad se presenta estupendamente y no yerra en ningún tiempo verbal. Cambiar de registro que se llama, cosa que por cierto no todo el mundo sabe hacer.

Y es que, sin ir mas lejos, me encuentro yo más que a menudo con aquellos que como sólo hablan un idioma además del español, te sueltan una palabreja en inglés cada dos anglicismos y una barbaridad. Esos, según otro conocido mío que también se deleita en el localismo, son tontos hasta el almuerzo, y luego todo el día.

Yo adoro a algún amigo mío que es capaz de soltar un latinajo pertinente, dos frases en alemán, que es un idioma que define mucho mejor cualquier concepto que ninguna lengua latina, o una expresión en francés, e incluso, si es preciso, una cita en italiano, que siempre hace al caso. Yo no puedo soltar el latinajo con tanta soltura, pero no se me ocurre nada mejor que sursum corda para encontrar fuerzas cada lunes.

Claro, eso es ser pedante, o friki cultivado, por lo visto. Todo lo demás es ser estupendo, o hipster o it-lo-que-sea, pero mi amigo por lo visto es pedante y yo localista y los demás están encantados de haberse conocido. Luego están los que abominan de las Humanidades y aplauden la reforma del Ministro pero te invitan a una conferencia de David Meca para hablar de resiliencia y tolerancia a la frustración.

Ajo y agua, que dicen en mi pueblo, receta ordinaria pero fácil, que no es necesario que me recite ningún lacrimoso en traje de baño. Que no le discuto la capacidad natatoria, ni la de llorar en público, pero de ahí a caer rendida ante el concepto resiliencia hay un trecho. Que vive una rodeada de parvenus a los que, sin embargo, por no haber llevado bragas, las costuras les siguen haciendo llagas, por mucho que presuman de lo que carecen.

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