Economista Descubierta

Seis y medio

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España es un país de envidiosos. Últimamente nos gustaba más definirnos como corruptos, pero en realidad lo que somos es unos envidiosos. Sufrimos de tristeza del bien ajeno, que es la peor de las envidias.

Se me han rebelado furiosos varios defensores de la bondad intrínseca del 6,5 basándose en lo dificilísima que era su carrera. Los ingenieros suelen quejarse mucho de lo tremebundo de sus estudios, que por lo visto debieron elegir obligados, pero me consta que los ingeniero de Caminos de Santander depositan en la destructora de papel los expedientes de la Alfonso X “el Caro”.

Es curioso pensar que nadie se mete a discutir la excelencia deportiva y entiende perfectamente que para acceder a determinados grupos de élite deportiva no haya adaptación curricular alguna. Nadie te esgrime un argumento del estilo “hombre, pobre hijo, si sus padres no pueden pagarle INEF, y además es cojo, no le vamos a quitar la ilusión de competir en los Juegos Olímpicos, vamos a becarle para la BLUME, hombre”.

Ni en unas oposiciones a bombero se le ocurriría decir a nadie “este es pobre de necesidad y está gordo como una hucha, pero le emociona la idea de apagar fuegos. No le quitemos la oportunidad de ser bombero porque no pueda subirse a una escalera”.

En las capacidades físicas no cabe discusión, pero en las intelectuales sí. Y los envidiosos, hala, a hacerse los mártires con su expediente mediocre. A intentarnos decir que no es mediocre, sino que es, incluso, excelente. Ya saben que en el país de los ciegos, el tuerto es rey.

Si a mí se me hubiera ocurrido hacerme azafata o guardiamarina me hubieran dicho amablemente que enanas no querían. Aunque hubiera tenido dinero para pagarme la preparación o mi padre hubiera fletado un barco con mi nombre y se lo hubiera regalado a la Armada. “Muy bonito el barco, señorita, no sabe lo que se lo agradecemos a su padre, pero no se suba a un taburete para formar, haga el favor”.

El argumento físico jamás se discute.

Pero ¡ay! el intelectual sí, porque uno puede no ser suficientemente listo, y tampoco trabajador, y empeñarse en hacerse ingeniero superior de Telecomunicaciones porque quiere quitarse la espina envidiosa de la titulitis. Y conozco de primera mano expedientes de matrícula de familias  paupérrimas. No se olviden que yo vengo de la enseñanza pública de provincias.

Uno deber ser honrado con uno mismo y desistir, no por ser rico o pobre, sino por no ser capaz. A mí me hubieran suspendido hasta el recreo si hubiera cometido la osadía de intentarme hacer ingeniero o médico.

Hay ingenieros y médicos con excelentes expedientes académicos. Yo he visto esos expedientes cuajados de buenas notas con estos ojitos que se ha de comer la tierra.

El expediente académico se sigue utilizando en la selección de personal por mucho que les moleste a algunos.

A lo mejor, estos que están tan enfadados deberían que poner una nota en el CV diciendo “ojo, que yo soy pobre, pero me hace mucha ilusión trabajar aquí y le ruego que tenga en cuenta no mi capacidad, sino mi nivel de renta, y aunque no soy tan listo como me gustaría, ni tan aplicado como debería, no contrate usted al excelente y contráteme a mi”.

Les guste o no a los enfadados defensores de la bondad de su cinco pelao, hay ingenieros y médicos con sobresalientes como soles. Y los becados por excelencia académica te lo hacen saber en cuanto tienen oportunidad. Esos sí que lo ponen en el CV.

Pero no, hay quien querría definir la medida de su capacidad en función de la dificultad de su elección. No sean envidiosos y no se engañen. Hay carreras difíciles y estudiantes buenos. Y uno no debería molestarse por la mera existencia de los mejores.

Eso es envidia. Es feo ser envidioso. Es feo y además los envidiosos lo pasan fatal porque siempre hay alguien más listo, más guapo, más simpático, que gana más dinero, que liga más o que está más delgado. Siempre hay alguien que saca un 10 y muchos que no lo sacamos.

Decir que un 6,5 es una nota buena es quererse equiparar a los del 10. Y no.

Yo jamás me enfadaría si alguien dijera que soy un tapón, ni me defendería diciendo que los pigmeos lo son más y que mi altura es la media de la mujer de mi edad y que además es dificilísimo ser alta.

Los hechos son tozudos. Las notas son buenas o malas. Las carreras son fáciles o difíciles, y luego hay listos para el polinomio, tontos para los recados, vagos redomados, trabajadores esforzados, y así hasta el infinito. Hay ingenieros de sobresaliente por mucho que les moleste a los del aprobado. Hay números uno en el MIR por mucha urticaria que les produzca a los siguientes de la lista. Que hay menos, pues qué le vamos a hacer, también hay pocos deportistas de élite y nadie llora.

Y el asunto de fondo es que ya no hay dinero para becas porque se lo han gastado en Observatorios Varios, estos y los de antes. Y si no hay, más vale que se lo den a los que se lo merecen.

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