¿Por qué nació el euro?
El actual sistema monetario basado en derechos de cobro no convertibles en nada alcanzó su máxima expresión con la creación de la moneda europea. Esta divisa, que cuenta con más detractores que defensores, supuso una gran revolución en la escena internacional que ahora debemos analizar. Tal vez, para comprender el verdadero misterio que supone la toma de decisiones del Banco Central Europeo y del Gobierno alemán, debamos retrotraernos al momento de su fundación, ¿por qué nació?
El día 1 de enero de 2002 el euro comenzó a circular por las calles de los países que habían aceptado este cambio de divisas. Desde entonces, el euro ha tenido fieles defensores y fieles detractores. Una parte de las críticas al euro se concentran en que el BCE no es un órgano político por lo que, siendo el banco central más independiente – en teoría – del mundo, no monetizará deuda en grandes cantidades a petición de los políticos. La otra parte de las críticas vendría de la Escuela Austriaca de Economía y se centraría en la crítica del euro como divisa fiduciaria. Por el lado de los defensores, podríamos enumerar a Pedro Schwarz y a Jesús Huerta de Soto, quienes no sostienen que el euro sea la mejor divisa posible, pero sí defienden algunas de sus características.
Debemos acudir a la coyuntura en la que se fraguó el euro. Tomaremos, como ejemplo paradigmático, la situación española de los años 90 en primer lugar y luego la situación alemana de los años 80-90 en segundo lugar, puesto que en estos dos puntos de vista se encuentra la causa última del nacimiento de esta moneda.
España en los años 90 atravesó una crisis inmobiliaria que ha caído en el olvido pero no dejó de ser cruda. El Gobierno de Felipe González, acorralado por un contexto social que cada vez se le volvía más en contra, decidió salir de la crisis devaluando la peseta (pese a sus múltiples inconvenientes). El problema fue que la peligrosa situación de las finanzas públicas españolas disparó con crudeza los tipos de interés a pagar por nuestra deuda pública, lo que también animó a Felipe González a continuar devaluando la peseta. Sin embargo, todo esto no se tradujo en una reducción tan fuerte de los tipos de interés como cabría de esperar.
¿Qué implica esto? Que los países del sur de Europa (atravesando situaciones similares a las de España por aquel entonces) se acogieron al euro como vía de reducir con fuerza los tipos de interés de su deuda y obtener una moneda que pudiera ser mucho más inflacionaria (pues por la existencia de unos diferenciales grandes con los países más ricos se atraería una gran cantidad de capital a estas economías, aumentando la velocidad del dinero y, finalmente, generando inflación).
Además, los países del sur pensaron que el euro eliminaría la fortaleza del marco alemán y evitaría que, en épocas de crisis, hubiera una gran fuga de capitales hacia Alemania (algo que no se ha evitado y no hay más que mirar al Bund). A su vez, daría mayor prestigio a las economías despilfarradoras y aumentaría el nivel de vida en las mismas. Aumentaría también la capacidad de crecer a costa de las importaciones alemanas gracias al sistema de target two y ayudaría a que los países del sur siguieran con sus políticas de subidas salariales, rígida regulación laboral, fuertes sindicatos y expansión monetaria inflacionista.
En suma, lo que querían los países menos responsables era beneficiarse de estar en el mismo equipo que los alemanes a costa de los alemanes. Y, en cierto sentido, fue así durante un tiempo. Desde la adopción del euro hasta, prácticamente, el estallido de la crisis de deuda los más beneficiados han sido los países del sur. Han vivido creciendo a expensas de deudas contraídas con los alemanes, cuyo crecimiento ha sido menor, y han despilfarrado recursos de manera imprudente prometiendo unos flujos de caja futuros (deuda) que nunca podrán cumplir (sin manipulaciones monetarias de por medio). Pero claro, entonces, ¿por qué compensaba esta situación a los alemanes?
Los alemanes vieron el euro como única vía de proteger su sector exportador de las constantes devaluaciones que sus socios comerciales realizaban cada vez que sus respectivos bancos se comportaban de manera imprudente. En primer lugar, a modo conspiranoico, tendríamos la teoría de Kerstin Löffer expresada en “Paris und London öffnen ihre Archive” según la cual la relajación del Bundesbank fue impuesta como condición por Francia, Inglaterra, Estados Unidos y la URSS a Alemania para permitir su reunificación. Si bien es cierto que puede sonar esto algo inusual, ya hemos remarcado que la rigidez del Bundesbank impregnaba de mucha salud al marco y hacía volar capitales hacia Alemania en épocas de crisis. Por ello, siguiendo a Löffer, junto al miedo militar que pudiera despertar una Alemania reunificada existía también un fuerte miedo al Bundesbank a quien había que maniatar (y no a los imprudentes políticos del sur).
Esta hipótesis debe ser completada junto a la ya citada con anterioridad: proteger a la industria exportadora alemana frente a las continuas devaluaciones de los restantes países de la Unión Europea. Según esta otra opinión, Alemania habría optado al euro por esta razón únicamente y no habría influido ni posibles pactos secretos ni tan siquiera la presión de Miterrand quien siempre reconoció que al política monetaria alemana no era suficientemente inflacionista.
En conclusión, contamos con una primera teoría que defiende que los países derrochadores utilizaron el euro para crecer a costa de Alemania y una segunda teoría que dice que Alemania usó el euro para protegerse de estos países derrochadores. La primera teoría sería partidaria de un BCE fuertemente inflacionista y la segunda teoría sería partidaria de un BCE muy estricto y ajeno a los vaivenes políticos. Por decirlo de manera coloquial, unos piensan que los países del sur “tomaron el pelo” a Alemania y otros piensan que fue Alemania la que «tomó el pelo a los países del sur”.
Mi opinión al respecto pasa por aglutinar ambas opciones, incluso (¿por qué no?) la teoría de Löffer. Para mí, a Alemania le impusieron como condicionante la relajación de la política monetaria (algo que tendría mucho sentido viniendo de la URSS y viniendo del fuerte gasto público que necesitó la antigua RDA). A su vez, Alemania estaba cansada de tener que pagar, en el corto plazo como ya sabemos, los derroches de las insensatas economías de sus socios comerciales y, por último, los países del sur estaban cansados de que los tipos de interés se les disparasen y los capitales huyeran hacia Alemania. Fue, finalmente, una moneda que nació entre países que creían que se estaban tomando el pelo los unos a los otros cuando al que verdaderamente le estaban tomando el pelo era al ciudadano.
No cabe duda de que, al final, se ha visto un poco de ambas cosas con el funcionamiento del euro. Se ha visto crecimiento a costa de los alemanes de los países derrochadores como España y se ha visto, después, cierto nivel de contingencia en la expansión del balance del BCE – que aún no ha alcanzado la barbaridad que está haciendo Bernanke –. Sin embargo, esta historia aún está por terminar. No soy optimista con el euro, considero que es una estafa como todo sistema monetario que crea un sistema crediticio no convertible en nada, ni tan siquiera en oro.
Mientras esperamos a que el BCE dé su brazo a torcer ante la presión de políticos tan irresponsables y estatistas como Mariano Rajoy o François Chirac, podemos dejar a modo de prueba para la posteridad esta defensa del euro que plantean algunos de los economistas a los que más admiro, y que plantean de manera muy errada por las razones aquí expuestas:
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