Economista Descubierta

Perspectiva

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La Economista Descubierta

Cuando uno tiene hijos se hace unas ilusiones fenomenales sobre lo listos, guapos y triunfadores que serán sus hijitos. Exactamente las mismas que se debieron hacer nuestros padres y probablemente nuestros abuelos. Hasta a los cuervos les parecen sus hijos guapos. Faltaría más.

Uno tiene un hijo que a los cuatro meses rueda por la alfombra y llama a los vecinos para proclamar lo bien que tiene el niño la lateralidad y el equilibrio y le apunta ipso facto al Circo del Sol, porque apunta muchísimo talento. Vamos, que beben los hijos de todos menos los míos y te juro por lo más sagrado que mi hija no fuma y no se acuesta con el novio. Y si suspende es porque le tiene manía la profesora, no porque haya hecho el bachillerato en los futbolines.

Y todos acabamos por volcar en los hijos las carencias y frustraciones propias y por proyectar los anhelos futuros. Todos. La reina dejó casarse a sus hijos con cualquiera para desquitarse de matrimonios de conveniencia y razón de estado y yo llevo a mi hija a ballet y he prohibido el solfeo y vendido el piano, toda vez que mi padre me prohibió lo primero y me dirigió a lo segundo. Mi vecina, que tiene faltas de ortografía, lleva a sus hijos a clase de chino aunque la china que les da clase sea probablemente la china de la tienda y los niños hablen con el mejor acento de Leganitos Street.

Se va una a la ópera y casi llega tarde por culpa de la riada humana que sale del Bernabeu, porque para gustos están los colores, y unos van al fútbol y otros vamos a la ópera cuando nos lo podemos permitir. Entre otras cosas porque es más barato ir al Real que a un Madrid-Barcelona y miren si es popular que hasta Letizia va últimamente.

Una proyecta grandes esperanzas y mejores excusas en los hijos porque es difícilmente asumible para una madre reconocer que nuestra ideal hijita es más bien tonta, fea o ambas cosas o nuestro adorado niño un marmolillo o un guarrete.

No es un problema de percepción equivocada o de juicio erróneo. Es un problema de perspectiva.

Para esto, como para todo, conviene tener perspectiva y se ve mucho mejor desde la distancia temporal. No hay más que ver una foto de los ochenta para encontrarse insultantemente joven y terroríficamente vestida, por ejemplo.

El Rey de hoy se juzga como viejo verde encoñado de rubia plastificada y dentro de dos generaciones sus ilegítimos herederos clamarán por la gloria de su madre. Mi madre era buenísima y ellos dos se querían de verdad. Eso sí que era amor sublime, de puro bueno, casi santo. Oiga, San Isidro y Santa María de la Cabeza versión royal.

No es que el tiempo ponga a cada uno en su lugar, es que las aristas se dulcifican con el paso del tiempo y lo humano termina por categorizarse y no personalizarse. Es naturaleza del viejo procurar lo joven y bello y es naturaleza de la rubia procurar el sustento de su prole.

No estoy deseando que el Rey abdique porque el advenimiento de los Preparaos me solivianta y el de la Tercera me atemoriza, pero sí me gustaría leer los libros de historia que estudiarán mis nietos. El Campechano, el último Borbón Reinante que dio su vida por España, todo por España, murió en Roma, en el exilio como su abuelo, junto  a su última esposa y los hijos de ambos. Murió, a decir de todos, de risa floja y musitando: “Arriba España”. (Por lo visto). Léase, esto sí, con perspectiva.

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