Pérdidas y beneficios

He leído por ahí una declaración de intenciones del partido ese al que no pienso hacer publicidad donde su secretario general proclama que todo lo que no da beneficios, da pérdidas, y me he parado a pensar en la Teoría de la Decisión Racional y la Ética y todas esas cosas que ameritaron mis sobresalientes en la universidad. Yo pienso mucho, ya lo saben. Pienso casi todo el rato, aunque la mayor parte de las veces pienso simplezas.
Con el modelo obsesivo éste de los beneficios nos estamos empeñados en ser chinos y a mí, la verdad, el modelo me causa escozor porque no tengo ningún interés ni en despachar en la tienda de abajo, ni de comprar riñones, ni, mucho menos, venderlos. Y por que los chinos trabajarán como idem, pero conceptos así medianamente elevados como no se matan niñas recién nacidas o no se venden riñones ni recién nacidos pues no tienen y no parece que los vayan a desarrollar.
Y lo ha proclamado el secretario a propósito de la privatización de la sanidad y ese documento que explica que el colmo de la eficiencia es que el tiempo de ingreso es menor en la medicina privada que en la pública y que «la tasa de reingreso es aceptable». (El concepto «aceptable», dicho sea de paso, debería revisarse dado que implica que las altas se dan antes de tiempo y que se asume un cierta probabilidad de riesgo, que, sin embargo, se asume).
Eso del tiempo de ingreso lo sé yo que fui dada de alta al segundo día con una cesárea y he verificado de primera mano la obsesión por la sedación terminal a todo mayor de 80 años que ingresa con un catarrito y se toma su tiempo para morirse. Para dar beneficios, en sanidad, los primeros que sobran son las parturientas y los viejos. También lo sé porque hice un caso de operaciones de un hospital de herniados en Canadá llamado Shouldice Hospital que terminó de abrir mis candorosos y colectivistas ojos.
Antes, para ser médico, había que ser rico. El hijo del rico del pueblo, como era rico y no necesitaba ganar dinero a costa del sufrimiento ajeno, se hacía médico. Un médico era médico por cualquier cosa, menos por vocación mercantil. Yo de esto sé mucho de primera mano. Ya saben que yo soy elegante de cuarta generación y en mi casa siempre hemos preferido honra que barcos. Los médicos tenían pacientes y no clientes, y si se les ponía una de parto a las cuatro de la mañana en mitad del monte, pues iban y la atendían. Pero hace ya algún tiempo que (algunos) médicos dejaron de tener pacientes y pasaron a tener clientes y, como en todo, hay clientes a los que nadie quiere, que devienen en usuarios, y terminan mal atendidos por el callcenter y Marisleysis, y hay clientes que dejan mucho dinero. Eso se lo saben fenomenal las farmacéuticas que, con los bancos, son probablemente el sitio más amoral que se despacha. Pues ahora se lo aplican también los gestores de la sanidad y les auguro que, aunque el modelo sea el de los americanos, aquí vamos a terminar como los chinos. Vendiendo los riñones.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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