La Marmota se renueva
Desde que la Marmota aterrizó en mi casa han pasado ya unos cuantos años. Y, como siguiendo el guion establecido para cualquier trabajador, ha pasado del entusiasmo a la desidia, del cariño sin igual al pescozón y del “sí señora” a la mala contestación. Un mal necesario como IKEA, la Marmota es un ineludible del micromanagement doméstico y del Recurso Humano.
La Marmota, relación de especial carácter, como rezaba su anterior sistema laboral, es una prueba diaria para el empleador que en todos los sitios es un empleado menos en su casa, que es, por lo visto, empresario.
La Marmota con Papeles pasa de enviar dinero a su casa y no salir más que a dar paseos higiénicos y a misa, a echarse novio y marcharse a Cullera, paraíso del hortera dejando colgado todo menos la ropa. La Marmota en sí misma es un reflejo patrio del trabajador por cuenta ajena que si no se va es porque no puede.
Mi Marmota gasta ya incluso en pastillas adelgazantes, que engulle con Coca-cola y adereza con ketchup y hace Dukan con tortillas de maíz, también con ketchup. La contradicción interna de la Marmota viene, eso sí, de su condición femenina y no marmotil.
La Marmota con Papeles me vino a sugerir que cotizáramos por menos, que no le venía bien pagar impuestos, y después se fue a pedir hora al ginecólogo, al que hace mucho que no visita.
De libro todo, oiga, punto por punto, las Marmotas son fieles a sí mismas y jamás se fíen de las recomendadas. En España las recomendaciones tienen el mismo valor que las acciones de Bankia. Y mejor no pedirlas.
Llevo, según el Erudito Editor de este sitio tan profundo, siendo ‘nueva pobre’ casi seis años con el sueldo congelado y la Marmota, en vista de que no le subo el sueldo, hace lo mínimo, y eso cuando estoy, porque cuando me largo, se encierra a hablar por Skype mientras se alisa el pelo. Y subiendo fotos a Facebook, para que la vean en su pueblo, o en el de al lado.
Subiendo fotos y haciéndolas con un iPhone que-te-cagas que recién estrena, eso que ya tuvo una BlackBerry y un Samsung no-sé-qué. ¿Dudas sobre tarifas y modelos? Al WFA a preguntar, que allí le atienden.
Para que luego digan que se paga mal el servicio doméstico y que no da para ahorrar.
Confieso que su iPhone no me da pizca de envidia, pero me siento un fracaso completo a la hora de haber transmitido un sólo mensaje destinado a hacerle entender la necesidad de ahorrar y no endeudarse, de no tener tarjetas de crédito o de no empeñarse. Vino llorando por el hijo que dejó, toda dispuesta a volverse en cuanto tuviera pagadas las deudas que por lo visto un marido desaprensivo le había endilgado. Y se va a ir, en cualquier momento, a un piso patera en San Fermín con siete más, a quejarse de lo mal que le ha ido y, con un poco de mala suerte, una barriga de un tío que le pega mientras ella le suplica que no le deje.
Eso sí, con iPhone, faltaría más.
* * *