Explicaciones

Tengo una profesora que siempre me previene sobre la tendencia irremediable a dar las explicaciones que gastamos todos aquellos que hemos sufrido vaivenes vitales tremebundos. Dichas explicaciones se resumen, según ella en la siguiente frase dicha al camarero: «Perdone, por favor, ¿me da cambio para tabaco?». Como si al camarero le interesara poco o mucho si una fuma, bebe, o ambas cosas.
En el asunto de las explicaciones conviene tener en cuenta que tan mal está darlas como pedirlas, y que conviene en la vida preguntar poco y no interrogar al conocido, que, si no cuenta, es porque no le da la real gana. No se debe andar preguntándole a la gente pero tampoco contándole la vida. Más valdría hablar de sentimientos que de hechos, que los primeros mudan y los hechos permanecen y los testigos presenciales son incómodos.
Viene esto a colación porque yo, que estuve desaparecida un par de años ahogando mis penas en el WFA, todavía tuve que aguantar que me pidieran detalles de mis ausencias. Ya ven, ya les estoy dando explicaciones.
En el asunto laboral, o mejor dicho, en el asunto paro o defenestración, uno encuentra una variedad enorme dentro del discurso de la explicación. Explicación que casi nunca se pide, pero casi todas las veces se da. Desde las lapidarias frases «cada uno se corre como puede» o “en el trabajo somos todos putas», célebres y ordinarias sentencias de un director de RR.HH. al que hace años que no veo, a una colección de eufemismos y superficialidades destinadas a convertir el trabajo en una actividad lúdica, su ausencia en «falta de diversión» y nuestra desaparición a una cuestión de valores:
– «Lo que me ofrecieron ya no me divertía «.
– » Yo tengo que estar en un sitio donde aporte valor”.
– «He decidido pararme a pensar y tomarme un tiempo. Tengo varias alternativas, pero quiero algo que me divierta”.
A mí me cuesta mucho callarme, pero más aun me cuesta decir superficialidades y repetir eufemismos que están tan gastados como lo de “los fallecidos y los vehículos”. Por lo visto soy muy crítica y muy mordaz, y vivo casi siempre envenenada, pero es que soy mucho más de la opinión de que somos putas, que de la del trabajo me divierte.
A mí me gustaba trabajar. O eso creía. Visto en el tiempo y con perspectiva, de mi trabajo, lo que me gustaba, era que ganaba mucha pasta, tenía un despacho con balcón y vistas y creía que mandaba y tenía influencia. Vamos, lo de sexo, poder y territorio, cambiando sexo por bolso (de Loewe). A mí lo que me divertía era el Bullshot a la salida y debatir con C.W en el Del Diego. Y lo que me pudre ahora es no tener ni tiempo ni dinero. Y no mandar nada de nada y que C.W. ya no esté, y estar tan vieja y tan pasada de moda como la ropa que llevo.
Pero no he cambiado el discurso. Yo estoy callada y no me quejo en alto, pero llamo a las cosas por su nombre. Tenía un buen trabajo, me despidieron por no saber ser política y hacer por conservarlo y nunca más lo tuve ni volveré a tenerlo. Me he pasado de moda, soy vieja, y además soy mujer y lo que quiero es salir pronto y ganar mucho, si es posible. Me organicé mal, confié en mí y en mis capacidades e hice mucho el primo en el pasado.
Me dejé a más de uno por el camino y resultó que la mitad desapareció para siempre o sólo resurgió cuando necesitaba algo. A ser posible un favor. Vuelvo a estar en la casilla de salida, después de dos años en la cárcel laboral, pero ni le llamo «privación de libertad» ni «ausencia involuntaria». Y no me divierte nada, es más, me entristece muchísimo.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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