Economista Descubierta

Espías

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Durante los años que viví en Alemania tuve algunos amigos sirios. Los sirios vivían obsesionados con el espionaje y nunca tuve manera de averiguar qué es lo que tenían que espiar o quién espiaba a quién. El caso es que el que era de Homs miraba raro al damasceno y el damasceno desconfiaba del de Alepo. Yo vivía fascinada con el asunto aunque nunca llegué a averiguar si lo interesante era copiar los planos del plano o transcribir comentarios sobre los Altos del Golán. A mí ya me parecían suficientemente fascinantes todos ellos, con sus historias de cristianos levantinos, como para discernir si la cosa podía ser realmente obsesión o aburrimiento.

Todos eran susceptibles de ser tomados por espías, el que se llamaba David porque claramente debía ser del Mosad y el que tenía una madre ossie además de un padre sirio porque tenía que ser necesariamente un agente doble. El Cluedo con el pincho moruno como arma y la Economista metida de lleno en el asunto, con el Muro recién caído y los rusos dejando Berlín.

Tanta afición le encontré al dabke y al hummus que decidí a mi regreso intentarlo a ver qué tal se me daba, lo del árabe y lo del espionaje, digo, que ya saben que todo me interesa y cualquier cosa me abre una carpeta cerebral nueva.

Pero yo no contaba, naturalmente, que la TIA está bastante anquilosada y sólo permite espiar en cuatro idiomas, entre los que por supuesto, está el francés, que debe de ser la lengua de la espía que me amó pero no la del crimen organizado. La TIA, cuyos más famosos agentes son Mortadelo y Filemón, se rige por el convenio y el Convenio de Espías e Informadores es casi tan malo como Oficinas y Despachos, pero sin complemento voluntario.

Tontamente, y previa autorización de Dilecto Jefe hice todas y cada una de las pruebas selectivas (que no eran pocas) hasta que llegué a la entrevista.

Como bien diría mi querida C.W. el resto no se lo cuento porque fue de bochorno y desternille, si no hubiera sido porque la realidad era para llorar o al menos preocuparse.

Y el Convenio de Sitios Elegantes era bastante mejor, dicho sea de paso.

Y tampoco puedo contarles más porque firmé un papel que me lo prohibía y servidora cumple por principios, más aun con la TIA aunque sea rancia y espíe en francés.

Están todos desatados como porteras universalmente preocupadas, que si qué dirá el Papa o la Merkel, o si los rusos volverán a ser malos o buenos o medio pensionistas, con toda la de correos electrónicos y foros y comentarios en redes sociales y todísima la información diseminada en la famosa nube que, por cierto, dónde estará y quién se ocupará de ella y si será nimbo, cúmulo o cirro.

A veces pienso qué hubiera sido de mí si en lugar de agarrarme al Convenio de Sitios Elegantes hubiera decidido profesionalizar mi afición por los datos y optimizar mi magnífica memoria.

Pero de lo que si estoy segura, es que de todos aquellos sirios de los que nunca más supe, uno con certeza era un espía.

Por cierto, el más guapo y el que mejor francés hablaba.

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