Del «sueño americano» a la pesadilla
El canal del centro de Tijuana se ha convertido en el limbo para miles de personas deportadas. Aunque tradicionalmente ha sido la ciudad preferida para cruzar ilegalmente al otro lado, la férrea vigilancia fronteriza establecida durante los últimos años ha sellado la frontera. Durante el gobierno de Barack Obama se han efectuado más deportaciones que en ningún otro anterior, y las ciudades de Baja California son las principales receptoras de los expulsados del país vecino. Sin documentación, dinero, familiares ni perspectiva de prosperar en México, la mayoría de migrantes deportados se quedan viviendo indefinidamente en la calle y el bordo fronterizo.
Un inmenso canal gris, con un riachuelo de aguas residuales que lo recorre de principio a fin y toneladas de basura que se amontonan en cada rincón. Ratas, zarigüeyas, zancudos, cientos de perros salvajes, el acoso de las patrullas policiales y la antigua valla fronteriza al frente. Es la patria, México, o al menos el trozo de país que encuentran los deportados cuando regresan expulsados por la migra estadounidense. Sin documentación ni dinero, casi siempre sin familiares que les acojan en sus lugares de origen, con una vida edificada y aparcada en EE.UU., y un desconocimiento total de Tijuana (y de México en general, en la mayoría de los casos), casi ningún deportado considera la opción de abandonar “el bordo”. Actualmente viven entre 500 y mil personas en casitas de cartón, láminas y lona o pequeñas cuevas excavadas bajo tierra. Esperar y ahorrar dinero de cualquier modo para volver a dar el salto es el único plan de vida que les queda a las personas varadas en la frontera.
Ninguna de las personas que aquí vive esta a salvo de los peligros de la violencia callejera, las enfermedades y la extorsión. La mejor forma de obtener dinero es limpiando cristales en las carreteras aledañas (preferentemente en las filas de automóviles que guardan para cruzar por la garita de San Isidro), vender artesanías o comestibles, recoger chatarra o repartir periódicos. Cualquier cosa que esté al alcance de una vida de vagabundo para conseguir comida o pagar una noche en alguno de los albergues cercanos. Pero sobre todo, ahorrar lo suficiente para pagar a un pollero. Sin embargo los deportados del canal ya no se fían de éstos: conocen demasiados casos en los que se han aprovechado de los emigrantes que han querido hacerse con sus servicios, y saben que no es una elección segura. Pueden acabar perdidos en el desierto, o enterrados con un balazo. Además, la gente del bordo vive en constante amenaza. Por un lado, las mafias establecidas en el propio canal, que controlan la venta de cristal y marihuana, suelen cobrar “derecho de piso” a quien construya una refugio en sus límites. Por ejemplo, a Manuel Guzmán, joven chiapaneco que fue deportado hace menos de una semana, ya ha sufrido un ataque. “Llegué desorientado y cuando cayó la noche me pegaron una golpiza entre varios para robarme mi celular y 400 dólares que tenia para regresarme a Palenque”. Por otro, la policía municipal, que persigue, detiene y extorsiona a todo el que deambule en las proximidades, trabaje en la calle o mendigue, con el pretexto de que “si no tienen documentación, están en la obligación de llevárselos”.
El canal fronterizo de Tijuana es, desde los años 60, un lugar esencial para entender la historia de la migración en México. Testigo de ello ha sido Micaela Saucedo, directora desde hace cuatro décadas de la Casa-Refugio Elvira, el albergue para deportados y migrantes que está a unos metros de la frontera.“Este lugar era muy distinto entonces; era muy fácil cruzar al otro lado. Se pagaban 25 dólares por el brinco y a Tijuana venían cientos de personas a dar el salto a EE.UU. Yo venía a ver la gente que acampaba en este canal (que entonces era de pura terracería) a esperar el momento de cruzar. Aquí convivían un tiempo y luego se marchaban, pero no se quedaban estancados como ahora. Así me empecé a involucrar”. Micaela creció en la ciudad y desde los 18 años trabaja para una organización benéfica por los derechos de inmigrantes y personas indocumentadas de Los Ángeles. Desde esta plataforma, se han promovido leyes, actuaciones, organización de trabajadores y estudios de ciudadanía a nivel nacional (estadounidense), y promovieron la amnistía de la década de los 70. Ahora, tanto Saucedo como estas organizaciones pro-derechos, tienen todas las esperanzas puestas en la reforma migratoria que está próxima a debatirse en el Congreso norteamericano y de la que se podrían beneficiar hasta dos millones de personas deportadas. Y en el bordo hay varias personas que podrían hacerlo, como Domingo Barraza, de 66 años, que fue expulsado tras vivir 35 de ellos en San José (California), dejando una esposa y tres hijos. “Siempre me gané la vida trabajando en la construcción y pude crear mi propia familia. Ahora llevo siete años viviendo en el bordo y hace mucho tiempo que no hablo con mis hijos. Me da vergüenza que sepan cómo vivo”. Barraza no tiene familiares vivos en su Durango natal.
Hasta la década de los 70, “el bordo” era un pueblito,“cartolandia”, donde la gente se congregaba, montaba su casita con lo que encontraba y esperaba para cruzar. Entonces empezaron a pavimentar la canalización y a aumentar la seguridad de la valla progresivamente. Definitivamente la situación empezó a revertirse cuando se inauguró el operativo “Guardián” (durante el mandato de Bill Clinton), que consistió en minar de agentes fronterizos, cámaras y sensores el cada vez más fortificado cerco, hasta sellar la frontera por completo. Los migrantes comenzaron a quedarse estancados en el canal por la imposibilidad de un salto seguro, lejos del alcance de la vigilancia de la patrulla fronteriza, y los deportados que llegaban cada noche empezaron a sumarse a ellos en la vecindad del bordo.

Micaela Saucedo
Micaela Saucedo cree que el problema de la emigración es muy complejo debido a los cambios que el fenómeno experimenta con el tiempo, sin embargo habla de momentos en los que la situación ha sido casi insostenible. “Hace dos años las deportaciones eran de mas de mil personas diarias, entonces era un mundo de gente que se congregaba aquí. Incluso hace unos meses aun se estimaba una cantidad de habitantes en el canal de entre 2000 y 3000 personas. Ahora ya los dispersan más y las autoridades migratorias estadounidenses empiezan a dejarlos en Matamoros y otras ciudades fronterizas por las quejas que hemos enviado a Washington”. Durante 2012, el gobierno de Obama deportó a 409,849 personas, la mayoría eran mexicanos de los que al menos la mitad no contaban con ningún récord delictivo. La mayoría vinieron a parar a Tijuana y Mexicali.
Remesas necesarias para México, mano de obra indispensable en EE.UU.
México es el país con mayor número de emigrantes del mundo. De los 11,9 millones que viven en el extranjero, un 98% reside en EE.UU. Aunque la crisis económica estadounidense de los últimos años ha afectado tanto al flujo migratorio (en 2007 cruzaron ilegalmente unos 683,000 emigrantes y en 2010 se redujo a 235,000), como al dinero que envían los trabajadores a sus familias -que han descendido un 20% desde 2009- el país es el tercer receptor del mundo de remesas, solo por detrás de India y Rusia.

Documento de deportación
En 2012 se enviaron 22,565 millones de dólares en remesas que significan el 2% de PIB, lo que contribuyó en gran medida, entre otras cosas, a equilibrar la balanza de pagos del país. El descenso de las transacciones no ha sido uniforme en todos los Estados de la República; en Baja California han crecido un 80% desde 2005. Para el profesor e investigador del Departamento de Estudios Económicos del Colegio de la Frontera Norte, Eliseo Díaz González, la caída de remesas no ha afectado a la macro economía mexicana gracias a la inversión extranjera y el ingreso de liquidez durante estos años de crisis norteamericana. Sin embargo, el efecto directo del desempleo en el país vecino son las deportaciones.“Es necesario mantener el equilibrio de determinadas regiones y destinar fondos públicos a resolver el problema de las personas en situación de calle y desempleados. El aumento de las remesas en Baja California también está relacionado con la llegada de deportados. Hay regiones donde el envío de remesas supone casi el 10% del PIB estatal”. En esta linea, Michoacán, Oaxaca, Guerrero y Zacatecas (por ese orden), son los principales receptores de remesas, y multitud de familias en estos Estados dependen del dinero procedente de los emigrados a EE.UU. Hasta 1,350,000 hogares mexicanos las reciben, por lo que cabría esperar una respuesta solidaria y responsable por parte del gobierno federal para ayudar a la reinserción laboral y familiar de los migrantes deportados.
La mayoría de trabajadores mexicanos de los Estados Unidos son hombres de entre 20 y 39 años. Solo tres de cada diez tienen un grado de secundaria. Se puede decir que la economía de Estados como California (donde viven el 37,3 % de los emigrados), o Texas (con el 21,6%), dependen directamente del trabajo de los mexicanos, que aportan la mano de obra imprescindible al sector servicios y a la agricultura. Micaela Saucedo explica que si los trabajadores indocumentados pudieran regularizar su situación, comprarían carros y casas y empezarían a pagar sus impuestos sin miedo a ser expulsados. “Políticos e inversionistas están convencidos de la regularización de los trabajadores indocumentados. Pero hay un problema racista de trasfondo. Hay personas que dicen que no se puede regularizar a los trabajadores latinos porque deben adaptarse a la forma de vida americana, cuando lo cierto es que la mayoría son hijos de emigrados o llevan viviendo en el país desde su infancia, ¿cómo pueden estar deportando gente a un país que no conocen?”.
La población de origen mexicano de 2ª y 3ª generación creció de los 14,4 millones en 2000 a 21,8 en 2012. No todos se dedican a la construcción, la hostelería o las manufacturas. “Tenemos muy grandes políticos allá; senadores latinos, mexicanos o hijos de inmigrantes. Esto nos ha ayudado mucho, y en toda mi vida como activista he visto cómo los latinos hemos progresado en este aspecto”, afirma esperanzada Micaela Saucedo.
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