Vinieron, hablaron de eurobonos y se marcharon enfadados. ¿Por qué?

Yanis Varoufakis
En principio porque Alemania, Finlandia y Holanda entienden que: (a) los eurobonos suponen una transferencia fiscal de los países con tipos de interés bajos a países con tipos altos y, por tanto, (b) dicha transferencia es ilegal según el Tratado de Lisboa y la Constitución alemana.
Lo que Alemania, Finlandia y Holanda están rechazando es lo que se conoce en este nuestro oficio como bonos conjunta y solidariamente garantizados. Es decir, bonos emitidos con el respaldo de todos los estados miembros de la zona euro en su conjunto. Bajo este esquema es cierto que el contribuyente alemán subvencionaría al contribuyente español, lo que entraría en conflicto tanto con el Tratado de Lisboa como con la Constitución alemana. Pero aunque ese no fuera el caso (o si el Tratado y la Constitución fueran modificados), desde el punto de vista macroeconómico tendría poco sentido emitir eurobonos. ¿Por qué? Porque cuando España y Alemania respalden algún tipo de deuda (o bono) conjuntamente, la tasa de interés resultante de dicha deuda común será un promedio ponderado de las tasas de interés español y alemán. Y esta tasa de interés resultante va a ser demasiado alta para Alemania (al menos políticamente) y no lo suficientemente baja (económicamente) para España. Al lector le puede sorprender que, en esto, sí estoy de acuerdo con la señora Merkel: emitir eurobonos conjunta y solidariamente garantizados no es la solución.
La tragedia de todo esto es que los líderes europeos se asemejan a un grupo de niños que discuten sobre cómo compartir una tarta, porque ninguno se fía del otro con el cuchillo. Como nosotros, los adultos, sabemos, hay soluciones sencillas para este problema. Lo mismo ocurre con los eurobonos. La solución es, en efecto francamente sencilla: que ninguno de los estados miembros los garantice. ¡Punto! ¡Ya está! Ni Alemania, ni Holanda, ni España, que ninguno de los gobiernos nacionales garantice deuda conjunta. Cada gobierno puede continuar emitiendo sus propios bonos sin garantía de un centavo (o céntimo de euro) de los nuevos eurobonos. ¿Y entonces quién va a emitir y garantizar los eurobonos? El Banco Central Europeo, por supuesto.
La idea que Stuart Holland y yo hemos estado desarrollando a lo largo de los últimos dos años (véase la Política 2 de nuestra Modesta Proposición) es que el BCE se ofrezca para convertir los préstamos de cada estado miembro que contempla Maastricht actuando como intermediario y mediador eficaz entre los estados y los mercados de dinero internacionales. El BCE daría servicio a la parte del préstamo sancionado por Maastricht utilizando fondos que obtuviera de los mercados de dinero. A la vez, abriría cuentas de débito a los estados miembros que está ayudando y en la que éstos se comprometen a devolver el dinero que pagará los bonos que el BCE haya emitido en su nombre. (Vea aquí una parábola muy útil.) Para dar la confianza necesaria a los mercados y obtener las tasas de interés más bajas posibles para estos bonos emitidos por el BCE, el FEEF-MEDE podría garantizar la insuficiencia de fondos en las cuentas de débitos de cada estado miembro.
Voila! Un esquema de eurobonos que crea un nuevo mercado líquido para deuda denominada en euros, que alivia los problemas de financiación de todos los estados miembros con dificultades fiscales y que no requiere de garantías de deuda, ni de transferencias fiscales procedentes de Alemania, Holanda o Finlandia.
Así que, ¿por qué no optar por esta solución tan sencilla? Por dos razones que no se atreven a deciren voz alta.
En primer lugar, porque Alemania en realidad no quiere que se relajen las tasas de interés en los países de la periferia. Por alguna razón, que no voy a comentar aquí, la señora Merkel cree que la tortura fiscal es lo que la periferia realmente necesita estos días.
En segundo lugar, porque este plan significaría que Alemania perdería su capacidad para salir de la zona euro, puesto que cualquier tipo de deuda externa común con el Sistema Europeo de Bancos Centrales sería gestionada por el BCE, por lo que sería imposible para cualquier estado miembro abandonar el euro. Tal pérdida de su «tarjeta de salida» (que sólo Alemania realmente posee) reduciría ostensiblemente el poder de negociación de la canciller alemana dentro de la zona euro.
Y así, Europa sigue en su berrinche mientras que la zona del euro se desintegra rápidamente.
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