Los minishorts

En su regreso de ires y venires he comido con C.W., que cada vez está más rubia y más trendy. Es lo que tiene pasar fines de semana en Miami y en Las Vegas, que ves mundo y telenovelas.
Dado que sólo la veo ya dos o tres veces al año, no nos da la vida para diseccionar actualidad y noticias, así que nos centramos en lo importante. Y lo importante es que nos hemos vuelto conservadoras.
En el país donde ahora disfrutan de la compañía C.W. no se han puesto (aún) de moda los pantalones cortos que se calzan las adolescentes, acompañados de camiseta descangallada y botas aunque sea verano y les huelan los pies. Y melena larga aunque te quede como a un santo dos pistolas. Si es que Sara Carbonero, que hubiera podido ser princesa de Asturias si hubiera nacido unos años antes, tiene mucho tirón (vamos, como Letizia, pero en toledano).
Así que C.W. ha aterrizado con maxifalda en su pueblo de Toledo y se ha encontrado a todas las lugareñas embutidas en los dichosos pantaloncitos. Y todavía está hablando sola. Vamos, que para una hora que nos hemos visto, le hemos dedicado por lo menos 10 minutos a la tendencia de moda del momento.
Es cierto que cuando una es jovencilla presenta una dosis importante de risa floja y estupidez, y que las madres, que quieren ser modernas y colegas compran las Barbies o las dichosas Monster High y les dejan pintarse las uñas a la edad de pintar la mona para encontrarse al poco rato el resultado “morcilloso” en cualquier esquina. No hace falta ser Naomi Wolf para indignarse ante tanta pierna y tanta celulitis.
No se trata de ser rancia, se trata de tener sentido común y (un poco) de sentido estético.
No me vengan ahora a decir que no se puede presionar a las niñas para estar delgadas, y que todas tenemos celulitis, pero entre la estética y la anorexia, digo yo que estará el termino medio, y el temor de Dios, por cierto. Y un espejo de cuerpo entero, que en IKEA los hay por 19 euros.
Lo que más gracia me hace (y me apena, al mismo tiempo) es la absoluta uniformidad de todas estas pazguatas, que con tal de pertenecer a la tribu son capaces de embutirse cualquier funda de almohada aunque les saquen cantares. Eso sí, resulta que también se vuelve a llevar la faja, para embutir el sobrante que presentan. Que suele ser mucho, por cierto.
Me he ido a dar una vuelta por The Sartorialist y por mi barrio a la vuelta del veraneo de traje de baño completo y jerselín nocturo, para darme cuenta de que definitivamente, no hay salvación ni esperanza. Son signos inequívocos del fin del mundo. Nos ha tocado, además de una época chunga y pobretona, una moda fea y poco favorecedora, patrocinada, sin duda, por los fabricantes de anticelulíticos y chuches a partes iguales.
Lo sé. Estamos viejas. Tan viejas que no nos vamos a poner minishorts, ni nos vamos a comprar ninguna faja, porque no nos vamos a embutir en ninguna funda de almohada. Lo siento por Fajas Ruiz, pero conmigo que no cuenten.
La Economista Descubierta en blogspot.com
* * *
Esta obra se publica bajo la licencia de Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain.