Economista Descubierta

Los aprovechados

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Tengo un amigo que dice que el mal de España es que somos todos unos listillos pícaros robaperas. No es cáncer terminal, pero es epidemia mortal y, al fin y a la postre, los resultados son los mismos.

Realmente no somos el país de los grandes criminales, ni nos distinguimos por nuestra frialdad en la comisión de las torturas, ni solemos ir armados, ni clavamos la cabeza de nuestros enemigos en ningún palo y ni mucho menos nos los comemos. Pero sí es cierto que éste es un país de pícaros, donde todo el mundo trata de rascar lo que puede a costa de la buena fe, la ignorancia del resto o la peor posición del resto. Para abusar del poder ni siquiera hace falta tener mucho. En la práctica, la suma de los listillos pícaros robaperas da lugar a un país de corruptos, indocumentados y nepotistas que no se rebelan contra la situación porque entre pillos anda el juego.

Y da igual que sean magníficas señoras de collar de perlas de cuatro vueltas que, si pueden y nadie se lo impide, estafarán a la Marmota en las cuotas de la Seguridad Social, que médicos recetadores de fármacos patrocinadores de sus vacaciones, que alumnos que copian en los exámenes, que doctorandos que plagian sus tesis; padres que compran los títulos universitarios de sus hijos, opositores que untan al tribunal o funcionarios absentistas profesionales que accedieron a la plaza sin oposición después de un par de huelgas.

El problema de España es que somos unos pícaros y el que no roba o no abusa es porque no puede, no porque no quiera. Y el que puede, roba o abusa  siempre,  aunque sea poco, aunque sea colándose en el metro, mintiendo en los puntos de los colegios concertados, en la declaración de la renta, en el enchufe del niño o en los pisos de protección oficial. Del Rey abajo, Rey incluido, todos, todos somos unos listos, y el que es honrado termina por dejar de serlo, porque ser honrado equivale a ser un pringado.

Cuando uno trabaja en el Recurso Humano se encuentra a diario con la política de la excepción. La excepción es el favor documentado, para quedar bien por aquí y por allá con estos y los otros, que ya se sabe que entre la misma ralea nadie se pisa la manguera.

La excepción favorecida se apoya siempre en el poder sobre el subordinado (a saber yo), gracias a la cual, la gente queda excepcionalmente bien con sus vecinos, sus compañeros de mus o sus colegas del golf, mientras yo entrevisto y coloco a cuatro imberbes desertores del arado, o a cuatro pijas pelilargas de esas que repiten «en plan» cada dos frases. Y eso que a mí ya me llegan con la carrera terminada y el título ya se lo ha blanqueado otro.

Si además hay mucho interés en quedar bien y/o tener un favor a cuenta, se exceptúa el proceso para colocar al hijo/amigo/vecino en el puesto donde el día de mañana te devolverán el favor. Oye, y llegan a Consejeros de las Empresas sin haber pasado por la mili y habiéndoles hecho los trabajos la secretaria/amante de su padre. Todos sabemos que esto pasa, pero yo veo como se formaliza el favor y como se filtra al amiguete.

Como no tenemos memoria, ni intención de tenerla porque somos todos igual de chorizos, perdonamos a todos porque todos en su lugar hubiéramos hecho lo mismo.

Y así nos va, claro, y así nos irá siempre.

La Economista Descubierta en blogspot.com

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