Katrina siete años después

Oleski Miranda Navarro
Han pasado ya siete años desde que el huracán Katrina desatara una de las tragedias más devastadoras en tierras estadounidenses. Aquel año 2005 era residente de Nueva Orleáns, había llegado meses antes a la ciudad sin imaginarme que la tragedia me convertiría en un desplazado, junto a mi familia fui parte de los cientos de miles de refugiados que vivió en ascuas aquellos días de huida e incredulidad. En aquel entonces escribí estas reflexiones que llamé Katrina o la crónica de un desastre anunciado, éstas fueron publicadas algunas semanas después de ese impactante y extraño evento. Después de todo este tiempo las comparto de nuevo.
El huracán Katrina no solo puso en evidencia lo altamente vulnerables que son algunas ciudades costeras de la unión norteamericana, también develó los serios problemas de planificación, pobreza y exclusión que existen en el país de las rayas y las estrellas. Después de un año del paso de Katrina, hoy nadie pone en duda que más que una tragedia causada por los caprichos de la naturaleza, el dramático desenlace que tuvo la tormenta fue consecuencia de la acción negligente del hombre.
Mientras el resto del mundo observaba asombrado las imágenes en sus televisores, la pregunta común entre los televidentes estadounidenses delataba un dejo de incredulidad. ¿Cómo esto pudo haber pasado?, en el fondo a lo que se referían la mayoría de los estadounidenses, era a cómo esto pudo haber pasado dentro de sus fronteras. Cosa difícil de entender, ya que en más de setenta años, después del duro aprendizaje que había representado la gran depresión del 29, éste país se había establecido en las certezas que brinda la planificación como la principal estrategia de estado para que los ciudadanos solo pensaran en trabajo, bienestar personal y el consumo.
Pero lejos de ello, para muchos las imágenes mostradas como consecuencia del huracán Katrina revelaron una realidad desconocida incluso dentro del ámbito nacional estadounidense. Aunque el desastre tuvo lugar en toda la zona del golfo de México, cubriendo los Estados Mississippi, Alabama y Luisiana, la atención se concentró en la llamada cuna del jazz: Nueva Orleáns; puesto que cuatro días después de la inundación causada por el quiebre de uno de los muros de contención que resguardaba la zona Este del Lago Ponchartrain, un alto porcentaje de la población en su mayoría pobre, que no contaba con los recursos para obedecer la evacuación total ordenada por el gobierno local, permanecía en la ciudad sin ningún tipo de asistencia, ocasionando una de las tragedias más extrañas (por sus consecuencias) en este país.
Ante la duda muchos pensaban que se trataba de Haití, África o cualquier otro lugar en el tercer mundo, dado que nadie podía explicarse, porqué estando Nueva Orleáns apenas a unas seis horas de viaje en carretera de una ciudad como Houston, no se organizara ningún tipo de ayuda inmediata. O más aún, porqué no se había previsto con anticipación una evacuación general con recursos del Estado. Aunque la verdadera razón aún se desconoce, entre la euforia mediática la gobernadora del estado de Luisiana, Kathleen Blanco y el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin, lanzaban serios reclamos al gobierno federal. Entre los que hicieron más ruido, destacaban el que no había fondos para una evacuación general, el recorte en el presupuesto para el mantenimientos de los muros de contención y el que cincuenta por ciento del contingente de la guardia nacional (organismo encargado de responder en estos casos) asignada al estado de Luisiana, estuviese prestando servicio entre la tropa de doscientos mil efectivos militares desplegados en Irak y Afganistán. Reclamos todos que apuntaban al gobierno federal.
Katrina terminó afectando seriamente a la administración Bush así como a la autoestima nacional, al mostrar los altos índices de pobreza y exclusión social preexistentes en el Sur. Sin embargo, luego de que los medios se enfocaran en ciertos acontecimientos, el elemento más significativo que resucitaba negativamente era el factor racismo. Las declaraciones en vivo del cantante y productor Kanye West exponían este malestar: “a George Bush no le importan los afroamericanos. Los Estados Unidos asiste a los pobres, a los negros de la manera más lenta. Si ves a un Negro tomando artículos en una tienda es vandalismo. Si ves a un blanco, están buscando comida.” Palabras duras que incluso se vieron fustigadas a pesar de la transmisión en vivo.
Pero más allá de la acción de los medios de comunicación, viejas sensibilidades que se volvían a tocar o los problemas de previsión, planificación y respuesta, esta tragedia fue algo más que un riesgo socializado, una amenaza cotidiana o un desastre a la vuelta de la esquina. Aunque las personas de Nueva Orleáns sabían que en cualquier momento iban a ser golpeados por una tormenta de esa envergadura, la indignación para con las autoridades competentes no solo estuvo basada en la total falta de previsión, sino mas bien por el mal manejo y la pobre respuesta que dieron después de lo acontecido y lo que es peor aún la falta de responsables. Quedando marcada la psique colectiva que veía como llegaba tardíamente la ayuda aún cuando los medios llevaban varios días seguidos enviando imágenes de muerte, caos y desesperación. Por eso no es de extrañar que para muchas de las victimas el sentimiento de abandono que predominó, llegó a ser incluso, más devastador que la tragedia misma.
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