Economista Descubierta

Inmensamente triste

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Mi abuelo, que si viviera hoy sería viejísimo, vivió en su infancia el desastre del 98 y nunca pudo superar aquella pena, ni entendió España sin Cuba, Filipinas ni Puerto Rico.

Viviendo en Alemania asistí también a la guerra de Yugoslavia y entonces ya tuve mis problemas al defender a Handke y a su “Justicia para Serbia”. Dijeran los alemanes o el Vaticano lo que les pareciera.

Fernando Fragoso Loustau, OP, profesor que me inició a mi el amor por la Filosofía afirmaba que los socialistas se podían permitir intelectualmente contradecirse, porque para eso eran discípulos de Hegel, pero a mí me hubiera gustado que el señor Rajoy, en lugar de quedarse tan ancho al reconocer que estaba haciendo justamente lo contrario de lo que prometió, hubiera anunciado que estaba dispuesto a perder las elecciones pero a pasar a la Historia como el hombre de Estado que acabó con el Estado Autonómico y devolvió las competencias al Estado. Pero no, y eso debe significar, entre otras cosas, que la clase política no tiene sustento intelectual alguno, por muy dificilísimas que sean las oposiciones que sacara el presidente del Gobierno.

Los españoles de hoy, sean de la región que sean, son (yo no, lo siento, yo no) en su inmensa mayoría paletos, ignorantes y desmemoriados, y están dispuestos a tragarse lo del Principado o lo de Ceuta marroquí como si se lo hubieran dicho en “Sálvame”.

Reconozco que no he querido ni leer la prensa, más aun cuando, recién llegada del valle de Ayala, me he tenido que tragar los carteles de los asesinos colgados en los ayuntamientos y en los colegios.

A todo esto, el Rey haciendo negocietes y el Preparao y la Fictizia dedicados a promocionarse como si alguien tuviera la mínima fe en que la monarquía aglutina algún sentimiento superior de unión entre españoles.

Yo soy, y mis hijos son, la mezcla de muchos españoles y extranjeros, del norte y del sur, del este y del oeste. Vivo en Madrid, pero podría vivir tan ricamente en Granada o en Oviedo. Y en Munich, en Lisboa, en Maputo o en Jerusalén. Me niego a definirme por una característica local del pueblo en el que viva, y me da vergüenza ajena ver a los Koldos y los Urkos hijos de José Antonio y Maricarmen. Sí señor, vergüenza ajena, porque si hay algo que me parece alienante y gilipollas es ser paleto y no hacer nada para quitarse el pelo de la dehesa.

Estoy inmensamente triste, porque de aquí ahora sí que hay que irse, no porque no haya trabajo, o por Sara Carbonero y su salario, o porque la tristeza de Cristiano Ronaldo sea un problema nacional; no por eso, sino porque creo que estoy destinada a ser, como los libaneses, sólo española en el exilio, y en mi país, por narices, obligada a elegir ser castellana, gallega, catalana, vasca o lo que sea.

Y me da mucha pena, qué quieren que les diga. Yo quiero seguir siendo española y que España siga siendo España. Y lo que más pena me da es que se la hayan cargado unos sinvergüenzas ignorantes y avariciosos, que nos entretienen con fútbol y cotilleos, y que nadie se espante ni haga nada.

La Economista Descubierta en blogspot.com

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