El patrón oro vuelve a estar en boga

Peter Schiff
Mientras los republicanos se reúnen en Tampa para nominar a Mitt Romney y elaborar su plataforma política, uno de los puntos más llamativos es la posición oficial del partido sobre el patrón oro. Al tiempo que se valora el retorno al patrón oro, la plataforma no llega a recomendarlo, pero es partidaria de crear una comisión que lo estudie. Sin embargo, a juzgar por la reacción con la que muchos republicanos han recibido el planteamiento, se podría pensar que la plataforma más bien ha pedido la vuelta a la esclavitud.
El hecho de que tantos supuestos conservadores comparen la creencia en el patrón oro como el equivalente monetario a ser miembro de la Sociedad de la Tierra Plana demuestra hasta qué punto el público estadounidense está lejos de comprender cómo funciona verdaderamente el dinero en una economía. Sin embargo, si hubiera que establecer un paralelismo entre los entusiastas del oro y quienes pudieran creer que la tierra es plana, muchos se sorprenderían al descubrir que los bancos centrales, el equivalente a los más destacados astrólogos, siguen atesorando enormes cantidades de oro en sus bóvedas. Si el oro fuera, en efecto, una reliquia tan obsoleta, ¿por qué estos banqueros protegen sus posiciones con oro?
La idea generalizada entre la mayoría de los economistas es que el oro supondría un paso atrás para nuestro sistema monetario moderno: el equivalente al trueque de un automóvil por un caballo. Sin embargo, el papel moneda tampoco es novedoso. Ha existido desde hace siglos y se ha puesto a prueba muchas veces, en muchos continentes. Pero cada vez que se ha utilizado, ha llevado al desastre económico.
En el momento de la fundación de Estados Unidos, los usos y abusos del papel moneda ya eran bien conocidos. Los Padres Fundadores podrían haber facultado al Gobierno Federal para imprimir papel moneda, un poder que gozaba el Congreso Continental bajo los Artículos de la Confederación. Sin embargo, la Constitución presentó una mejora en ese sistema. Los autores acababan de sufrir los horrores de la moneda continental (que había sido utilizada para financiar la Guerra de la Independencia), por lo que optaron por limitar los poderes federales para acuñar moneda, que para efectos de curso legal, definieron como oro y plata.
Como resultado de esa sabia decisión, nuestra economía nacional prosperó y, finalmente, se convirtió en la más rica de la tierra. Por el contrario, desde el momento en que el patrón fue abandonado en 1971, Estados Unidos se convirtió en la nación con la mayor deuda del mundo y ahora se tambalea al borde de la ruina financiera. Resulta irónico que los críticos del patrón oro echen la vista atrás y señalen a la decisión de Nixon como prueba de que el patrón no funciona. En realidad, fue precisamente debido a que el patrón oro funcionaba bien que Nixon sintió que no tenía más remedio que abandonarlo.
En 1971, la permanencia en el patrón oro implicó que el gobierno de Nixon se enfrentara a una decisión políticamente difícil. Los grandes incrementos en el gasto público asociado a los programas de la Gran Sociedad (The Great Society), la lucha contra la pobreza, la Guerra de Vietnam y la carrera espacial, dieron lugar a un gran déficit (según el criterio de 1971, por supuesto). Esto llevó al gobierno a imprimir mucho dinero, golpeando a los estadounidenses con grandes dosis de inflación. Como resultado, los precios se triplicaron desde los niveles observados en 1932. Pero el precio del oro se había mantenido en 35 dólares/onza. Lo cual llevó a los acreedores extranjeros de Estados Unidos a intercambiar sus dólares de papel por oro (aunque era ilegal que los ciudadanos estadounidenses hicieran lo mismo). Esto supuso una sangría para nuestras reservas de oro, y si no se hacía algo, EE.UU. perdería todas sus reservas.
Permanecer en el patrón oro dejó al gobierno con dos únicas opciones. Una de ellas era devaluar el dólar y aumentar el precio del oro en consonancia con el incremento del IPC. Eso hubiera supuesto un precio del oro de más de 100 dólares/onza. Como alternativa, el gobierno podría haber eliminado los excedentes de dólares en circulación, devolviendo los precios a los niveles del oro a 35 dólares/onza. En otras palabras, la elección estaba entre la devaluación o la deflación. Ninguna de estas opciones era políticamente atractiva, y ambas habrían supuesto un parón repentino en el gasto.
Así, el patrón oro obligó al gobierno a enfrentar con responsabilidad una política fiscal irresponsable. Al principio, Nixon intentó la devaluación, pero las cantidades eran demasiado pequeñas para detener la fuga de oro. Como vía de escape alternativa, Nixon abandonó el patrón oro (aunque dijo que la medida era temporal). Habiendo despojado a la economía de esta «reliquia», el gobierno podría continuar financiando su gasto con un déficit cada vez mayor y sin perder más oro. Así que en lugar de devaluación o deflación, se optó por la inflación. Muchos consideran la imposibilidad de mantener déficits perpetuos bajo el patrón oro como prueba de su falta de adaptación a la economía moderna. A mi modo de ver, ésta es precisamente la razón por la que el patrón oro es tan deseable y tan necesario hoy en día.
Los partidarios de la planificación central y del gasto deficitario del estado de bienestar ven el patrón oro como el enemigo de una economía sana. Sin embargo, si uno cree en la libertad individual y en un gobierno limitado, entonces el patrón de oro es el mejor aliado. Si Nixon hubiera tomado la decisión más responsable, el dolor inicial podría haber sido superior, pero el país hubiese terminado la década en condiciones mucho mejores. Y si nos hubiéramos mantenido en esa línea, nuestro país sería hoy mucho más rico; y no hubiésemos tenido la opción de esquilmar nuestra riqueza a lo largo de dos generaciones de gasto deficitario.
Muchas personas también ven mal el patrón oro porque que impide que los bancos centrales utilicen la política monetaria para gestionar la economía. Esto, por el contrario, puede ser su mayor atributo: bajo el patrón oro, el libre mercado determina la oferta monetaria y las tasas de interés. Nuestro actual sistema de papel moneda permite que unos pocos banqueros con conexiones políticas tomen esas decisiones. Los resultados han sido desastrosos, con la reciente burbuja inmobiliaria y crisis financiera como últimas iteraciones.
En una economía de mercado, los precios deben ser fijados por la oferta y la demanda. Las tasas de interés, lo que puede ser descrito como el precio del dinero, son sin duda los precios más importantes de todos. La única manera de hacer las cosas bien es dejar que el mercado haga su trabajo. Permitir que las motivaciones políticas de los bancos centrales sean las que fijen el precio es, en cambio, una receta para el desastre. Por desgracia, todos hemos tenido oportunidad de degustar esa receta por lo que un retorno al patrón oro es la única forma de refrescar el paladar. Espero que los republicanos tengan el estómago para llevarlo a cabo.
Copyright © 2012 · Peter Schiff
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Traducido al español y publicado con autorización de Peter Schiff.
Translated and published by kind permission of Peter Schiff.
Enlace a versión original del artículo (en inglés)