Economista Descubierta

Deportistas de élite

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Una de las razones por las que yo jamás hubiera podido ser una deportista de élite es, además de mi falta de coordinación y motivación física unidas a mi absoluta falta de sentido lúdico, mi rechazo en general hacia la ropa de deporte y los chándales en particular. Más aun por el calzado deportivo en cualquiera de sus versiones, sean patines o zapatillas de correr.

No digo que el ejercicio físico no sea bueno, que por lo visto lo es, pero está claro que a mí no me llamó el Señor por la vía de las volteretas laterales.

Es cierto que hay padres que fomentan a sus hijos el deporte por encima de cualquier otra actividad y que preferirían que sus hijos jugaran al fútbol, al golf o al tenis mucho antes de que tocaran la viola de gamba. Yo fui hija de padres que preferían la viola de gamba a la raqueta de tenis y el resultado es que, si de mí dependiera, cerraría Teledeporte y prohibiría utilizar los chándales en los colegios salvo, única y exclusivamente, la hora de gimnasia.

Los veranos de Juegos Olímpicos me fastidian sobremanera, no sé si por la calidad extraordinaria de los comentaristas deportivos o porque no me interesa en absoluto ver al equipo de lanzamiento de chancla en pista fija. Por no hablar de la cantidad de bazofia “pastablanda” del Recurso Humano publicada coincidentemente con el asunto olímpico y dedicada a analizar el liderazgo deportivo, la creación y cohesión de equipos o la gestión de la motivación según Valdano.

Así que cuando he leído esta mañana la carta de las nadadoras de natación sincronizada quejándose de la zafia de su entrenadora, no he podido sino sentir dolor ajeno y pena por esas niñas. Ya este verano me preguntaba quién les diseñaba el traje de baño y qué clase de pringue se echaban en el pelo. Y ahora nos enteramos de que, además de ir hechas una pena y pasarse el día a remojo por un ratito de dizque gloria, han tenido que soportar a una barriobajera que si hubiera hecho la mili, hubiera superado en competencias a cualquier chusquero de cantina.

Vamos, que me va a gritar a mí una tía con el pelo demasiado largo para su edad, gafas de paleta y chándal brillante y me va a decir que si la medalla esto o la medalla lo otro. Medallas las de la Virgen del Carmen, querida, que no estoy yo para chuladas. Que la élite era otra cosa y no esta caspa.

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