Economista Descubierta

C.W. en Navidad

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La Economista Descubierta

C.W. ha vuelto, como el turrón, para recordarme que yo no estaba sola en el universo y tenía una amiga lista listísima. Y ha vuelto cargada de mala leche, que es su mejor estado, porque la vuelve incluso más ingeniosa.

Vamos, que impagable, que diría Letizia, la descripción de la fiesta de Navidad de su empresa, donde, según ella, todos van vestidos o de sevillanos o de prostitutas. Según ella, si se queda un rato más enfundada en minifalda de cuero de H&M y les dice a todos lo que piensa, pierde su capital social, toda vez que ella tiene capital erótico pero no lo explota. Lo que explota C.W es ironía, frecuencia que desgraciadamente no está a la altura de cualquiera.

A C.W. las teresianas y su madre (a la sazón boticaria) le enseñaron que te contrataban por tener dos carreras (y no precisamente una en cada media), no por ponerle ojos de carnero degollado a tu jefe, cocido en gintonics sin pudor alguno.

La suerte que tuvo (suerte y caradura) es que la contraté yo, que venía de la misma escuela de Estupidez Aplicada y no reparé en su belleza e incluso soslayé que vino en chanclas. Tampoco reparó el Dilecto Jefe, que era hombre pero vivía enamorado de su mujer y dedicado al trabajo. Y que no bebía, por cierto.

Ambas dos nos hemos dado cuenta tarde de que estábamos haciendo el primo pensando que tendríamos igualdad de oportunidades, de carrera o de sueldo. Yo me he dado cuenta, pero no tengo capital alguno que explotar, y no tengo más opción que conformarme. (O montar una Finishing School)

Pero C.W., que vive en un país emergente y se está dejando el pelo largo, tiene la posibilidad de recuperar el tiempo perdido. Y si es capaz de repetir con convicción “qué bien conduces” y “yo estoy deseando dejar de trabajar para dedicarme a la decoración de interiores” lo mismo su jefe le sube el sueldo, o la despide de una vez pensando que le hace un favor.

Lo que pasa es que a C.W., como a mí, le cuesta muchísimo disimular y hacerse la tonta. Por mucha minifalda de cuero o muy largo que se deje el pelo con mechas californianas, le sigue pudiendo la intolerancia contra el ignorante. Y si llega a su casa vestida de funda de almohada lo mismo la boticaria le pide la devolución del coste de la universidad.

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