Ajena a este mundo

A veces me pregunto si seré extraterrestre, o dónde se ha pasado la gente la mayor parte de su vida, o qué les han contado en su casa; o mejor aún, de qué casa vienen.
Que cada uno viene con su circunstancia y su pasado no debería ser más que explicación, y no eximente del comportamiento hacia el resto. Lo que pasa es que yo no sé si soy cínica, escéptica o ambas cosas; pero no hay día que no me asombre ver lo vasto de la ignorancia, las enormes carencias de la gente y lo curioso de los gustos de la gente.
De verdad, que la gente se traga lo que le ponen por delante y, además, por si acaso, luego te lo explica. Y claro, cuando una encima tiene el horrible defecto de estar bien educada, pues se queda callada como un muerto tragándose la historia del vecino sin manifestar afección, asco o rechazo.
(Siempre he pensado que lo de la buena educación está muy bien, pero a la vez de dártela te debían dar el cheque psicoanálisis, porque se pasa luego muy mal)
Toda la vida sin haber entrado en la catedral de León, por decir algo, y se me suben todos al crucero, para ahora, cancelar las reservas todos angustiados porque se hunde un barco. De verdad que la gente es tonta. Si le hace a usted ilusión, éste es el momento de negociar el precio y que le den a uno un camarote de cubierta con mejores prestaciones. Yo, desde luego, no me voy con tantísima gente a ningún sitio, ni que flote ni que se hunda. Vamos, estoy como para conocer a nadie nuevo.
Para esto los alemanes son los mejores. Son los reyes del hard discount y del tinte del pelo en casa, pero luego se apuntan a cualquier viaje; cuanto más lejos, mejor. No hay casa de alemán que se precie donde no haya una mochila y una colchoneta de esas de las acampadas. Y en uso, oiga, en uso.
Y quien dice viajar, dice lo del submarinismo, qué manía con andar debajo del agua, como si se les hubiera caído el anillo de pedida. Los peces, como todo el mundo sabe, dan mala suerte, y de verse, deben verse en el plato o a lo sumo en la pescadería. Recorrer el mundo con una bombona en la espalda y escribir después un diario íntimo sobre como emergí de mareado me resulta tan ajeno como aburrido. Qué le vamos a hacer. A mí no se me ha caído nada al mar.
Personalmente, desde que no tengo dinero para viajar como Dios manda, me quedo en mi casa y, como diría mi padre, viajo con los libros. Para ir de merendilla mejor me abstengo.
El caso es que cada día me doy más cuenta de que yo vivo en otra frecuencia. Frecuencia en la que pululamos unos pocos, y no estamos necesariamente cerca. Mi añorada C.W., por ejemplo, anda en la misma, pero con arrebatos de mala leche y tentaciones de melancolía. Es dura pero sentida.
Me siento muy sola, qué quieren ustedes que les diga. Es lo que tiene ser extraterrestre, que estás muy sola…
La Economista Descubierta en blogspot.com
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