Yo, mi, me, conmigo

Siempre me ha hecho mucha gracia a mí la excusita del carácter para ser un maleducado. Tengo yo una que pulula a mi alrededor, que es un cardo borriquero, y la explicación de tal cosa, según ella misma, es que tiene mal carácter. Pues si tiene mal carácter, que se aguante, y si no tiene amigos, que se fastidie. Si tiene mal carácter, que haga un poder, como hacemos el resto, y que lo disimule, visto y probado que la gente no cambia, y si cambia, a peor.
Si además de tener mal carácter fuera medianamente inteligente se daría cuenta de que los bordes tienen menos amigos y les invitan menos a las fiestas. Por lo visto a los bordes les suben más el sueldo y los matones ligan más, pero eso es porque en realidad, el mundo está lleno de caspa y sólo nos libramos unos pocos.
A estas alturas de la vida, y después de pasarme 18 años dedicada al Recurso Humano, he llegado a la conclusión de que como decía aquel «falla la base». Y es que la excusa del carácter no es sino eso, una excusa, y no una justificación. Nos pasamos el día mirándonos el ombligo, yo, mi problema, mi autoestima, mi envidia, mi pasado, mi familia, mi futuro, mi carrera, yo, mi, me conmigo, y San Para Mí. Y luego, claro, como el mejor tema es siempre uno mismo, a dar el coñazo a los demás con mi historia personal, como si fuera importante. Oiga, ni la suya, ni la mía, que son de suyo, irrelevantes.
Lo siguiente es que con la famosa excusa del carácter y la circunstancia personal, la gente le echa morro y se aprovecha y así tengo yo que aguantar a los maleducados decididos siempre a decirle lo que piensan a los demás, pero que no soportarían escuchar que se la dijeran a ellos. Eso es jugar con la buena educación de los demás y arriesgarse a que un día a uno le recuerden lo cutre de sus orígenes, lo feo de su presente y lo triste de su futuro.
La circunstancia y el carácter suelen ir acompañados de la envidia, que es la característica fundamental del acomplejado y el egoísta, explicados eso sí, por el asunto de la circunstancia: ay es que yo tuve una infancia muy triste, ay es que yo soy el que más vale y al que menos reconocen, ay, ay, ay. Insoportable. Cutre. Triste.
Por último, ir por la vida de pringado es el colmo, e ir presumiendo de lo fatal que le va a uno y lo miserable que es su vida para hacerse el deprimido, y de paso, cogerse una baja más o menos larga es una estafa y la clara manifestación de que gracias a que somos unos egoístas y unos enanos morales.
Mucho coaching, mucha competencia y mucho infante difunto, pero aquí lo que nos falla es la base, y claro, sin base, edificio de barro.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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