Economista Descubierta

La tanatocosa

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Tuve que leer durante la carrera dos libros que ponían a prueba a cualquier insomne. El primero se llamaba “La construcción social de la realidad” de Berger y Luckman, (también llamado “El terror amarillo”) y el otro “El suicido” de Durkheim. Yo creo que desde entonces no he vuelto estar desvelada (se coge el libro, se empieza y se duerme uno) ni a volver a leer nada referido al “asunto muerte”.

Es curioso que en la tele no hay más que tiros y bombas, pero aquí ni envejecemos ni nos morimos. A las mujeres se nos obliga a ser jóvenes y sexualmente deseables desde los doce a los setenta años y nadie levanta un dedo para quejarse. No se lleva a los niños a los entierros, ni mucho menos se les enseña al abuelo muerto. Como con los parados, los muertos y los enfermos se quitan del escaparate, no vaya a ser que alguien le de o por trascender o por aprovechar el tiempo.

Y claro, los que gustamos del “asunto funerario” somos considerados bichos raros. Mucho libro de vampiros, pero del muerto real, nasty de plasty. Y es un error olvidarse de lo inevitable. Te llevas luego unos disgustos fatales.

El “asunto muerte” está ahora muy bien organizado. La primera vez que yo vi en Estados Unidos un Funeral Home en una Retirement Community me quedé hablando sola. No podía imaginarme que se pudiera sacar de esa manera a los viejos y a los muertos de la circulación y que, encima, costara una pasta. Ser viejo es latoso e incluso triste; pero si hay algo más triste que un viejo, son muchos viejos juntos. Los viejos, donde mejor están, es mezclados con los niños; y los muertos, donde mejor están, es con los vivos.

Sé que muchos me consideran morbosa porque no sólo leo y guardo esquelas, sino que cuento el número de fieles (importantísimo) e incluso estoy suscrita a una web de avisos que te rastrea las esquelas de todos los periódicos. Y más de uno piensa que estoy loca porque quise ver muertos a mis abuelos para que los primeros muertos a los que me enfrentase no fueran mis padres.

Pero no estoy sola ni son todas ideas desdeñables o alocadas. Un amable seguidor de mi blog incluso pensó montar un tanatorio móvil, que se iba a llamar “El mortibus” y le pisaron la idea. Desde luego, son profesiones sin paro. Tanatoesteta, que tiene algo de artístico y, desde luego, no es como en la peluquería (que siempre puedes quejarte del corte) o product manager para el gas de hornos crematorios. Por no hablar del coaching en el duelo, en el cual mi tía Dolores es una gran especialista, sin haberse certificado en más sitio que varios hospitales y una guerra.

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