Menos recursos, los mismos humanos

En un acto de fe y de inocencia tuve la esperanza de que las organizaciones estuvieran cambiando dada la crisis ésta enorme; que no sólo dura, sino que tiene pinta de perdurar.
No hay un duro, pero la organización sigue intacta. Ingrata, ciega, y desobediente, como siempre. Aquí parece que todos nos hemos acostumbrado al low cost, a Primark y Mercadona; pero a la hora de pensar en reducción de costes, seguimos pensando que los únicos costes son los de personal y no los de teléfono móvil, aunque sea el chocolate del loro.
El Sitio Elegante no tenía mucho dinero que digamos, era como esas señoras mayores que tienen un chanel de toda la vida y unos joyones impresionantes pero, naturalmente, hace más de 20 años que cenan un yogur y pasan frío en su casa, y, cuando se quedan viudas, admiten estudiantes en sus casas. Elegantes pero pobres.
Aun así, yo tenía un cierto presupuestillo, dedicado a lo clásico: formación, proveedores varios, incluso flores para operados, coronas para difuntos, telegramas y canastillas de recién paridas.
No es que fuera mucho, pero algo se podía hacer, y aunque nunca me lo aumentaron, nunca me lo quitaron.
Pero vivimos ahora en el momento de «presupuesto cero». Es decir, no hay dinero para cosas necesarias, menos aún para tontadas. No se puede gastar nada y tengo que ingeniármelas para hacerlo gratis. Me parece bien y era lo lógico. Pues anda que no hay cosas estupendas que son gratis, desde la siesta hasta el paseo higiénico; por no hablar del INEM como fuente de reclutamiento o el coche compartido para ahorrar tiempo y gasolina.
Pues oye, debe ser que soy la única que lo entiende. Yo no sé por qué la gente no ve que el asunto gasto está relacionado con el ingreso, y que el que no gana, gasta. Economía doméstica de primero de Marmota. Pero si está nítido ¿no lo ven ustedes? Pues no.
Y he encontrado la explicación:
Ya les dije una vez que los parados se vuelven invisibles y, como desaparecen, sus problemas y sus desgracias son ajenos. Nos pasa lo mismo con los enfermos. Están los hospitales llenos y vivimos al margen de lo que allí pase. Es así, lo que no me pasa a mí no existe.
Y como el despedido desaparece de un día para el otro, siguen demandando los eternos pedigüeños de cursos que no sólo no necesitan, sino a los que no van a asistir y que, curiosamente, organiza alguien a quienes ellos conocen. Y los mismos petardos que sólo pueden trabajar con secretaria para ellos solos, y no están dispuestos a amortizar vacantes. Y ya me han vuelto a contar lo del efecto sumidero y lo fatal que es el control del gasto.
Esperaba encontrarme al respetable más consciente de que fuera hace mucho frío y que no se puede andar desperdiciando ni lo propio ni lo ajeno.
Y que, desde luego, la pólvora del rey se ha terminado. Y que para poder gastar pólvora, hay que haber ganado dinero para comprarla.
Y no, aquí no ha cambiado nadie ni poquito. Aquí estamos como siempre: “Mientras no vaya conmigo, yo me sigo gastando lo de los demás; porque total, los demás me importan poco”.
Lo dicho: menos recursos, los mismos humanos.
La Economista Descubierta en blogspot.com
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