Economista Descubierta

Juegos reunidos (Geyper)

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Esto de ser socialmente aceptado, sexualmente deseable, profesionalmente exitoso y modelo para todo el que nos rodea es de una pesadez insoportable. No me explico como la gente no se aburre de estar todo el día compitiendo contra lo inevitable. A saber: que nos aguanta nuestra madre, porque nos quiere; que le gustamos a unos pocos, más bien pocos; que el éxito en el trabajo depende en mayor medida de suerte y caradura; y que no estamos para ser ejemplo de nadie porque a estas alturas no somos nadie y, como ya saben, en bikini, mucho menos. Con no molestar a los demás deberíamos tener bastante.

Entre que el nivel de frustración lo tenemos todos tirando a bajo (a ver si con la crisis por fin aprendemos a que no se puede tener todo, y mucho menos gratis) y que el nivel de exigencia está altísimo, pues claro, está la parroquia sudando tinta para llegar al umbral de la perfección, que de suyo es imposible. Perfección física que incluye una obsesión por el cultivo del cuerpo, como dicen los mexicanos: «a lo que de lugar».

Yo me parto con la obsesión vigoréxica de los fulanos que me rodean, obsesionados todos con la salud y la belleza (sobre todo la belleza). Pero si a partir de determinada edad, milagros a Lourdes, que no hay depilación láser que resuelva lo que la genética no puso. Personal Branding del bueno, que en este mundo todo es lookism.

Vivimos en un mundo esquizofrénico. Por un lado, atibórrese de helados en invierno, coma cereales, que no pan, y beba refrescos, como si no hubiera agua; y por otro, corra sin parar hasta que pueda acumular maratones como un nigeriano cualquiera. Con lo fácil que es quedarse en el término medio, a verlos pasar como posesos, corriendo sin parar y bebiendo bebidas isotónicas.

Llega el verano y una cosa llamada ocio activo, (juegos reunidos, le he llamado yo siempre) a esa manía que tiene la gente de pagar por subirse a los árboles, o descolgarse por los barrancos, o hacer olimpiadas de la risa con los compañeros del trabajo. El caso es gastarse el dinero en tontadas, como si no hubiera mejores causas en las cuales dejarse la vida y, por supuesto, la pasta.

Qué manía con apuntar a los niños a toda cosa que se mueva, en lugar de darles un librito, y hala, a leer, y luego me haces una redacción y un resumen. Y, si quieres, me pintas un dibujo. Y si quieres actividad, toma una comba y salta dubles. Qué manía con la competitividad en lugar de la competencia. Haga usted las cosas bien, pero no se frustre tratando de ser el más guapo, el más listo, el más delgado, el que más liga y, sobre todo, tenga usted temor de Dios que, a estas alturas del partido, al que no ha llevado bragas, las costuras le hacen llagas.

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